Los mayores valientes
29. abril 2011 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesPara hacer algo en la vida —sobre todo como cristianos— necesitamos mucha energía de carácter, mucho espíritu, y ser valientes cuando tantos fallan a nuestro alrededor. Encontramos en muchas personas que nos rodean una cualidad que nos arrebata o un defecto que nos decepciona. Son la valentía o la cobardía.
¿Esa persona es valiente? Nos entusiasma sin más. Nos atrae, nos arrastra, nos hace sentirnos seguros a nosotros mismos.
¿Esa persona es cobarde? Nos inspira lástima, nos apartamos de ella, no nos inspira confianza alguna.
Me viene a la mente el caso de un estudiante de la universidad. Dadas las circunstancias revolucionarias en que se produjo, pudo acabar todo en tragedia, aunque acabó en un gesto noble de los vencidos y en un servicio humilde del vencedor.
Los estudiantes de la universidad se habían declarado en una huelga injustificada. Un joven sacerdote, estudiante también, se presenta puntual ante las aulas, bloqueadas por los alumnos díscolos que le gritan:
– ¡Alto, y no pase! ¡Hemos jurado que hoy no entra en la clase ni Cristo!
El sacerdote se saca del bolsillo un pequeño Crucifijo, se lo clava en el pecho, y se enfrenta a los enfurecidos compañeros:
– ¡Pues yo juro que Cristo entra hoy en clase, y yo con Él! ¡Todos adentro!
Protestas, gritos, denuestos. -¡Hay que acabar con este tipo!… -¡No señores! Este tipo es un macho! Como él necesitamos muchos… -¡Escápate, que te linchan!… -¡No hagas caso, que no van a poder!…
Aquel estudiante sacerdote permanece sereno en inflexible en su decisión: ¡Hoy hay clase!… Bajan al fin todos la cabeza como mansos corderitos, y aquel día estuvieron más atentos que nunca a las explicaciones del profesor.
La valentía arrastra. Y la valentía que nos interesa a nosotros no es precisamente la del soldado en el frente de batalla, por meritoria que sea. La valentía de que nosotros hablamos aquí es la que manifiesta el hombre o la mujer en el cumplimiento del deber diario. Mucho más, si miramos el deber del cristiano en la profesión de su fe.
Entre nosotros no podemos hacer esa distinción del deber de hombres y de cristianos, porque toda nuestra vida humana está llena de la Gracia de Dios, y todo deber es a la vez humano y cristiano.
El hombre que trabaja duro con responsabilidad por su familia, no lo hace solamente como hombre, sino como cristiano, que se llena de mérito ante Dios.
La mujer madre que se sacrifica hasta lo último por el niño, no lo hace simplemente por amor de madre, sino como cristiana llena de fe.
Ante estos deberes humanos y cristianos, ¿cómo sabemos reaccionar, como valientes o como cobardes?
No aceptaremos en modo alguno la cobardía ni la flojedad, sino la valentía más notoria, por callada que sea.
La cobardía no la aceptamos en nadie.
La cobardía es la mayor afrenta del joven, que debe ser ilusión, optimismo, riesgo, audacia.
La cobardía es una vergüenza en el hombre, todo él hecho de fuerza y reciedumbre.
La cobardía es inconcebible en la mujer, toda ella abnegación, generosidad, heroísmo.
Cobardía es la claudicación ante el deber.
Cobardía es la huida ante un compromiso.
Cobardía es la inconstancia ante una obligación.
Cobardía es la queja ante un dolor inevitable.
Jesucristo no perdona al cobarde, y lo condena por su omisión injustificada. Conocemos la parábola del Evangelio, cuando el amo se enfrentó con el criado perezoso al que confió su dinero:
– ¿Qué has hecho con el capital que te entregué para que negociaras con él?
– Tuve miedo, y lo escondí. Aquí tienes lo tuyo, que te lo devuelvo entero.
– ¡Haragán miserable! Por tu propia boca te condeno.
Y mandó que el criado de la parábola fuera castigado duramente. Por criminal, no; sino por cobarde (Mateo 25,25)
Pero si el cobarde nos merece ese reproche y nos trae esa antipatía, la persona valiente, por el contrario, nos cautiva, nos inspira veneración, se lleva todo nuestro respeto.
La vemos luchar consigo misma, para ser siempre fiel a su conciencia.
Lucha contra las ideas que se oponen a Dios y al Evangelio de Jesucristo.
Lucha para vencer todas las dificultades de la vida.
Los más valientes entre nosotros pasan la mayor parte de las veces desapercibidos.
Son héroes desconocidos de todos, menos de Dios, afortunadamente.
Su sacrificio no lo conoce nadie. Van cumpliendo su deber o sufriendo su enfermedad con el silencio de la hostia que está sobre el altar, o consumiéndose poco a poco igual que la vela ante la imagen del Santo Cristo.
Pero, como aquellas hostias de la Biblia, tienen una respuesta imprevista: baja de repente el fuego de lo alto y se las lleva para no verse más en la tierra. Dios se las ha llevado, y, escondidas en Dios, ¡qué suerte tienen al lado de Jesucristo, el que reina por los siglos sin fin!…