El espíritu de la Resurrección

11. mayo 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

Muchos domingos oímos en la Misa cómo el Sacerdote dice en la plegaria eucarística: – ¡Tu Iglesia!, “aquí congregada en el día en que Cristo ha vencido la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”. Es decir, que la Misa dominical, punto culminante de toda la semana cristiana, es una vivencia actual de la Resurrección de Jesucristo.

El cristiano, efectivamente, encuentra en la Resurrección el origen, la razón y esperanza suprema de su ser de cristiano. Por eso también, la celebración de la Resurrección de Cristo no se limita a un día, al día de la Pascua, sino que es celebración continua, repetida cada domingo y cada día.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace estas tres aserciones tan importantes, síntesis o resumen de toda nuestra fe y de nuestra esperanza :

la Resurrección nos prueba que Jesucristo es Dios; la Resurrección nos comunica la vida divina; la Resurrección nos garantiza nuestra propia resurrección (652-655)

Jesucristo, ¿es verdaderamente Dios? La Resurrección es la prueba que el mismo Jesús dio de su naturaleza divina y de su misión. A los jefes de los judíos se lo dijo sin miedo a las consecuencias, sabiendo que lo condenarían por blasfemo: Cuando me hayan levantado sobre la tierra en cruz, entonces reconocerán todos que YO SOY, el Hijo de Dios, y Dios mismo (Juan 8,28). Que destruyan este templo de mi cuerpo, pues les aseguro que en tres días lo habré yo reedificado (Juan 2,19). ¿Cumplió Jesús la palabra? ¿Resucitó de veras?… Entonces, Jesucristo es Dios. Nuestra fe es segura.

¿Y para qué murió y resucitó Jesucristo? El apóstol San Pablo nos lo dice con claridad meridiana. “Entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación” (Romanos 4,25)

¿Nosotros, pecadores, condenados con Satanás a quien nos vendimos? Sí, pero… ¡qué suerte la nuestra! Hubo un valiente que subió sin titubeos a la cruz, pidiendo al Padre: ¡Yo pago por ellos! ¡Padre, perdónalos!

¿Privados de la vida divina, perdida por Adán para sí mismo y para toda su descendencia? Sí, pero…, ¡qué suerte también la nuestra! Jesucristo que resucita, y nos brinda por todo saludo: ¡Recibid el Espíritu Santo! Los pecados quedan perdonados…

En adelante, Él y nosotros, “¡hijos de Dios!”… Vete, María, a decir a “mis hermanos”: Voy a mi Padre, que es también vuestro Padre (Juan 20,17)

¿Nosotros, sentenciados a muerte con Adán, a morir queramos que no? Sí, pero… ¡qué suerte la nuestra! Un Jesús, que dice: Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá. Y como signo y prenda: Tomad y comed este pan… Al que lo coma, yo lo resucitaré en el último día (Juan 11,25; 6,54)

¿Qué miedo nos da ya muerte? Ninguno. La tenemos vencida de antemano.

Cuando pensamos en estos tres puntos de nuestra fe —elementales, importantísimos—, nos damos cuenta de que nuestra vida entera es una verdadera Pascua, cimentada en una fe firmísima, ¡porque Jesucristo es Dios!; desarrollada en realidades divinas, ¡porque la Gracia nos da la vida de Dios! y abocada a una gloria segura, ¡porque, muertos con Cristo, con Cristo resucitaremos!…

La vida entonces —porque no nos dan miedo alguno las contrariedades que nos puedan venir—, es una vida feliz, inundada como está por la vida del Resucitado.

Miramos el mundo, nuestro mundo, tan bello y tan trágico (Pablo VI), y en medio de tanta calamidad como observamos, los cristianos de fe somos optimistas. No triunfará el mal para siempre.

La injusticia cederá un día el paso a la justicia y al amor.

La impureza que todo lo inunda, será barrida de la faz de la tierra.

La violencia soltará las armas de las manos, y el mundo disfrutará de la paz tan soñada.

¿Por qué decimos esto, y con tanta seguridad? Porque Jesús ha vencido el pecado y la muerte, y ha sembrado en todas las cosas, en la creación entera, el germen, la semilla de la inmortalidad.

La historia la hacemos los hombres, pero Dios está metido en ella empujando su salvación hasta el fin.

Nosotros, llevados de la fe, prestamos nuestra humilde colaboración a Dios trabajando por el Reino, como nos enseña esa canción: En la Resurrección — vivimos la esperanza de un mundo mejor. — Ser testigos del Señor — exige cambiar, y luchar — por un mundo de justicia y de paz.

Y lo hacemos con esperanza, sabiendo que al final, puestos todos los enemigos bajo el estrado de sus pies, Jesucristo reinará glorioso, y nosotros con Él, por siglos sin fin.

Este es el espíritu de la Resurrección. Espíritu que lo vivimos cada día, paso a paso, momento a momento: en la oración, en el trabajo, en la oficina, en el hogar, en todo quehacer, en la Misa dominical y en toda celebración de la Iglesia.

Porque todo Sacramento, toda celebración, igual que toda obra de nuestras manos —santificada como está por la Gracia— no son más que un atacar al pecado que nos mató, y un llenarnos, con avidez, de la santidad que Jesucristo nos sigue ofreciendo en el seno de su Iglesia.

Todos los días son Pascua para nosotros, hasta cuando estamos clavados en la cruz. Desde la Cruz al Sepulcro no había más que unos pasos, y el Sepulcro hace mucho tiempo que está vacío…


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