Los Jóvenes y la Fe
16. mayo 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaAl hablar de la Familia, el punto que se lleva la mayor atención es el de la formación que hay que dar a los hijos. Es natural. Hijos que no salieran bien formados, más que una gloria y una alegría, serían un peso y un dolor muy grande para los padres, que los recibieron de Dios como un don.
Naturalmente, que si nos ponemos a señalar y escoger puntos que requieren una atención especial, nos salen muchos, queramos que no. Tantos, como aspectos ofrece la vida.
Pero hay uno que destaca sobre todos, especialmente entre nosotros que miramos las cosas bajo el prisma de la fe y sabemos que esos hijos tienen un destino eterno, aparte de la vocación que traen al mundo para bien de la sociedad: es la formación en la Fe.
Por eso, hoy nos vamos a fijar en la importancia que tiene la fe de los hijos, sobre todo cuando están en la adolescencia y la juventud. ¿Qué hay que hacer para que nuestros jóvenes salgan recios en la fe?
El Papa Juan Pablo II, un enamorado de la Juventud, nada más asumido el Pontificado, dijo con todo el vigor de su voz (30-X-1978): “Creo en la Juventud. Creo en la Juventud con todo mi corazón y con toda la fuerza de mi convicción”.
Al escuchar estas palabras, uno se pregunta qué diferencia hay entre ellas y las otras de Juan, el discípulo más querido de Jesús: “Jóvenes, os escribo a vosotros porque sois fuertes, porque el mensaje de Dios está en vosotros y habéis vencido al Maligno” (1Juan 2,13)
En la Iglesia de hoy, como en la de los Apóstoles, los jóvenes son y deben ser los prototipos de la fe robusta, limpia, translúcida, consecuente, generosa, que los lleva a ellos a Dios, y lleva a Dios a complacerse en sus corazones.
Hoy más que nunca miramos al mundo con cierto miedo, porque gran parte del mundo está perdiendo la fe. ¿Y qué le sucede entonces? Ocurre aquello que expresó muy bien una comunista célebre antes de convertirse al catolicismo: He de creer o desesperar. Así es. El mundo se desespera porque no cree. Si se convirtiera, reconocería también con la misma excomunista: El don mayor que puede brindarnos la vida es la fe en Dios y en el más allá (Dorothy Day)
Pero, empezamos por preguntarnos: ¿Creen nuestros jóvenes de hoy?… Hace ya varios años se hizo una encuesta entre los jóvenes de las naciones católicas de Europa y de Latinoamérica sobre su fe, y los resultados eran muy buenos, pero dejaban asomar el peligro. Si la mayoría decían que sí, que creían en Dios y en Jesucristo, el motivo que daban de su fe resultaba inquietante y tranquilizante a la vez: decían que creían por costumbre familiar, porque así lo habían visto siempre.
Era motivo inquietante, porque su fe no era por convicción, sino rutinaria. No tenían ideas claras, y, por lo mismo, igual que ahora creían podrían después dejar de creer. La tradición familiar es un bien inmenso, y el mayor tesoro que los padres pueden legar a sus hijos. Pero, hoy sobre todo, no nos basta. La fe de los jóvenes debe ser convicción, no costumbre; opción, no herencia; conquista, no dádiva sólo de la familia o de la sociedad.
Era motivo tranquilizante también, porque nos hacía ver que mientras en la familia se crea en Dios, se rece, se cumpla con el deber cristiano, es difícil que desaparezca la Fe. Y esto nos estimula a mirar la Familia como la gran educadora de la Fe.
En la clausura de un Encuentro Juvenil escuchamos un testimonio impresionante. Aquel muchacho vivía acosado por problemas familiares, aunque la familia era muy creyente, y por dificultades serias en la universidad, causadas por compañeros descreídos. Pero declaró con energía:
– Me arrancarán la piel y me fracturarán los huesos. Pero no causarán un rasguño a mi fe ni quebrantarán mi adhesión a Cristo.
Como observamos hoy continuamente, la desaparición del comunismo ha significado un gran alivio para la fe de muchos pueblos; pero la secularización causada por la sociedad del bienestar en el sistema del capitalismo liberal ha aumentado grandemente los peligros de la fe. Como último reducto en que la fe se salvaguarda de modo seguro, nos queda la Familia.
Los hijos que han aprendido en el seno familiar a vivir según su fe cristiana, saben guardarla después como un tesoro y confesarla sin miedos. Como lo hizo el primer astronauta norteamericano que circunvoló la Tierra (Glen, 1961). Ante las cámaras que llevaban su imagen y su voz a todo el mundo, dijo sin ruborizarse:
– La fe no es una bomba de incendios, al menos para mí. No es un recurso del que sólo en trances de aflicción o de peligro echemos mano para, una vez alejado el peligro, volver a colocar a Dios en su cruz como si nada hubiera pasado. Hace años que me considero en paz con mi Creador, y no siento, por tanto, preocupaciones especiales. Procuro vivir cada día como si fuera el último.
Esto es dar razón a la Sagrada Biblia, cuando nos dice repetidamente, de manera incuestionable, que “El justo vive de la fe” (Romanos 1,17: Hebreos 10,38), una fe que Dios infunde en el Bautismo, pero que se desarrolla sobre todo en esa iglesia doméstica que es la familia cristiana.
Dios nos dio la fe como un regalo suyo, aceptado gozosamente por nosotros. Si nuestros jóvenes, todos bautizados, no tiene fe o flaquean en la fe, no es por un fallo de Dios, sino de ellos, que la rechazan o no la cultivan. La familia, entonces, consciente de su poder formativo, es celosa de guardar el tesoro de la fe cristiana. En el hogar habrá plata o no habrá plata. Pero si hay fe y se transmite fe a los hijos, se les deja en testamento una riqueza que le envidian los más opulentos millonarios.