¿Egoísmo o generosidad?
30. mayo 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaMe llené de asombro al leer un día la noticia en el periódico, que decía en el titular: El Japón, aterrado por el egoísmo de las muchachas egoístas. Y explicaba: Contra toda la tradición japonesa, que siempre ha querido abundantes hijos, están las ‘solteras parásitas’, que gastan todo por sí mismas, viven con sus padres y no quieren dejar la casa para formarse familia propia. El gobierno ha ofrecido cuatro mil dólares anuales, durante seis años, a las que tengan un niño (La Repubblica, Roma, 9-VII-2001) . Increíble, ¿no es cierto?…
Por esos mismos días, un periodista comentaba con humor sobre otra nación europea: Pronto no vamos a poder celebrar otro nacimiento en todo el año sino el Nacimiento del Niño Jesús.
Para asombrarse, para enojarse, para preocuparse…
¿A esto lleva el progreso? ¿A tanto llega el egoísmo?… Nuestros países serán más pobres en dinero que los famosos “8 Grandes”, pero son inmensamente más ricos en valores espirituales. Que esos países grandes y ricos vayan decreciendo en hijos y que los países pobres nuestros vayan aumentando en vidas jóvenes, veremos cuáles serán a la larga los resultados que deparará la Historia a unos y a otros.
Naturalmente, que nosotros no traemos aquí esos cuentos para hacer una crítica que no nos corresponde. Nosotros tratamos únicamente de mantener en nuestros pueblos el ideal de la familia tal como la ha ideado, querido y estructurado Dios. Y la aceptación generosa de los hijos que Dios nos manda la miramos como un valor que nosotros no queremos perder.
Para ello, rechazamos cualquier forma de egoísmo que nos empobrecería.
No queremos la pobreza que atosiga a muchos conciudadanos nuestros, y que les impide disfrutar de ese don de los hijos que Dios les da en mayor abundancia.
Pero tampoco queremos un egoísmo que a otros muchos les impulsa a cerrar la puerta a los candidatos de la vida que Dios les ofrece.
Se celebró en Roma una Vigilia de Pentecostés querida por el Papa Juan Pablo II como un ensayo del Gran Jubileo que se avecinaba. En ella habían de participar todos los Movimientos de Apostolado Seglar.
Las crónicas daban después cifras extraordinarias. Varios centenares de miles se presentaban ante el Vicario de Jesucristo para ofrendarle el esfuerzo de sus respectivos Movimientos y los frutos de santificación y de apostolado que cada uno cosechaba con la gracia de Dios. Y dicen que el Papa movió la cabeza con un gesto de admiración y agradecimiento a Dios, cuando oyó decir al iniciador de uno de los Movimientos:
– El término medio entre nosotros es de cinco hijos por matrimonio.
Magnífico, desde luego. Pero, sintetizando el pensamiento que el fundador de aquel Movimiento ha expuesto siempre, la razón de esta actitud y esta disposición tan generosa está únicamente en el misterio de la Cruz (Kiko Argüello, Camino Catecumenal, Vigilia Pentecostés 1998)
Cuando se ama la Cruz de Cristo, el egoísmo no tiene puesto en el corazón. Y los esposos entonces, mirando a Jesucristo, a la Iglesia, al Reino de los Cielos, se abren a la generosidad y aceptan complacidos el don mayor que Dios hace a la familia, como es el hijo que les manda.
El gran peligro que se corre en muchas familias para vivir esta disposición de apertura hacia el hijo que se desearía —y se desea muchas veces de verdad—, radica ordinariamente en la falta de medios económicos.
Y es aquí donde todos los ciudadanos tenemos la palabra para exigir de los Gobiernos la solución a los problemas que plantea la vivienda, la escuela, el trabajo, la seguridad social y otras necesidades de las cuales no se puede prescindir.
La Familia ha de estar en el primer renglón de la lista que un Gobierno se traza para promover el bien del pueblo. Se han de satisfacer todas las exigencias y hasta las conveniencias de la Familia.
Todo lo que se gasta por el bien de la Familia es el dinero mejor invertido y el que después da también los dividendos más abultados en beneficio de toda la sociedad nacional.
¿Queremos conocer el juicio de un hombre pensador y gran cristiano? Le preocupaba la sociedad, de la cual llegó a decir:
– De nada vale un programa social político cuya primera palabra, cuyo primer cuidado no sea la familia, cuyo fruto y cuyo resultado no sea la familia cristianamente constituida.
La actuación de unas japonesitas —“solteras parásitas”, verdaderas princesas del egoísmo, nada dignas de su pueblo tan admirable y tan querido—, contrasta con lo que otras muchas jóvenes japonesas hicieron al saber la noticia oficial del embarazo de la esposa del Emperador. La mejor manera de celebrar el acontecimiento fue traer al mundo un bebé que se solidarizara con el que un día sería el heredero del trono.
Un gesto como éste honra a las mujeres de ese pueblo envidiable.
Y de las japonesitas hemos saltado hoy a lo nuestro.
No queremos en la Familia tradicional de nuestras tierras el egoísmo recriminable. La mayor riqueza de nuestros países es la espléndida juventud con que contamos, que nos valoriza ante el mundo y nos hace ricos también ante la Iglesia y ante Dios.
Los pueblos no crecen precisamente por el dinero sino por las virtudes de sus hijos, por esas virtudes que nacen y se desarrollan en el terreno abonado y bendito de la vida familiar.