El trabajo en la familia
23. mayo 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaNo es la primera vez que empiezo el mensaje recordando cosas que nos exponía el Director de nuestro Grupo, un sacerdote que nos hizo tanto bien. Aquel día nos iba a hablar de la importancia que el trabajo tiene en la vida de familia, y comenzó con un recuerdo personal que yo he tenido después siempre muy grabado en mi mente. Nos lo contó así.
En nuestro convento seminario se presentaban jóvenes para la vida religiosa, y una vez nos llegó un muchacho muy especial. Campesino, sin letras, noblote, escondía bajo formas algo toscas un alma preciosa.
Aceptado por los Superiores como Hermano laico, el día de su ingreso salió de su casa al amanecer, con un modesto bulto en la mano, y los veinte kilómetros entre su casa y el convento los hizo a pie, por el camino tortuoso que discurría entre pinares por la tierra montañosa.
Llega al mediodía, lo acompañan directamente al comedor, y le invitan a sentarse a la mesa. Ya con el plato delante, no probaba bocado:
– ¡Coma, coma! Esto es para usted.
Y él, como la cosa más natural del mundo, da una respuesta desconcertante:
– ¡Oh! Hoy no puedo comer; hoy no he trabajado.
Un viaje necesario y el más importante de su vida, con más de cuatro horas a pie, y aquel día no había hecho nada digno de la mesa… Quien así hablaba fue después un héroe del trabajo. Dios lo llenó de gracias extraordinarias, y al fin murió con merecida fama de santo.
No piensen ahora ⎯seguía diciéndonos nuestro Director⎯ en el religioso santo. No es éste mi propósito. Piensen únicamente en la importancia que se le daba a la virtud del trabajo dentro de aquellas familias tan recias. Trabajar era tan importante y tan cristiano como el rezar o el ir a Misa los domingos. El trabajo no era simple necesidad; era el primer deber querido e impuesto por Dios.
En esta misma línea hablamos ahora del trabajo, como un deber de los mayores, como un punto capital en la formación de los hijos, y como la suma de grandes valores. Y esto, lo mismo del muscular que cansa los brazos, como del estudio que fatiga el cerebro, o del rutinario de las labores domésticas.
El trabajo, primeramente, dignifica mucho a una persona. Podrá ser el trabajo más humilde quizá, pero realizado por sentimiento de deber, y hecho con la mayor diligencia y perseverancia, le merece a quien lo ejecuta el respeto de todos, respeto que casi se convierte en veneración.
Quien trabaja mucho y bien denota ser un ser superior, al revés del negligente, que cosecha únicamente desestima y hasta menosprecio. La holgazanería, a la vez que no desarrolla o deja inactivas las facultades de la persona, es la causa reconocida de todos los males morales. Por dignidad propia, todos nos queremos distinguir en nuestra dedicación al trabajo.
El trabajo, perfecciona a la persona. Todos hemos venido al mundo muy ricos en cualidades. Las diferencias de valor las establecerá el esfuerzo que hayamos puesto en desarrollarlas, y esto se consigue únicamente con la entrega al trabajo asiduo.
A pesar de su excelente posición social, aquel empresario tenía muy pocos amigos y era bastante huraño con algunas personas “bien”. Con cierta confianza, alguien le preguntó:
– ¿Por qué se porta así? No siente el vacío que se forma a su alrededor?
Y él, muy tranquilamente y con bastante desenfado:
– Porque no estoy conforme con aquellos que por tener asegurada su existencia gracias a la finca, la empresa o la abundante cuenta del banco, no se dedican a un trabajo serio y responsable. Yo sé lo que me ha costado hacerme con lo que tengo. Busco para amigos a los son un poco igual que yo.
El trabajo, especialmente en orden a la familia, es la fuente del bienestar. Todos sabemos bien que bastantes conflictos familiares se resolverían con algo más de holgura económica. De ahí la importancia de la dedicación al trabajo serio, constante, con la mira puesta en la felicidad de los seres queridos.
Cuando hablamos de todo esto en orden a la familia, más que pensar en el trabajo en sí miramos a la formación que se les imparte a los hijos. Porque todos vemos lo que significa para los hijos el que desde la niñez hasta el pleno desarrollo en la juventud adquieran conciencia de lo que para ellos supone el amor al trabajo. Ser unos apasionados por el trabajo les traerá mayor fortuna que una herencia pingüe. Harán menos caso ⎯y durará menos en sus manos⎯ un millón heredado que unos miles ganados a fuerza de puños.
Traigo a este propósito el caso de un amigo mío ⎯y creo no abusar de su confianza al contarlo⎯, que muy joven, y antes de tener novia, se presentó un día a su padre para decirle:
– Papá, ¿qué me vas a dejar a mí para después? No me contestes, y escúchame. Sé que no es el mejor momento para ti, pero te pido que hagas un esfuerzo y gastes todo lo que te va a significar mi Universidad. Cuando saque el título, me ayudas también a montar mi propia oficina. Después, no te preocupes más de mí en cuanto a dinero. Las tierras, la casa, todo, se lo puedes dejar a mi hermano.
El padre le hizo caso. Hoy ese mi amigo es un abogado con buen nombre, cuida con cariño de los papás, y a sus tres hijos estupendos los forma en el amor al trabajo y con la independencia que usó consigo mismo tan acertadamente.
Al mirar la casa de Nazaret sobran todos nuestros argumentos sobre el trabajo en el complejo de la familia. Mientras Jesús no se retracte de lo que hizo en aquel pueblecito de Galilea, el trabajo y la mesa estarán unidos de manera inseparable. El trabajo llena la mesa, y a la mesa puede sentarse sólo el que ha trabajado…