La cultura de la vida

4. febrero 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

A partir del Papa Juan Pablo II se ha hecho ya común entre nosotros, de los católicos principalmente,  el hablar de la cultura de la vida y de la cultura de la muerte. Son dos maneras de expresar lo mismo. La cultura de la muerte es esa manera de pensar en la sociedad que se ha familiarizado con la muerte provocada expresamente por el hombre. La cultura de la vida es la reacción que se ha suscitado en la sociedad contra esa manera de matar y que, en vez de eliminar la vida, la favorece en todas sus formas como el don primero de Dios y el derecho primero también de la persona.  A nosotros, creyentes, nos interesa mucho formarnos en esta ideología positiva de la cultura de la vida, para oponernos decididamente a las prácticas culpables de muchos que llevan a la muerte a tantos hombres hermanos nuestros.

Cuando queremos hablar de la vida y de la muerte del hombre, vemos cómo nuestra sociedad vive en un contraste de luces y de sombras inexplicable.
Por una parte, hablamos tanto de los derechos humanos que defienden la vida, que parece no puede morir una sola persona injustamente en el mundo.
Por otra parte, contemplamos cómo la violencia arrebata a tantos hombres de nuestro alrededor que nos sentimos sin ninguna seguridad sobre la tierra. Pero el mandamiento de Dios es firme: ¡No matarás!
Como hoy nos gustan muy poco las prohibiciones, vamos a darnos el gusto de decir lo mismo en forma muy positiva:
– ¡Respeta el don de la vida, que viene sólo de Dios! ¡Valora al hombre, imagen de Dios! ¡Ama al hermano, hasta morir tú por él!…

El Catecismo de la Iglesia Católica (2259-2260) constata este hecho constante de la Biblia: Dios, que hace reconocer la vida humana como un don divino; y el hombre, que lleva dentro el sentimiento de la violencia fratricida. ¿Por qué el hombre tiene que matar a otro hombre, apenas abandonado el paraíso, en los principios de la humanidad?…
Naturalmente, que no hablamos aquí del asesinato a mano armada como una tentación que nos acose a nosotros, igual que no pensamos precisamente en las masacres y crímenes que se cometen en tantas naciones.
Pero sí que sabemos prevenirnos para no caer en lo que ya llamamos dentro de la Iglesia la cultura de la muerte, en contraposición al amor cristiano que nos lleva a defender y promover la cultura de la vida.

Hoy se mata de muchas maneras, se mata legalmente, y no precisamente a tiro de pistola. Los tres modos más preocupantes del asesinato moderno son el aborto, la eutanasia y el hambre culpable.

  • El aborto ha sido legalizado en muchas naciones, y nosotros no cedemos en lo que nos impone la conciencia. El embrión dentro del seno materno es una persona, con todos los derechos de la persona, con el derecho primerísimo a la vida, y un aborto procurado y querido es un asesinato en toda regla. No vale la pena indicar estadísticas, que van en aumento cada año; pero sabemos todos, como cifra dada oficialmente por las Naciones Unidas, que los abortos legalizados pasan anualmente con holgura de los cincuenta millones. Para nosotros, católicos, son cincuenta o sesenta millones de asesinatos que pesan sobre muchas conciencias y de los que Dios pedirá cuentas.
  • Ahora, no contentos con matar sólo niños, en la sociedad más avanzada de países muy ricos y  civilizados se está metiendo la eutanasia: que es hacer morir plácidamente a los que estorban, a los ancianos sobre todo. Nosotros, en nuestros países quizá más pobres pero con más corazón, nos oponemos enérgicamente contra esas prácticas asesinas: amamos a nuestros enfermos y a nuestros ancianos, y les conservamos la vida como un tesoro de Dios para ellos y para nosotros mismos.
  • Finalmente, a cualquier observador le preocupa el hecho del hambre —culpable por parte de la sociedad—, que padecen tantos hermanos nuestros y que han de morir prematuramente porque no tienen medios de subsistencia. Nosotros clamamos contra la injusticia en sus mil formas, y trabajamos, cada uno según nuestras posibilidades, para que todos disfruten de lo necesario a fin de poder vivir y desarrollarse convenientemente.

Formarnos conciencia de esa cultura de la muerte y tener ilusión por esta otra cultura de la vida es un deber y es también un don de Dios para nosotros, que así conectamos con el mismo Dios, autor y dador de la vida, y con Jesucristo, que con su sangre compró a cada uno de los hombres.
Para los que quieren la cultura de la muerte, el Catecismo de la Iglesia Católica les recuerda que hoy, como ayer, está vigente la palabra de Dios a Caín:
– ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.

Para los que amamos la cultura de la vida, nos es una satisfacción pensar que estamos al lado de Cristo, a quien ese hermano —cuya vida defendemos— le costó treinta y tres años de trabajo, una nube de azotes en todo su cuerpo y aquella muerte espantosa en la cruz… Jesucristo entonces, agradecido, nos sigue repitiendo: Lo que hacéis a uno de estos mis hermanos, a mí, a mí mismo en persona lo estáis haciendo…

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