¿Medianías?… No nos gustan.

25. marzo 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Existe en el diccionario una palabra fatal: es la palabra medianía.
Mediano es, aplicado al hombre o a la mujer, el que se ha quedado a mitad de camino en su desarrollo moral. Porque, ya se ve, aquí no tratamos de estructura física ni de capacidad intelectual, sino de una culpable falta de perfección.

¿Quién es el mediano? Es el que pudiendo ser hasta un santo, se contenta con ser bueno, ¡bueno!, sin más… Este tal llegará a muy poco. El querido Papa Juan XXIII solía decir:
– Tratemos de ser demasiado buenos para ser bastante buenos.
Es un lema lleno de sabiduría, pues sabemos muy bien que las realidades de la vida nunca llegan a la altura de nuestros deseos.
Deseos altísimos…, llegaremos alto.
Deseos altos…, nos quedaremos a medio nivel.
Deseos medianos…, nos detendremos casi al principio.
Deseos pequeños…, no habremos intentado dar los primeros pasos de la cuesta…
Por más que hay valientes que llegan a la mayor altura que se han propuesto, como así debería ser.
Esto, respecto de la perfección cristiana, pues todos sabemos que Dios nos quiere a todos esto: unos santos, a nosotros los seglares como a las monjas, a los Obispos y al Papa…

¿Quién es el mediano? Es el que estudia tan flojamente que, pudiendo sacar sobresaliente en todas las materias, aprueba simplemente el año. Una posible eminencia para la sociedad y la ciencia, se queda en un profesional anónimo, sin relieve alguno, vulgar y de poco provecho.
Esto, mirando a la perfección intelectual, pues todos tenemos la obligación de llegar lo más alto posible en nuestros conocimientos y en la formación científica.

¿Quién es el mediano?  Es el que se contenta con un trabajo flojo, sin pretensiones de mejorar su  situación. Si pudiera ser rico a base de lotería, aún…, pero con esfuerzo, no.
Ni él, ni su familia, ni menos aun la patria, saldrán nunca de la mediocridad con tipos así.
La familia no sale nunca de una situación mediana. Y ojalá esa situación económica sea solamente mediana y no llegue a fatal.
La patria, lo mismo. Con tipos medianos, aunque el suelo ofrezca abundantes recursos naturales, nunca será grande ni disfrutará del bienestar soñado. Para ser próspera y feliz, el ciudadano ha de poner toda su energía en el trabajo, realizado con responsabilidad y honestidad.
Esto, en el orden económico, pues es una obligación de todos el mirar por el bienestar propio y de los nuestros.

¿Quién es el mediano? Es el que nunca hace nada malo, pero tampoco se arriesga a hacer algo bueno que valga la pena de verdad.
Sea en el orden que sea, no podemos estar satisfechos con ser buenos, porque hay que aspirar a ser óptimos y así responder al ideal de Dios sobre nosotros.

Ciertamente, que llamamos la dorada medianía a la posesión de bienes suficientes, que ni hacen pasar necesidad ni traen los quebraderos de cabeza que suponen las grandes fortunas.
Esta dorada medianía es la que inspiró la oración de la Biblia:
–  No me des, oh Dios, ni riqueza ni pobreza. Dame simplemente lo necesario (Proverbios 30,8)
Está bien esto de la Biblia en el sentido que le da la Palabra de Dios.
No hay quien goce más de la vida que quien tiene todo lo necesario y algo de lo conveniente.
Este tal no es rico ni tampoco le falta nada, al mismo tiempo que se ve libre de las preocupaciones de negocios, de subidas o bajadas de la bolsa, y de todo eso que quita muchas horas de sueño…

Sin embargo, en el orden moral, la medianía no es dorada, sino verdaderamente calamitosa. Porque aquí no se cotiza otro oro que el del esfuerzo por la perfección más subida.

Esa Santa tan admirada, Teresa del Niño Jesús, se trazó este ideal de oro:
– Yo no quiero ser una santa a medias.
Como detestó la fatal medianía, a los veinticuatro años de edad se había subido a la altura más encumbrada.

Jesucristo no se quedó ciertamente corto al decirnos:
– Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial (Mateo 5,48)
Ha venido ahora la Iglesia en el Concilio y nos ha recordado a todos que Dios nos quiere en la cumbre de la santidad, y que a todos —sabemos que se dirige a nosotros, los laicos— nos quiere Dios en la perfección de la caridad, del amor, de todas las virtudes cristianas.

Con ideal semejante, quedan anatematizadas para siempre la medianía y la vulgaridad.
San Pablo nos dice categóricamente: Esta es la voluntad de Dios, vuestra propia santificación. Y lo recalca: ¡A llevar adelante y hasta el fin la obra de nuestra santificación!  (1Tesalonicenses 4,3. 2Corintios 7,1)
Con palabras semejantes, el Apóstol no autoriza a ningún cristiano a quedarse en los niveles bajos de la montaña, sino que le señala con el dedo la cumbre, y le dice resuelto:
– ¡Arriba! ¡Emprende la marcha y no te detengas hasta conquistar la cima!…

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