Humilde y ensalzada
6. abril 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaHe tenido una agradable sorpresa al leer un libro sobre la Virgen María. Me he encontrado en él un himno, que, de momento, me ha extrañado mucho y hasta me ha parecido casi aun irreverencia: nada menos que el himno a Jesucristo que trae San Pablo en su carta a los de Filipos, aplicado a María, y que canta así:
María, aun siendo la Madre de Dios,
no retuvo ávidamente
su cercanía a Dios.
Sino que se despojó a sí misma de toda pretensión
tomando condición de sierva
y apareciendo en su porte
igual a cualquier otra mujer.
Vivió en la humildad y en lo escondido,
obedeciendo a Dios, hasta la muerte del Hijo,
y una muerte de cruz.
Por lo cual Dios la exaltó
y le otorgó el nombre
que, después del de Jesús,
está sobre todo nombre.
Para que al nombre de María toda cabeza se incline
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese
que María es la Madre del Señor
para gloria de Dios Padre. Amén.
(María, espejo de la Iglesia. Raniero Cantalamessa)
Así, como suena. No puede cantarse más tanto la humildad como la glorificación de María, unida del todo a Jesús, lo mismo en su vida sencilla y en su sufrimiento redentor como en la exaltación sobre todos los cielos.
Ésta es la Virgen María, la de los Evangelios, hermana nuestra, la mujer más cercana a nosotros: igual que mi madre y mi hermana, que mi novia, mi esposa o mi hija…, igual que usted que me escucha…, igual que yo, si soy mujer.
Pero, al mismo tiempo, María es la Mujer más cercana a Dios, la Madre de Jesucristo, la Reina de los Angeles y de los Santos, la Soberana del Universo…
Hace muy bien el arte —la pintura, la escultura, la poesía—─en sublimar la imagen de María. El amor nos hace verla y celebrarla así, de modo que la Virgen llene de encantos la vida de la Iglesia. Sin los hechizos de María, a la vida cristiana le faltaría la belleza y la ternura que solamente la mujer le puede dar.
Pero el camino de su fe, como para nosotros, fue un camino tortuoso, sobre piedras ásperas y entre matorrales con espinas…
¿Cómo aparece María en los momentos cumbres del misterio de Jesucristo? Siempre la vemos humilde y pobre, a la sombra, sin llamar la atención, aunque esté desempeñando un papel importantísimo subordinada al Redentor.
Belén ha sido rodeado de tanta poesía, que nos pueden pasar por alto los sacrificios que supuso para María, la muchachita pobre y humilde que se rinde ante el ángel al querer de Dios, al cual se le declara una esclava y nada más…
Sus angustias al verse encinta ante su familia, que ignora completamente el misterio, y ante José que no sabe qué hacerse…
El viaje hasta Belén y los apuros al tener que meterse en una cueva de animales, como último recurso para dar a luz…
El oír en el Templo la siniestra profecía de Simeón…
La huida a Egipto con un viaje que no fue precisamente de turismo, y el regreso a Nazaret para empezar de nuevo la vida con José y el Niño, el cual se declara independiente apenas tiene doce años, después de dar a su Madre un disgusto para nosotros incomprensible…
Eso de “misterios gozosos”, que decimos en el Rosario, es mucha verdad para nosotros. Para María fueron otra cosa: alegrías, ciertamente, pero mezcladas con dosis fuertes de dolores muy acerbos…
Del Calvario no hay que decir nada. Conocedora María de todos los momentos de la Pasión de su Hijo, y tener la valentía de clavarse ante la cruz, hacen de la Virgen la mujer de más dolor que ha existido sobre la tierra.
Resucitado Jesús, y cuando la venida del Espíritu Santo, la vemos en el Cenáculo con los Apóstoles, como corazón de la Iglesia naciente, como la Madre que a los redimidos nos ha dado Jesús. Pero, la vemos en la sombra, dejando a los Doce, con Pedro a la cabeza, todo el protagonismo en la obra de Jesús. María se esconde. María no saca a relucir sus privilegios. María, por encargo de Jesús, se dedica a cuidar de Juan como madre, igual que Juan la trata a Ella como un hijo. La humildad, el servicio generoso, el deber escondido, son las características en que se desenvuelven los últimos años de la Virgen.
Todo eso que le ha sucedido a María desde jovencita en Nazaret hasta el Calvario, y la vida silenciosa en Jerusalén, es la “humillación” suya al lado de la “humillación” de que habla San Pablo sobre Jesucristo.
Pero Dios —hablemos así— se toma la revancha. Y con la muerte de María, le habla Dios: -María, ¿así has sabido humillarte? ¿Así has sabido obedecerme? ¿Así has sabido esconderte? ¿Así has sabido vivir en las sombras tan densas de tu fe?… ¡Ven! Tú, al lado de Jesús, tu Hijo, en lo más encumbrado del Cielo…
Dejemos que el arte, la pintura, la música y la poesía vayan proclamando bellezas y primores de la Virgen de Nazaret. Bien contentos nosotros, porque nos gusta que a nuestra Madre la presenten preciosa. Pero nosotros, tenemos bastante con decirle: Bendecimos tu nombre, María. Invocamos tu nombre. Nos gloriamos con tu nombre. Siempre unido al nombre de Jesús, tu nombre es dulzura, es esperanza y es prenda de salvación.