Por el camino que Dios quiere

25. abril 2023 | Por | Categoria: Familia

Cuando pensamos en la vida de familia no podemos soslayar aquello que un día u otro ha de ocurrir a los padres, a saber: orientar y apoyar a los hijos en la elección de estado, de carrera, de oficio.
Muchas veces oímos a los papás, cuando están imbuidos de sentido cristiano, esta expresión tan hermosa: Los hijos no son nuestros, sino de Dios. Dicen mucha verdad. Y, si son de Dios, hay que respetar sumamente la determinación de los mismos hijos cuando tratan de dar la orientación a su existencia.
Es un momento delicado, y hay que dejar a los hijos actuar libremente, porque están eligiendo el camino que les va a realizar en la vida, y, en definitiva, el que los va a llevar a Dios.

Y viene el preguntarse: ¿Qué estudios? ¿Qué carrera? ¿Qué profesión? ¿Qué oficio? ¿Qué estado?… Lo que más les guste. Lo que más les convenga. Aquello para lo cual tengan más aptitudes. Aquello que les va a hacer más felices. Aquello en que pueden rendir más. Aquello que descubren ser la voluntad de Dios sobre su vida.
Los padres entonces, con gran gozo, aceptan lo que ven ser lo mejor para sus hijos. Pero otras veces también, y con sentido de responsabilidad, han de aceptar lo que a ellos no les gusta, pero que reconocen ser lo más conviene a sus hijos para su felicidad.
¿Qué criterios, entonces, hay que seguir para aconsejar debidamente a los hijos?

El primero de todos, ya se ve, es tener a los hijos un gran respeto en cuanto a lo que más les gusta o a lo que tienen mayor inclinación. Esta inclinación y ese gusto son normalmente manifestación de las aptitudes que poseen.
Si se reconoce en los hijos tanto la aptitud como la inclinación, dejarlos seguir su impulso es la norma primera y más elemental.

El segundo criterio se basa en las posibilidades de éxito. Aquí sí que es necesario el consejo y el diálogo entre padres e hijos. A los hijos les falta la experiencia de la vida, y pueden errar fácilmente el camino.
Por mucho que guste un trabajo, un oficio, una profesión, si no se ve salida para poder triunfar, hay que aceptar la realidad de las cosas con valentía y decidirse por otro camino.

Después, es necesario contar con las condiciones de la familia. ¿Sabrán el hijo o la hija desempeñarse en un trabajo que está en oposición al ambiente en que han vivido siempre? ¿Cuentan con las posibilidades económicas? Y varias preguntas más que se podrían formular.
Como se ve, aquí se trata de realidades concretas en que se desenvuelve la familia. Hay que ser audaces y arriesgados, pero no imprudentes.

¿Y quiénes son los mejores consejeros? Hoy se dan escuelas profesionales, como todos sabemos. Hay que contar con ellas. Suelen actuar con una gran honradez, y son muchas las vocaciones profesionales que salen de sus aulas.
Pero, más que nada, hay que contar con la propia familia. Es la mejor consejera entre todos los orientadores. Su voz y su voto son de gran peso en esta cuestión. Además, la familia está guiada primariamente por el amor, y el amor adivina mucho más que todos los razonamientos.
Todo esto, sobre la vocación en general, y concretamente de la vocación humana, que lleva al desempeño de un trabajo o una profesión civiles.

Pero, como cristianos y miembros de la Iglesia, no podemos esquivar la cuestión de una vocación por parte de Dios a una vida entregada por completo al Reino de Dios. ¿Qué hacer cuando Dios llama a uno de  los hijos o hijas al sacerdocio o a la vida religiosa consagrada?
Dios ha dado los hijos a los padres, y ahora es Dios quien pide a los padres que le den a Él en especial alguno de los hijos o de las hijas para que, con una entrega personal y definitiva, se den sin reservas al servicio de Dios y de los hombres sus hermanos.

Esta vocación es un don especialísimo de Dios para una familia, como lo ha mirado siempre el sentido cristiano de los fieles. Un ejemplo luminoso nos lo va a decir mejor que mil razones. Aquella señora inglesa, protestante, se convierte a la fe católica. Muy generosa con Dios, le pide que le dé muchos hijos, y Dios… pues le hizo caso mandándole trece nada más…. Y ya con tantos hijos e hijas en el hogar, la ferviente convertida le pide a Dios ahora que los escoja a todos para Sí. También Dios le hace caso…, y van marchando uno tras otro, para convertirse
– uno en el Arzobispo Primado de Inglaterra, el famoso Cardenal Vaughan;
– otro, Arzobispo en Australia;
– dos de ellos, los fundadores de la Abadía benedictina en Suecia;
– otro, jesuita que también fue consagrado Obispo;
– el último, para no ser menos, también Obispo.
– Y las cinco hijas, todas entraron en la vida consagrada, una de ellas, Clara, para morir con fama de santidad.
Faltó uno de los varones, porque Dios se lo había llevado al Cielo.
Sin comentarios, vaya, que se caen por su propio peso…
Cuando llega el caso, los padres, los hermanos, la familia entera, saben dar el hijo o la hija a Dios, convencidos de que Dios no se deja ganar en generosidad.

El asunto de la vocación de los hijos —humana, profesional, consagrada— ha sido y sigue siendo la preocupación mayor de los padres. Pero Dios guía cuando se procede con rectitud. Y el momento tal vez difícil y preocupante se convierte en fuente de gozo, al ver cómo la vida se resuelve bien y en armonía con el plan de Dios, que a cada uno de los hijos lo coloca en el mundo allí donde va a ser más feliz y rendir más para una vida importante…

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