Camareros de la Virgen
6. enero 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaSe me ha ocurrido poner un título a este mensaje de hoy, ¿y cómo creen ustedes que lo he llamado? En el papel de notas que tengo delante, le he llamado así: Camareros de la Virgen. ¿Le gustaría a usted ser camarero o camarera de la Virgen?… Va en serio. El título me lo ha inspirado un hecho curioso que he leído en una revista ya algo vieja, y que se dio en Roma.
Un mozo de restaurante cumplía su cometido a cabalidad. Daba gusto verlo metido entre las mesas atendiendo a todos los clientes.
Sin embargo, el pobre la pasaba mal consigo mismo, porque quería rezar el Rosario a la Virgen y no había manera de poder ir pasando las cuentas con los dedos, pues las manos tenían que estar ocupadas en otras cosas muy importantes.
Pero el muchacho era ingenioso, y se las arregló muy bien. Miraba a los comensales, contaba rápidamente a diez de ellos, y paseando la vista por las cabezas de los elegidos rezaba el Padrenuestro, las diez Avemarías y el Gloria sin equivocarse nunca. Cada diez clientes, una decena y un misterio del Rosario.
No hacía caso alguno del murmullo de las conversaciones, porque su mente y su corazón estaban en los misterios de Jesucristo y de la Virgen. Con método tan singular, subían al Cielo muchos rosarios de los labios de aquel muchacho, a quien llamaban familiarmente El camarero de la Virgen.
Le llegó el último día, y Radio Vaticana dio la noticia: ¡Ha muerto un hombre santo!…
Al leer este hecho, me he preguntado: ¿Camarero de la Virgen? Entonces, como aquellos grandes de las antiguas cortes reales, que tenían a gala suma ser y llamarse y tener el título de camarero del rey o camarera de la reina.
Porque el camarero y la camarera tenían más libertad que nadie para tratar con el rey o la reina, y llegarse en el palacio hasta las habitaciones más reservadas —cuyas llaves les eran confiadas—, sin las trabas que tenían impuestas los demás cortesanos…
La verdad es que me ha gustado el título, lo quiero para mí y tengo la seguridad de que no le disgusta a ninguno de ustedes.
En años atrás, la devoción a la Virgen sufrió una grave crisis entre muchos católicos. ¿Cómo se explicaba ese fenómeno tan raro?
Se llegó a decir entonces que la devoción a la Virgen era rechazada porque se quería rechazar a Jesucristo. Era una observación muy certera. Aceptar a la Virgen era aceptar a Jesús de Nazaret. Y, aceptar a Jesús de Nazaret, era aceptar necesariamente la muerte y la resurrección de Jesucristo, con lo cual no había más remedio que aceptar también a Jesucristo en lo que es realmente: el Hijo de Dios hecho Hombre, el Salvador, el Señor y Rey universal de todo lo creado.
Afortunadamente, la crisis duró muy poco y hoy la devoción a la Santísima Virgen María está de nuevo floreciente como nunca. Como era de esperar, el Rosario fue la primera víctima de aquella crisis, y, como no podía ser menos también, el Rosario es hoy la devoción preferida y la primera de todos los hijos de la Celestial Señora.
Se explica por qué el Rosario de María era lo que más molestaba a los enemigos de Jesucristo. Porque el Rosario no es otra cosa sino el recuerdo, la narración y la actualización de la vida, pasión y resurrección de Jesucristo. Sin estos misterios de Jesucristo, el Rosario no tiene ninguna consistencia. Y al recordar, revivir, meditar y actualizar esos misterios del Rosario, Jesucristo los llena del todo, aunque teniendo siempre a su lado a María, la Madre bendita, íntimamente ligada a todo el plan salvador de su Hijo.
El Rosario es, por esto, la devoción más bíblica que existe. Nació del pueblo cristiano hace ya más de siete siglos. No dudamos entonces que el Espíritu Santo, inspirador de la oración de la Iglesia, estuvo muy metido en la formación de esta devoción mariana, la cual sintetiza admirablemente todos los misterios de nuestra Redención.
El Rosario es el Evangelio conocido, recitado y vivido por el pueblo cristiano. No hay un solo elemento en él que no esté tomado de los cuatro Evangelios escritos y de los Hechos de los Apóstoles.
El Rosario produce en las almas, en las familias, en las comunidades cristianas unos frutos de salvación y de santificación extraordinarios. El pueblo lo sabe, y por eso ama el Rosario de la Virgen.
García Moreno, el Presidente mártir de Ecuador, hizo venir de Estados Unidos un grupo de técnicos para instalar un gran aserradero mecánico. Los que vinieron eran en su mayoría irlandeses católicos. Los visita una vez el Presidente, el cual quedó admirado de las canciones tan bellas que entonaban en honor de la Virgen. Así, que les pregunta:
-¿Amáis mucho a la Santísima Virgen María, no es verdad?
La respuesta les salió rápida y espontánea a los obreros:
-¡Mucho! La amamos con toda nuestra alma.
El Presidente, tan ferviente católico, les invita entonces, sabiendo que no se van a molestar:
-¿Podemos por lo tanto rezar juntos el Rosario?
Y todos de rodillas, en torno al Presidente, recitaron un Rosario entusiasta, como pocos habrá escuchado la Virgen desde su trono en el Cielo…
El Rosario es un arma de paz en las manos del pueblo. ¡Con qué ojos debe mirar la Virgen al cristiano que lo reza asiduamente! Y quién lo reza, ¡qué segura tiene la perseverancia!
No será un milagro el que se salve. El milagro imposible sería que no se salvase un camarero o una camarera de la Virgen, siempre con el Rosario en la mano como llave del Corazón Inmaculado de María…