Un libro escrito por Dios

15. abril 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Si en una reunión cualquiera se nos ocurre preguntar: A ver, ¿cuál es el libro escrito por Dios?, la respuesta la tenemos segura: ¡La Biblia!… Sin embargo, antes de que Dios inspirase esa Biblia adorada, había escrito otro libro monumental, espléndido: es el libro de la Naturaleza.

El libro de la creación lo entendemos todos, lo mismo el sabio que el analfabeto. Las almas finas lo leen de continuo, sin cansarse nunca, porque encuentran a Dios en todas sus letras, lo mismo en una gigantesca galaxia de miles de millones de estrellas que en un insecto diminuto o en la florecita perfumada.

Aprender a leer en el libro de la Naturaleza es una de las más bellas distracciones a que nos podemos dedicar. Dios dice de Sí mismo en la Biblia que es el Dios escondido (Isaías 45,15). Pero, le traiciona la creación, porque la creación lo pregona clamorosamente de mil maneras, sin que pueda callarse el secreto de Dios que esconde y que se gloría de proclamar.

Paseaba durante la noche estrellada uno de los mayores sabios que ha habido, el descubridor de la ley de la atracción universal, y le dice el amigo que le acompaña:
– Dime, Isaac, ¿cómo me darías una explicación bien breve de que Dios existe?
Newton no hizo más que levantar el dedo hacia las estrellas, y soltó una sola palabra:
– ¡Allí!.

Esta experiencia la tuvo también San Agustín, que no se cansaba de hablar con todas las criaturas, como nos cuenta él mismo:

Pregunté a la Tierra: ¿Eres tú por casualidad Dios?
– ¡No, yo no soy Dios!…
Pregunté al mar inmenso, a los vientos airados, al cielo, al sol y las estrellas:
– ¿Sois alguno de vosotros Dios?
– ¡No, no! Nosotros no somos Dios…
– Entonces, decidme: ¿Quienes sois?
Y todas esos seres inmensos me respondieron a gritos:
– ¡Somos las criaturas que hizo Dios!

Cuando hablamos así, no nos metemos en esa lección tan grave del apóstol San Pablo al decir que los paganos que no conocieron a Dios serán inexcusables en el día del Juicio, porque no lo descubrieron por la creación. Ahora hablamos de la Naturaleza como educadora del espíritu.

La persona que se aficiona a leer en el libro de la creación se convierte en un alma muy fina. Se enamora de ella, y la Naturaleza, todas las cosas bellas que ve, la flor y el pajarito, la fuente de agua cristalina, la montaña soberbia, el volcán imponente con sus lenguas de fuego, el bosque y el mar, todo, todo son caminos que le llevan al Dios que ama.
Le pasa como al poeta enamorado, que le cantaba a la novia:   
Por toas partes se va a Roma -, dice un antiguo refrán,
y yo por toítas partes – voy a tu casa a parar (Manuel Machado)

No hay, efectivamente, criatura que no esconda un mundo de maravillas, con las cuales adivinamos la grandeza, la sabiduría, la hermosura y el amor de Dios. Y todas ellas nos invitan a cantarle un himno de alabanza, porque todas nos arrancan instintivamente una oración.

Aquel sacerdote San Juan Bautista Vianney, predicaba el domingo a sus fieles:
– El otro día venía por el camino al pueblo, oí cantar a los pajaritos en el bosque, y me eché a llorar. ¡Bellos animalitos!, les dije. Dios os ha creado para cantar, y cantáis. ¡El hombre ha sido hecho para amar a Dios, y no le ama!

Los hombres más grandes de la ciencia nos dicen esto continuamente. Como uno de los  principales astrónomos de la edad moderna, cuando empezaron a descubrirse los inmensos mundos estelares, y que decía, como un profeta entre los sabios:
– Es inminente el día en que nos será dado leer a Dios en el libro de la naturaleza con la misma claridad con que lo leemos en las Sagradas Escrituras y contemplar gozosos la armonía de ambas revelaciones (Kepler)

El ejemplo más eminente lo tenemos en el mismo Jesús. ¿Quién como Él descubría a Dios su Padre en las cosas más pequeñas?
Lo veía en el sol, que su Padre sacaba cada mañana de su escondite para que alumbre a los buenos y a los malos.
Lo veía en la lluvia, que la derrama sobre el campo del malo como del bueno.
Lo veía en el pico de los pajaritos a los que alimenta y en las flores que viste con primor.
Lo veía en todo, y por todo lo alababa y con todo lo amaba.
Jesús veía a Dios su Padre en todas las cosas, y todas le enseñaban lo grande que es el Creador, el poder que derrochó para hacer el mundo, la Providencia con que cuida de los seres más pequeños, el amor que nos tiene a nosotros, llamados a su Reino celestial.

¡Dios nuestro! Tú puedes ser un Dios muy misterioso. Tratas de  esconderte, pero adivinamos dónde estás… Porque Tú mismo nos enseñas a rastrear tus pasos para encontrarte en todas partes… Hasta que te hallemos para no soltarte más de nuestra vista ni de nuestras manos, desde luego…

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