Los inicios de la vida

26. enero 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

¿Dónde está el éxito final de una obra? Normalmente, en sus principios.
La buena cosecha empieza por el buen estado del terreno.
Mal irá el campeonato en la liga, si los primeros partidos son malos y fallan entrenador y jugadores.
Una vida no crecerá normalmente sana, si empezó con enfermedades incurables o muy problemáticas…
¿Podemos decir también esto al hablar de la vida cristiana? ¿Podremos asegurarnos un buen final, que llegue a la salvación definitiva, si la vida de Dios en nosotros no ha tenido buenos principios? Sería difícil.

Por eso la Iglesia, con los medios que le dejó Jesucristo, da principio a nuestra andadura por la vida cristiana con los Sacramentos llamados de la Incitación: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
Bien recibidos, bien vividos desde el comienzo, nos aseguran la vida de la gracia hasta verla convertida al final en gloria. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo dice en un número muy rico, muy denso (1212)
Los Sacramentos de la iniciación, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, son el fundamento de toda la vida cristiana. Si son el fundamento, y ese fundamento es bien sólido, poco habrá que temer por el edificio, pues se asienta sobre terreno firme. Bien recibidos esos Sacramentos, ¡qué vida tan pletórica de la gracia podemos llevar y llevamos dentro de nosotros!

Esos tres Sacramentos son el origen, el crecimiento y el sustento de la vida divina que Dios nos da. Una vida que no es de la tierra, sino del Cielo. Se nos da en la tierra, pero debe llegar y consumarse en el Cielo, por lo cual la llamamos vida eterna.
El Bautismo nos engendra a la vida de Dios.
La Confirmación la robustece.
La Eucaristía la alimenta.

El Bautismo y la Confirmación se reciben de una vez para siempre y no hace falta repetirlos ni se pueden repetir, porque nos han marcado para siempre de manera imborrable.
Es la Eucaristía después —con la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor, recibida muchas veces— la que va haciendo crecer más y más la gracia, de modo que llegamos al final habiendo conseguido la perfección del amor. Ya no queda sino entrar en la vida eterna.

Así se lo hizo saber Santa Micaela María a un pobre cochero, al que encuentra moribundo y desolado. La elegante señorita se le acerca muy cariñosa:
– ¿Eres cochero? ¿Y sabes conducir muy bien el coche? Pues, mira, yo soy como tú. Yo voy a hacer ahora de cochero contigo. Quiero llevarte al cielo en coche. Mi carruaje son los Sacramentos.
Renovó el pobrecito la vida bautismal, recibió la Eucaristía, y así, en coche, se iba a la gloria de Dios…

El Bautismo es el principio de todo. ¡Lo que amamos nuestro Bautismo!… Es la concepción y el nacimiento de la vida de Dios en nosotros, realizados por el agua y la palabra en esa matriz de la Iglesia que es la pila bautismal… Es el lavado de toda culpa, pues al salir de la pila llevamos más inocencia que Adán y Eva al salir creados de la mano de Dios… Es la iluminación de nuestra mente con la Fe, de modo que ya no vemos y pensamos sino con los ojos y el cerebro de Dios… Es la conversión de hombres y mujeres en hijos e hijas de Dios, que tenemos a Dios enamorado de nosotros, por ser reflejos maravillosos de su divina hermosura…

El Beato José Anchieta, apóstol infatigable del Brasil, Uruguay y Argentina, llegó a bautizar por espacio de veinticuatro horas seguidas, sin interrupción. El corazón le reventaba de alegría al ver el nacimiento de tantos hijos e hijas de Dios. Pero los brazos no podían más, y dos hombres le tuvieron que levantar, sostener y mover los brazos mientras el formidable Padre pronunciaba la fórmula bautismal….

La Confirmación es la encargada de dar robustez a la vida de Dios que llevamos dentro. Una vida debilucha, enclenque, enfermiza, nos hacer temblar. ¡A ver para cuánto tiempo habrá!… Jesucristo no quiso así nuestra vida de la gracia, sino fuerte, robusta, enérgica. Y para esto dejó a su Iglesia la Confirmación. En la Iglesia antigua era un Sacramento muy apreciado, y hoy gracias a Dios se está revalorizando mucho entre nosotros. Igual pasa en las Iglesia nuevas.

Llama poderosamente la atención el número tan grande de los mártires del Japón, y sobre todo la enorme entereza con que arrostraban los tormentos más atroces. Decenas de miles murieron con valentía legendaria. ¿Por qué? Se ha atribuido semejante victoria al Sacramento de la Confirmación, que en Japón era recibido con devoción muy especial.

La Eucaristía, por contener a Cristo presente en toda la realidad de su Cuerpo, de su Sangre, de su Alma y de su Divinidad, es el centro de todos los demás Sacramentos. Como Sacramento de iniciación, la Primera Comunión no es más que la primera de una cadena interminable de comuniones, recibidas a lo largo de toda la vida, hasta la última, la que se nos da como el Viático para la última jornada. Esa Comunión final que nos mete de un empujón y para siempre en la gloria. Comunión frecuente y salvación segura, es todo lo mismo…

Al volver hacia atrás los ojos, recordamos lo que fueron aquellos inicios de nuestra vida cristiana. Los mayores de hoy, ¿somos los niños y niñas, los muchachos y muchachas de ayer?… En edad, no, pues hemos crecido mucho; en espíritu, sí, porque el espíritu se mantiene igual. Hubo buenos principios, y el resto será bueno hasta el final…

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