Un “Sí” dado a la Virgen
20. julio 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaSe llamaba Luis aquel gran político alemán que llenó la historia de su patria a lo largo del siglo diecinueve. Cuando en el Concilio Vaticano Primero se discutió y se definió la infalibilidad pontificia, Luis, gran católico, se enfrentó contra los disidentes: -¿Cómo? ¿Que el Papa no es infalible, que se puede equivocar cuando enseña como supremo Pastor de la Iglesia? ¡Yo creo lo que el Espíritu Santo ha dicho por el Concilio! ¡Yo estaré siempre al lado del Papa!…
Vinieron después las leyes anticatólicas del llamado Canciller de Hierro, y Luis se enfrentó con gran valentía: -¡No las podemos aceptar! La Iglesia no es enemiga de la Patria…
Se celebraba cada año el Día de los Católicos, y Luis, el gran político, era también el orador indiscutible, el de autoridad máxima como exponente de las ideas católicas en Alemania.
Ya anciano, los católicos alemanes sabían lo que debían a Luis. Y decidieron hacerle un gran homenaje. Luis se negó en redondo: -¡No pretendo más aprobaciones que la de Dios! No quiero que se recoja dinero para mí, pues no aceptaré ningún regalo.
Pero su hija, lista y buena, se le presenta una mañanita muy temprano, notificándole: -Papá, vengo en nombre de la Virgen María, la Madre de Dios.
Y Luis, asombrado: -¿Cómo? ¿La Virgen María te manda a mí con alguna misión?
La hija se da cuenta de que ha vencido a la primera: -Sí, papá. Aquí está este escrito para que pongas tu firma. Los católicos dispersos, como aquellos judíos de la diáspora, quisieran un templo donde reunirse en la ciudad de Hannover. Hay que levantar una gran iglesia a Dios en honor de la Virgen María para esos sus hijos. El dinero que se quería recoger para tu homenaje, ha de ser para la Madre de Dios. Hay que pedirlo. ¿No pones aquí tu firma?…
El gran político, que no se rendía nunca, esta vez retracta su palabra: -Bien. Recojan todo el dinero que sea. Para mí, nada, para la Virgen María, todo (Luis Windthosrt)
¡Hay que ver la lección mariana que encierran estas últimas palabras del político alemán!
En la vida cristiana, uno podría negarse a mil cosas que le cuestan, pero que le convienen.
Uno podría hacer otras mil cosas que le agradan, pero que le perjudican a su alma.
Viene la lucha interior. Como San Pablo (Rom.7,19-25), todo cristiano siente la doble tendencia dentro de sí: -¡Hago lo que no quiero! ¡No hago lo que debo hacer!… ¿Quién me dará la victoria? ¡Sólo la gracia de Dios, por medio de Jesucristo!…
Y viene la victoria, ¡claro que viene!… Pero, ¿sabemos un medio eficaz para responder a esa gracia de Dios que nos vino por Jesucristo?…
María es el secreto que conoce bien cualquier cristiano. Porque María es la Madre, y a la madre no se le niega nada.
En las luchas por la virtud, con María se vence siempre. Porque basta preguntarse: -¿Lo quiere la Virgen?… Y la duda se decide en unos segundos, pues se responde siempre y a la primera: -¡A la Virgen yo no le niego nada! Y por la Virgen, viene el hacer aquello que Dios pide como voluntad suya.
Esto no es una manera de hablar bonita solamente. Esto es la vivencia de la filiación mariana. Al ser hijos de la Virgen María, hijos de Aquella que Jesús nos dio por Madre desde la cruz, se tienen para con la Virgen María sentimientos verdaderamente filiales. Y viene entonces el hacerse esclavos voluntarios de la Madre a la que tanto se ama.
Como Jesús. Era el Hijo eterno de Dios. Pero, hecho hombre e hijo de María, se esclaviza por amor a la que es verdadera Madre suya para cumplir todos los gustos de su Madre, gustos que eran, naturalmente, los mismos de Dios.
Sentirse hijos de María, y hacer todo lo que a María le complace, es imitar a Jesucristo en lo que tiene de más bello como hombre: dar gusto y satisfacción a la Madre querida…
Esto fue lo que le pasó a un señor ya mayor. Era judío. Notaba que Dios le llamaba a la fe, pero se resistía. -¿Por qué?, se le preguntó. Y él, con sinceridad grande: -No puedo. Me cuesta mucho. ¿Cómo es posible que el Mesías, el Cristo esperado por mi pueblo, sea ése que está en la cruz? Era, con otras palabras, el “escándalo de la cruz para el judío”, como decía San Pablo.
Pero el buen judío, que se negaba a abrirse a la fe de Cristo, se abría a María, y no le quería rehusar lo que la Madre le estaba urgiendo: -No me sentía valiente para llegar a Dios con mis cosas. Por mucho tiempo, mi comunicación fue sólo con la Madre, ala que le podía contar todo. A Ella le tenía confianza. Y fue María la que me llevó a Jesús, al que por fin reconocí y acepté como el Cristo.
La esposa, ferviente católica, lloraba a escuchar estas palabras, dichas por el enfermo al sacerdote jesuita cuando le administró los Sacramentos antes de la muerte. Ahora declaraba la esposa: -Hacía doce años que mi esposo se había bautizado, recibido la Primera Comunión y casado conmigo. Fue un católico ferviente. Su conversión había sido total. Amaba mucho a la Virgen. Pero yo no sabía, hasta este momento, que había llegado a la fe por la Madre, a la que no le negaba lo que Ella le pedía, y a la que rezaba de esa manera antes de su conversión (Declaración escrita de la esposa al autor, P.G. Cmf)
Es la historia de siempre. María lleva a Jesús. Y si a la Virgen, a la Madre, no se le niega nada, Ella se encarga de hacer muy bien las cosas… El “Sí” que se da a María es un “Sí” salvador que se da a Dios.
Jesús se lo dio al Padre al cumplir su voluntad, y de este modo nos salvó. María se lo había dado por el Ángel a Dios, y por Ella nos vino el Salvador.
Nosotros se lo damos a Dios por María, y nos salvamos de la manera más fácil y segura. ¡Hay que ver el papel que nuestro amor a María puede jugar en nuestra propia salvación!…