El mejor de los compañeros
16. marzo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeTenemos un punto de doctrina, revelado ciertamente por Dios, que tiene una gran importancia en la vida cristiana y que juega un gran papel en nuestra piedad desde que somos niños: es la verdad del Angel Custodio.
El Catecismo de la Iglesia Católica (336) nos lo dice con estas palabras, sacadas de la Biblia y de los Padres más antiguos de la Iglesia, referidas a los Angeles: “Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. Cada fiel tiene a su lado un ángel protector y pastor para conducirlo a la vida. Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios”.
Hoy nos vamos a entretener con nuestro Angel Custodio, cada uno con el suyo, como lo hacía el gran santo de nuestros días, el Padre Pío. En su vida tiene escenas encantadoras sobre su relación con el Angel solícito que Dios le pusiera al lado. El bendito Padre lo tuvo ocupado de veras… (El Padre Pío, mensaje nº 919)
¿Y por qué lo vamos a hacer así, en vez de meternos con la doctrina que sobre los Angeles nos trae el mismo Catecismo? Pues, por una razón muy sencilla.
Porque en nuestros días, muchos se empeñan en hablar de los Angeles, en especial del Angel Custodio, como de una leyenda bonita, una creencia infantil, algo que no dice con gente seria.
Pero Dios se adelanta y sale en favor de la doctrina tradicional y contra el error manifiesto, de la manera más simple: con multitud de hechos concretos en la vida de un hombre reconocido santo por todos, incapaz de mentir o disimular, dotado del don de milagros, de profecía, y con la aureola de Santo declarado oficialmente por la Iglesia.
Nos dejamos, por lo mismo, de discusiones, y vamos a la vida del Padre Pío.
Un día, al atardecer, estaba en la baranda del convento como descansando o distraído, cuando se le acerca un Padre con varias cartas en la mano para entregárselas, y el Padre Pío le responde brusco:
– ¿No ve que estoy ocupado. ¡Déjeme en paz!
El Padre Pío se arrepiente de su salida violenta, se hace encontradizo con el otro, y le dice ahora muy suave:
– ¿No ha visto todos esos ángeles que estaban a mi alrededor? Eran los Angeles Custodios de mis hijos espirituales que venían a traerme sus encargos. Debía darles las respuestas para ellos.
Así, con esta familiaridad, los había tratado durante toda su vida, desde pequeñito. Y el bueno del Padre Pío se figuraba que los demás también los veían.
Niño de cinco o seis años, con la vida normal de todo niño, se entretenía jugando como lo hemos hecho todos, todos nosotros y nosotras. Pero el Padre Pío, pensando que todos los niños eran igual con su Angel, lo hacía, como lo llamó siempre, con el compañerito de mi niñez. Y así, escribía a su confesor:
– Al cerrarse los ojos por la noche, veo cómo se abre el paraíso. Me duermo entonces con una sonrisa beatífica en los labios y con una gran paz en mi frente, hasta que el pequeño compañero de mi niñez viene a despertarme por la mañana para ir juntos a cantar las laudes a Dios, el amado de nuestros corazones.
La palabra ángel, como sabemos por la Biblia, significa mensajero, porque los Angeles son los enviados de Dios para cumplir sus órdenes (Hebreos 1, 14). El Padre Pío tomó estas palabras de la Sagrada Escritura a la letra, y su Angel Custodio tuvo que llevarse más de una regañada, cuando discutían los dos:
– Angel de Dios, tú me has sido dado para mi custodia. Dios te hado el encargo de guardarme. Tienes esta orden recibida de Dios, y la debes obedecer. Tienes que estar junto a mí, tanto que te guste como que no te guste.
Y el Padre Pío lo quería para que le cumpliera fielmente todos los encargos. Por ejemplo, un día le dice a su Angel Custodio:
– Angel mío, me ha llegado esta carta en francés, y esta otra en griego. Yo no conozco estas lenguas, así que tradúceme las cartas.
Otra vez, y esto con frecuencia:
– He escrito esta carta y urge mucho que la tenga pronto el destinatario. Llévasela rápido.
Igualmente, en cartas que escribía, a veces daba este encargo a la persona destinataria: Saluda de mi parte a tu Angel. Igual que le podía haber dicho a tu mamá. Tan convencido estaba de que cada uno tenemos nuestro Angel Custodio. Y por eso escribió a una dirigida suya:
– Acuérdate de tu Angel de la Guarda, que está siempre a tu lado, estés en gracia de Dios o estés en pecado. ¿Qué amigo más grande puedes tener que tu Angel Custodio?
Y a sus muchos hijos espirituales, les repetía con frecuencia:
– Cuando tengas necesidad de mí y no puedas venir, mándame a tu Angel Custodio con tu encargo.
Aunque uno le respondió:
– Pero, ¿usted siente de verdad lo que le mando decir con mi Angel?
– ¡Pues claro que lo siento! ¿Es que me crees sordo, o qué?…
Como dice su autorizado biógrafo, Dios le dio estas gracias al Padre Pío en orden a la Iglesia. La santidad no consiste en estas gracias especiales, sino en practicar la virtud cada día en el cumplimiento de los propios deberes.
Somos nosotros los que necesitamos la ayuda de estas gracias. Y esta verdad del Angel Custodio, ¡es tan bella y nos puede hacer tanto bien!…