El retorno de muchos
31. agosto 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaUno de los mártires de la antigua Indochina, San Valentín de Berrio-Ochoa, las pasó muy mal a sus catorce años. En pleno verano, va con un tío suyo sacerdote a bañarse en las playas del Cantábrico en un lugar muy traicionero, se presenta una ola que lo arrastra mar adentro y ya no se le ve más.
El tío empieza a gritar desesperado: -¡Valentín! ¡Valentín!… ¿Dónde estás?… Nada. El mar no daba ninguna respuesta. Lloraba el sacerdote, y le pedía a la Virgen: -¡Sálvalo, Madre! ¡Madre, sálvalo!… Un rato más tarde, aparece el muchachito agarrado a unas rocas, sangrando por las uñas, y le preguntan al recogerlo: -¿Qué te ha pasado? ¿Y cómo has podido regresar aquí?…
El chico no sabe qué contestar, y se limita a decir: -No sé. Sólo recuerdo que al verme perdido acudí a la Virgen María pidiéndole con toda mi alma que me salvase. ¡Y aquí estoy!… La Virgen se lo reservaba para ser un gran misionero dominico, obispo y mártir en las tierras de Vietnam…
Esta historia se ha repetido multitud de veces en naufragios del alma, en que la pérdida de la vida no se limita a este mundo, sino a la tragedia más grave como es la perdición eterna. Y aquí sí que son innumerables las historias de salvación, prodigiosas y siempre dramáticas, que hay que atribuir a la Virgen María, la cual es especialista de verdad en los casos más desesperados.
Ese título con que se le invoca en la letanía, “Refugio de pecadores”, es de lo más realista en que se puede pensar. Igualmente, resultan sorprendentes los efectos de ese grito que se le lanza a María en el rezo de la Salve: -Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.
El Salvador es Jesucristo, ciertamente. Pero conformándose Dios con nuestra manera de ser, que acudimos a la madre en los momentos más desesperados, ha querido confiar esa salvación que nos mereció Jesucristo a la bondad de un Corazón de Madre, al de su propia Madre, la Virgen María, que es también Madre nuestra desde que nos llevó espiritualmente en su seno junto con Jesús, y especialmente desde que Jesucristo, moribundo en la cruz, nos la dio por Madre y nos confió como hijos a su Corazón maternal.
Un escritor francés, muy conocido en nuestros días, se expresa así:
– Cuando no le es posible a uno el decir el Padrenuestro, en esas horas atroces en que no está resuelto uno a perdonar una ofensa, o no deja de sucumbir a la tentación, o por nada del mundo querría librarse del mal, de su propio mal, hasta en esas horas, entonces todavía, puede repetir: “Ruega por nosotros pecadores” (François Mauriac)
La salvación de las almas —obra siempre del Espíritu Santo por la gracia de Jesucristo— la hemos atribuido de modo especial a la Virgen María, que ruega tan eficazmente a Dios por esos sus hijos más necesitados de la misericordia divina. La Virgen los persigue con su bondad hasta el fin, para lograr rendirlos a la Gracia. Si se pierden será por haber resistido ellos insensatamente a la bondad de la Madre.
La tan conocida revista Selecciones traía un caso curioso por demás. Contaba cómo un día escalaron trabajosamente la montaña de Montserrat dos marinos catalanes llevando dos cocodrilos disecados para ofrendarlos a la Virgen, y contaron a los monjes su inimaginable historia. Habían naufragado en una costa tropical, y vieron cómo se les echaban por encima de las olas los dos saurios, a los que lograron matar después de haber invocado a la Virgen de Montserrat.
Ahora venían a agradecer a la Virgen el haber salido ilesos de la descomunal aventura. Un dibujo de principios del siglo XIX en un ruinoso claustro del monasterio prueba todavía la veracidad del relato… para quien la quiere creer (Selecciones, Agosto 1974). Pura leyenda, pura fantasía. Pero que encierra una lección. ¿Se pierde, bajo las garras y en las fauces de Satanás, quien recurre a María?…
Había el Beato Papa Pío IX definido el dogma de la Inmaculada Concepción, y un pintor dejó un gran cuadro como recuerdo del fausto acontecimiento. En él estaba incluido el rostro de un gran teólogo que se había distinguido tanto en los estudios sobre la Concepción Inmaculada de María. Pero el teólogo renegó de la Iglesia Católica, apostató de la fe y fue un escándalo grave para los fieles. Pasa un día el Papa por delante del cuadro, y uno del séquito le hace la observación:
– Santo Padre, debería pedirse al pintor que corrija su obra y elimine la cara de ese apóstata de la fe católica. Pío IX, tan vivo y tan bondadoso, responde muy tranquilo y con su gracejo de siempre:
– No; déjenlo como está. Ese sacerdote teólogo amaba mucho a la Virgen y trabajó mucho por Ella. Volverá, se lo aseguro. Ese Padre no se va a perder.
Y así fue. Un día se rindió a la Gracia, abjuró de sus errores, y moría reconciliado con la Iglesia a la que había abandonado en un mal momento…
Agarrado del manto de María, no se pierde nadie. Porque la Virgen tiene recibida de Cristo esa misión. Si le encomendó desde la cruz los pecadores como hijos, fue precisamente para que realizara con ellos su función de Madre, y la Madre no se da un momento de reposo mientras el hijo está en peligro.
En la ciudad de Chicago desapareció un muchacha frívola, que, para vivir con más libertad y a sus anchas, abandonó la casa, dejando a la madre destrozada de dolor. Resultaron inútiles todas las pesquisas de los familiares y de la misma policía. Pero la madre no se rindió. Un día aparecieron por todo Chicago unos letreros con este reclamo: -¡Hija, vuelve! No decía más, pero tampoco decía menos. La chica lo leyó, y no pudo más. Con humildad regresaba al hogar, para felicidad inmensa de la madre.
Es el caso de la Virgen, Madre cuyo reclamo resulta irresistible. La Virgen hace con las almas los milagros más ruidosos, aunque se queden casi siempre en el secreto de las conciencias; milagros mucho mayores que salvar a un pobre náufrago de las olas del mar traidor y embravecido…