A la derecha del Padre
1. junio 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeUn precioso himno de la Liturgia cantaba con ardor: Todos los que buscan a Cristo, claven los ojos allá en la altura, y podrán contemplar el signo de la gloria inmortal. Verán algo inimaginable, que nunca acabará; algo sublime, altísimo, sin principio ni fin, anterior al cielo y a los abismos del universo.
Esto era Jesús en la cima del Tabor, cuando se transfiguró e hizo ver la gloria que le esperaba, profesada por nosotros en el Credo cuando decimos: “Y está sentado a la derecha del Padre”.
El primer obispo de Jerusalén, designado por los Apóstoles, fue Santiago el Menor, hombre austero, muy fiel a la Ley, sumamente respetado por los jefes judíos. Hasta que un día, furiosos por las conversiones que atraía a la Iglesia naciente, ya no lo soportaron más, y determinaron deshacerse de tan molesto vecino. Viene ahora la leyenda de su martirio, un cuento que resulta bonito. Agarran a Santiago y lo suben al terrado del Templo, convocan al pueblo para el espectáculo, y lo invitan a que dirija a todos la palabra:
– ¡Habla a este pueblo! Cuéntale las cosas de aquel Jesús que fue clavado en la cruz. ¿Qué ha sido de él? ¿Dónde está ahora, si lo sabes?…
Santiago se pone en oración, alza los ojos al cielo, y exclama con emoción intensa:
– ¿Por qué me preguntan sobre Jesús? Está allí, allí arriba, a la derecha del poder soberano de Dios, y un día aparecerá sobre las nubes para juzgar al universo.
Los cristianos que se habían congregado en la explanada comienzan a aplaudir frenéticamente, mientras que los jefes de los judíos, ante su terrible fracaso, agarran al apóstol y lo lanzan desde lo alto con violencia, para que se estrelle contra las losas del pavimento.
Se necesita imaginación para inventarse un espectáculo semejante, pero la realidad contenida en esa leyenda supera con mucho el poder de la imaginación más viva. ¡El Jesús de la gloria!…
El Catecismo de la Iglesia Católica, en números muy densos, nos lo explica, después de citar a Marcos: “El Señor Jesús fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Marcos 16,19)
“Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde Jesús está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada” “Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del Reino del Mesías, cumpliéndose la profecía de Daniel: A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (663)
Cuando Esteban hablaba a la asamblea judía, interrumpió su ardiente perorata, clavó los ojos en lo alto, y exclamó en un arrebato sublime:
-“Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios”.
Este grito le costó la vida bajo una nube de piedras (Hechos 7,56). Pablo escuchó estas palabras, que tomó como una horrible blasfemia; se le gravaron como una cuña rusiente en su memoria, y, cuando las entendió después de su conversión, las supo interpretar para nosotros de manera también inolvidable: “Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Pensad en las cosas de allá arriba, no en las de la tierra, porque vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3, 1-4)
¿Y qué hace Jesucristo a la derecha de Dios? ¿Está ocioso? ¿Se ha desentendido de nosotros?… El Padre y Doctor de la Iglesia San Ambrosio, interpretando eso de “está sentado”, “está de pie”, dice de manera bellísima: Jesús está sentado, porque reina; y está de pie, porque nos protege. Al estar sentado, demuestra autoridad; al estar de pie, indica su bondad. Las dos cosas, sentado y de pie, significan su gloria.
Ciertamente, Jesucristo está en el Cielo como el general triunfador que descansa de la batalla, luciendo la condecoración más alta, codeándose con el mismo Dios, porque es Dios como el Padre. Pero, más que mirarse a Sí mismo, más que disfrutar de su propia gloria, allí está todo para nosotros.
En la fiesta de la Ascensión, nos lo dice la Liturgia con palabras que entusiasman: “Cristo ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino”. Y, para esto, nos dice la carta a los Hebreos, allí está “para presentarse ante el acatamiento de Dios a favor nuestro”, “porque puede salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder a su favor” (Hebreos 9,24: 7,25)
¡Cuánta belleza entraña, y cuánta riqueza encierra esta verdad de nuestra fe: “¡Y está sentado a la derecha del Padre!”.
Esta verdad nos entusiasma, porque no es una fría lección de catecismo. Nos enardece. Nos enorgullece la gloria de Jesucristo, nuestro querido Redentor. ¡Y hay que ver cómo estimula!… En las persecuciones romanas, una santa mujer, Felicitas, ve morir ante sus ojos a sus siete hijos, como aquella madre de los Macabeos. Ante el prefecto del tribunal, animó valiente a sus hijos para que confesaran la fe en Jesucristo, al que adivinaba en el Cielo como Esteban:
– Hijos míos, mirad el cielo. Alzad los ojos: allí os está esperando Cristo con sus santos. Luchad por vuestras almas, fieles al amor de Dios.
Al profesar este artículo de la fe —¡Está sentado a la derecha del Padre!—, nuestros ojos se clavan en la gloria, y nos presentamos sin más en el Cielo. Entonces, lejos de espantarnos la muerte, nos decimos con Pablo que el morir nos resulta una ganga… ¡porque nos lleva a estar con Jesús! (Filipenses 1,21)
Todo llegará, porque la palabra de Jesús no falla (Juan 17,24), y Él le pidió al Padre: “Donde yo estoy, quiero que estén los míos”…