La mujer que se forma…

15. agosto 2023 | Por | Categoria: Familia

Se le preguntó a Napoleón: -¿Qué es lo primero que necesita Francia para regenerarse después de la trágica Revolución? A lo que contestó rápido y enérgico: -¡Madres!…
Convencidos todos de esta verdad, cualquier hombre de Estado, y no digamos ya de Iglesia, ha tenido siempre en mente la formación de la mujer como una prioridad ineludible, que en modo alguno se puede abandonar.

Pero, siempre se le consideraba a la mujer, desde niña hasta bien mayor, como un sujeto pasivo, a la que había que formar, pero incapaz de formarse ella a sí misma, como materia inerte. No se le dejaba ser dueña de sí misma, ni se le permitía a la mujer formar a la mujer, sino que tenía que sujetarse a las normas implacables que para ella dictaba una sociedad empedernidamente machista.

En nuestros países occidentales y cristianos, las cosas ya no son así. La mujer, gracias a Dios, va adquiriendo el puesto que le corresponde en la familia y en la sociedad. Y el feminismo, como un movimiento que enaltece a la mujer y le otorga todos sus derechos, merece nuestra alta estima, nuestro apoyo incondicional y nuestra decidida colaboración.

Con bastante buen humor, un congresista y orador muy cristiano, contaba lo que hizo Dios en el paraíso cuando pecó Adán. La orden de Dios vino estricta:
– ¡Fuera de aquí! No vayas a echar mano al árbol de la vida, y al comer sus frutos te mantengas en vida para siempre, cuando tu condena es la muerte. ¡Fuera de aquí!…
Pero el Dios misericordioso miró a la mujer, y añadió:
– Adán, te dejo la mujer. Cada vez que la veas pensarás en la belleza del jardín, en sus flores olorosas y en sus frutos sabrosos, y entonces te acordarás del paraíso que perdiste, pero soñarás en otro que te guardo para después…
Dejamos el humor del buen orador y vamos a la realidad de las cosas.

En el plan de Dios, tan importante es la mujer como el varón. Pero a la mujer le ha tocado el papel de formadora del hombre, lo cual quiere decir que ella debe ser la primera en estar formada como mujer. Porque, ¿cómo podría formar si ella fuera una deformación?…
San Agustín se dirigía a la mujer y le decía para llenarla de orgullo casi divino: -Mujer, no te desprecies: de una mujer nació el Hijo de Dios.
Jesucristo nació de mujer, y aún más, se dejó formar por una mujer, la cual volcó en el que era Hijo de Dios toda la rica esencia que atesora el corazón femenino.

Cuando se mira a así a la mujer, se cae en la cuenta de lo poco que le favorece la propaganda y la explotación a que es sometida modernamente: se abusa de sus encantos con fines exclusivamente comerciales; se la degrada; con su figura se hacer cambiar la mentalidad de la sociedad, que, en vez de ensalzar a la mujer, la utiliza como símbolo del placer prohibido, trastornando todos los planes amorosos de Dios.
El autor de un conocido calendario, escandaloso por demás, va siempre a la caza de una modelo que aplaste, de la que tomará doce fotos diferentes, una para cada mes. Encuentra para aquel año una despampanante en el Sur de Francia, y lo primero que le pide es que se desnude del todo. Al verla, exclama extasiado el estúpido y inmoral cazador de bellezas: -¡Una diosa! ¡Una diosa!…
Casos así ¿ensalzan a la mujer y la forman? Más bien, ¿no influyen muy negativamente en la formación de tantas otras mujeres, demasiado incautas, al contemplar  unos ideales femeninos que se les ofrecen tan equivocadamente?…

Frente a esas desviaciones dolorosas, la mujer cristiana tiene un ideal supremo en Dios, ¡nada menos que en Dios! Porque hoy se hace destacar mucho la figura de Dios-Madre, del cual dijo un día el Papa de la sonrisa, Juan Pablo I: “Dios es madre más aun  que padre”. Estas palabras arrancaron a la multitud que llenaba la Plaza del Vaticano un aplauso formidable, y que dieron inmediatamente la vuelta al mundo, aunque suscitaron también comentarios muy encontrados (10-IX-1978)

El pensamiento del Papa era clarísimo. Dios es todo amor cariñoso, todo acogida, todo ternura, todo compasión. Y estos dones divinos Dios ha querido manifestarlos sobre todo en la mujer, dotada de una sensibilidad exquisita, que se estremece, se entrega y se da ante cualquier necesidad y signo de dolor que encuentra. Dios se compara a Sí mismo con la mujer, cuando dice en la Biblia:
– ¿Acaso puede una mujer olvidarse de su hijo y no compadecerse del fruto de sus entrañas?… Como una madre que consuela a su hijo, así les voy a consolar yo (Isaías 49,15 y 66,13)

Formarse la mujer en esos sentimientos tan delicados de los que hace gala el mismo Dios, es una tarea tan bella como necesaria. La mujer es el gran instrumento en la mano de Dios para mantener el amor en el mundo y, dentro ya de la Iglesia, para fomentar, sostener y acrecentar la fe que nos salva.
Se ha dicho muy acertadamente que Dios ha puesto la inteligencia de las mujeres en su corazón, pues captan, dominan y mandan mucho más por el sentimiento que por la mente fría.

Una reina de Francia fue con su esposo a Bélgica y, al entrar en la ciudad, le esperaban todas las señoras ricas ataviadas con sus adornos mejores. Pero, en vez de sentirse feliz la soberana, manifestó airada su disgusto: -Yo pensaba que sería aquí la única reina, y veo más de cuatrocientas  (Felipe IV, en 1300)

¿Son acaso el mejor adorno de la mujer el vestido que ha triunfado en la pasarela, las ricas joyas, o el auto último modelo?… Nada de eso le da la forma para el desempeño de su alta misión. Hay valores muy superiores. La mujer que los ha aprendido en el mismo Dios —más madre que padre—, es la reina verdadera, la que luce una diadema que para sí quisieran muchas cabezas coronadas…

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