Amor y perdón

19. enero 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

¿Es posible que Dios esté empeñado en salvarnos y que no pueda salvarnos? La pregunta parece ociosa, y, sin embargo, responde a una gran verdad. Dios quiere salvar a todos, y no puede salvar a todos, porque muchos le ponen un obstáculo insalvable.

La salvación tiene su fuente en el amor gratuito de Dios. Dios no nos debe nada, y nosotros le debemos todo a Dios.
Más todavía, al vernos Dios a todos metidos en el pecado, derramó sobre nosotros su amor misericordioso, de modo que la compasión para con nosotros pecadores se ha convertido en la causa de la salvación de todos.

Esa salvación, debida al amor, a la compasión y al perdón de Dios, se extiende a todos por igual. Por eso, quien no ama, quien no se compadece, quien no perdona no puede recibir la única salvación de Dios.

¡Hay que ver la importancia que tiene el amar, el compadecerse y el perdonar!
Es tan importante que Dios, porque nos quiere salvar, nos exige que perdonemos, y le decimos por mandato de Jesús: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

San Felipe Neri se encuentra con una persona que se creía una pecadora ya condenada. Y Felipe, con su empedernido buen humor: El cielo es tuyo. Y ella: ¡Oh, no, no puede ser! Yo estoy condenada. El Santo: Vamos a ver, ¿por quién dio Jesucristo su vida? Ella: Padre, por los pecadores. Y el Santo le cerró del todo la boca: Por eso el Cielo es tuyo. Porque eres una pecadora y Cristo dio la vida por ti.

Dios nos perdona todo en Jesucristo su Hijo. San Pablo nos dice que en El tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados. Por enormes que sean nuestras culpas, Jesucristo está por encima de ellas, si acudimos a Él, sobre todo con los Sacramentos de la Iglesia.

Sin embargo, podemos poner un impedimento tal a la bondad de Dios, que le resulte a Dios imposible darnos su perdón. Mejor dicho, levantamos un dique tan alto entre la bondad de Dios y nuestro pecado, que no puede llegarnos la gracia de la salvación.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerda con un número muy grave:
– Lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano y a la hermana a quienes  vemos. Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre (2840)

Esto es muy duro. Pero es muy cierto. Porque el amor es uno, y no se puede amar a Dios sin amar al hermano y a la hermana.

Dios no puede salvar al que no ama, porque Dios es amor, y no cabe en Dios el que no tiene amor.
Dios perdona por amor, y si no hay perdón por nuestra parte, no nos puede llegar el perdón de Dios.
Total, que aunque Dios quiere salvarnos, nosotros no le dejamos que nos salve si nos cerramos al amor y al perdón.

Pero, después de decirnos el Catecismo palabras tan graves, dice otras llenas de consuelo: -En la confesión del propio pecado, el corazón de abre a la gracia.
Es decir: al pedir perdón cuando hemos dado perdón, la salvación de Dios nos invade del todo.

El Marqués de Comillas, un gran santo de nuestros días, dueño de la empresa naviera La Trasatlántica, vio como un día sus cientos o miles de obreros, siempre tan atendidos y a los que colmaba de favores, se declaraban en huelga, y él se puso muy triste. ¿Por el dinero que perdía? No, sino por una reflexión muy profunda, que le explicó a su esposa:
– No, mi querida esposa, no estoy apesadumbrado por el dinero que pierdo con la huelga. Esto me sucede rara vez, ya ves, una en tantos años. Pero, ¿qué me dices de lo que nosotros hacemos con Dios? Estamos a todas horas recibiendo beneficios de sus manos divinas, y con todo, nos declaramos en huelga con Dios tantas veces al día. ¡Esto es lo que me duele y me tiene triste!
Hasta que un día le incendiaron uno de los barcos, y un barco vale muchos millones. Descubiertos los autores del incendio, le preguntan al Marqués: -¿Y ahora qué se hace con los culpables? ¡A la justicia sin más, y que sean juzgados y condenados!
Pero el santo Marqués, que por algo va camino de los altares, responde generoso: -¿Qué hay que hacer con los culpables? Pues, perdonarlos.

Este es el espíritu cristiano, aunque la lección es dura y difícil de aprender.
Por algo Jesucristo, más que enseñarla con palabras elocuentes —aunque lo hizo tantas veces y con parábolas inolvidables—, prefirió darla de una vez para siempre como no la había enseñado nunca ningún maestro de la humanidad. Clavado en la cruz, y mientras va perdiendo la vida gota a gota entre dolores indecibles, grita para que lo oyese bien todo el mundo:
– ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!

En un mundo de tantos odios, en el que casi no cabe la salvación que Dios se empeña en darnos, nosotros, creyentes cristianos, enseñamos el amor y el perdón. ¿Para salvarnos nosotros? Así lo esperamos. Pero lo hacemos especialmente para enseñar al mundo a aceptar la salvación de Dios.

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