Con buena salud mental
25. mayo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeEs muy conocida entre nosotros la afirmación de un político y congresista católico, que decía: “El Sacramento de la penitencia es la primera cátedra de psicología y de ética que se ha conocido en el mundo” (Vázquez de Mella). Esto no lo decía un obispo o un cura predicador, sino un caballero de chaqueta y corbata, y lo decía en nombre de todos los que actúan con fe y hasta con solo sentido común.
Un capitán de barco lo comprobó con su experiencia personal, aunque cargó el hecho con buena dosis de humor. Era a finales del siglo diecinueve, y unos sacerdotes se dirigían a un país lejano, a misiones entre infieles salvajes. El capitán los observa, se admira de la valentía de aquellos emisarios de Cristo, se conmueve, y dice resuelto: ¡Me confieso, que harto lo necesito!… Y así fue, hasta poder decir después:
– No ha habido momento de mi vida, hasta el más feliz, que no estuviera ensombrecido por algún dolor. Hoy, no. Hoy soy feliz completamente.
Pasan unas horas, y se levanta en el mar una gran tormenta. La nave, ¡cosa extraña!, en vez de verse entorpecida, avanza mucho más ligera, hasta preguntarse el timonel: ¿A qué puede obedecer esta mayor velocidad? Y el capitán, festivo:
– ¡Pues, claro! ¿No ve que el barco se ha aligerado de un peso enorme? Yo solo tenía más pecados de lo que pesa todo el casco, y todos se han ido a pique
¡Viva el humor del simpático capitán! Nos ha dicho lo que es verse sometido al peso de la culpa y lo que es liberarse de ella. O se tira la culpa por la borda, o desequilibra la vida entera.
Estamos en el tiempo de la sicología y de la siquiatría, a las cuales se recurre cada vez más para recobrar una salud espiritual en quiebra, o al menos para prevenir los males de un sistema nervioso desequilibrado.
Nada hay que objetar, sino más bien agradecer a Dios por estos avances de la ciencia, cada vez más al servicio del hombre.
Pero, como lo decimos tantas veces, Jesucristo se avanzó muchos siglos a la ciencia actual, y confió a su Iglesia el poder de reconciliar al hombre con Dios y reconciliarlo consigo mismo, de modo que, con la paz del alma, gozara también de ese equilibrio —tan deseado y tan envidiable— de sus propios nervios.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo reconoce claramente:
– En los que reciben el sacramento de la Penitencia con disposición religiosa, tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual… Porque el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior (1468, 1469)
Los que frecuentamos la Iglesia, gracias a Dios, llevados de nuestra fe, oímos muchas veces cómo se nos recomienda recibir el Sacramento de la Reconciliación, sin darnos cuenta de la gracia de Dios que supone el tener a nuestra disposición un medio semejante de pacificación interior.
Las otras iglesias cristianas lo suprimieron de ellas en mala hora. El mayor poeta alemán, una voz protestante tan autorizada, lo lamenta sin tapujos: Lutero, al haber suprimido la Confesión, cargó sobre el espíritu del hombre una enorme responsabilidad, dejándolo sólo ante el problema de su propia vida. Y acaba condenando con energía:
– La confesión oral, no debió nunca ser suprimida (Goethe)
Otro escritor comprueba lo mismo: Ocurre con más frecuencia de lo que uno se figura, que el remordimiento, por tanto tiempo comprimido, forma, en las profundidades de ciertas almas, algo así como una mina terrible, que, al explotar, amenaza con destrozar los corazones, Entre los católicos, la Confesión es la válvula de escape secreta que previene la explosión (Mons. Gerbert)
La Confesión católica ha sido y es objeto de mucha guerra, y no sólo por parte de los enemigos de la Iglesia, puesto que la crítica viene ahora desde el mismo campo católico. Pero todo lo que se dice contra ella, no resiste el más pequeño examen.
Si uno se ha enemistado con Dios, ¿cómo se tiene la seguridad de que Dios ha olvidado y ya no puede condenar? O se acude a Dios mismo por medio de un representante suyo autorizado, o esa seguridad, y la consiguiente tranquilidad, no se podrán tener nunca.
Es una experiencia de cada día que, cuando uno ha hecho una mala acción, la declara a quien sea, a un amigo u otro, hasta echarse de encima ese peso. Si el mal moral tortura la conciencia, hay que ir a uno que, a la vez que recibir el desahogo, pueda quitar el mal, y eso se consigue sólo con un ministro plenipotenciario de Jesucristo, y que le pueda declarar, en nombre del Señor, que la culpa ha sido erradicada.
Mirada con ojos de fe, y hasta con simples ojos humanos, se ve, se palpa, que los desequilibrios nerviosos, provocados muchas veces por males internos, encuentran en este Sacramento un remedio que no han sabido inventar los hombres, sino que lo dejó como un legado suyo precioso a la Iglesia el mismo Jesucristo, ¡que sabía bastante sicología, bastante!…
Mil hechos que pasan cada día le dan la razón a la Iglesia. Hubo en Alemania un misionero santo (P. Miguel Hofreuter). Va confesarse con él un posadero, que descargó en el Sacramento una cantidad enorme de culpas. De regreso para casa sobre su caballo, lo iba arreando, lleno de felicidad: -¡Tira adelante, tira, caballo mío, que llevas un quintal menos de peso que cuando has venido!…
Total, igual que el capitán del barco: el uno en el mar…, el otro a campo traviesa…