Padres e hijos

17. octubre 2023 | Por | Categoria: Familia

Uno de los mandamientos más serios de la Ley de Dios —lo sabemos todos muy bien— es el “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Esta gravedad del mandamiento está fuera de toda duda. A su cumplimineto van unidas en la Biblia todas las bendiciones, y, en la misma Biblia, el ir contra ese precepto trae las peores consecuencias.
Así está la Ley y la Palabra de Dios. Sin embargo, nosotros nos preguntamos:
– ¿Tiene vigencia todavía hoy este mandamiento?
 
Porque la verdad es que la independencia de los jóvenes por una parte, y la permisividad o impotencia de los padres por otra, ponen en contraposición el decreto de Dios y la práctica social de nuestros días. ¿Qué padres son capaces de mandar, qué hijos aceptan el obedecer?… Éste es el hecho.
Además, no es nada difícil el ver en casi todos los hogares cómo los padres no fallan nunca en su amor y en la asistencia que prestan al hijo o la hija por más rebeldes que sean; igualmente, se palpa el deseo de los hijos de permanecer lo más posible en el seno del hogar por las muchas ventajas que les trae.
De este modo, en los padres campea invicto el amor que no se rinde; y en los hijos saca todo el provecho que puede el egoísmo calculado.
Así las cosas, los padres se merecen un monumento, y los hijos necesitan una seria reflexión..

¿Es demasiado severo este juicio sobre los hijos? No. En nuestras tierras benditas son todavía muchos los hijos que miran a los padres con el respeto y el amor debidos. Entre nosotros no se daría fácilmente algo como lo que traía un día el periódico, y que yo conservo bien anotado con todos los datos precisos.

En un hospital de Estados Unidos, un hombre ya de edad, ciego y parcialmente sordo, se recuperaba de una operación. Nadie le visitaba, ninguno de los suyos venía a verle. Se sentía tan solo y abandonado, que las autoridades del hospital le permitieron tener consigo a su perra labrador, la cual, tendida al pie de la cama, le hacía una compañía que le negaban los de su familia…
Eso, no se daría entre nosotros, ciertamente.
Pero sabemos que el peligro acecha. Las ideas que nos viene de las naciones más avanzadas económica y socialmente del Primer Mundo pueden influir muy negativamente en nuestras costumbres más sanas, y tratamos de estar prevenidos. Por eso, las palabras algo fuertes de antes no son una denuncia, sino más bien la expresión de una preocupación muy fundada.

¿Qué solución encontramos nosotros ante el problema que se nos puede crear? Sencillamente, acudimos a la Palabra de Dios y reafirmamos nuestra fidelidad a su Ley: los padres nos merecen todo respeto y amor, correspondencia obligada al amor que ellos tienen a los hijos.
Un proverbio chino resulta casi criminal, cuando dice: -Un padre puede alimentar y alimenta más fácilmente a diez hijos, que estos diez hijos a un solo padre, viejo y necesitado.
Un escritor muy agudo comentó este refrán chino con un cuento sabroso.
Era un padre que se quejaba con toda razón al Cura de la parroquia: -¡Ay, qué calamidad de hijos que tengo!
Habían empezado a ir las cosas mal desde que el padre les había repartido los bienes, para que después no hubiera líos entre los hijos. El Cura escuchaba con paciencia las quejas del hombre, y le daba toda la razón, porque los hijos tenían abandonado a su padre ya viudo.
Pero el Cura se las arregló para poner remedio a la dolorosa situación del progenitor. Con mucha astucia, hace circular la noticia de que el buen hombre se había reservado 045.000 dólares en una arqueta bien custodiada. El Padre le había confiado al Cura: -Se los daré al que se porte mejor conmigo.
La noticia, falsa pero muy creíble, se corrió por el pueblo, y la situación de la casa cambió radicalmente de la noche a la mañana. Todo eran atenciones exquisitas, de modo que, sin saber el porqué, iba ahora el buen viejo al Cura a decirle conmovido: -¡Ay, qué encanto de hijos que tengo!…
El Cura reía con buenas ganas: -¡A ver qué pasará el día de la muerte!…
Y sí, al morir el padre, se abrió el arca misteriosa, y dentro había un garrote, con esta nota escrita en un papel:
– Este garrote para matar a palos al tonto del padre que reparte sus bienes a los hijos antes de la muerte.  

El proverbio chino es muy cruel y el cuento resulta divertido…  
Pero lo importante es que, gracias a Dios, tanto el proverbio como el cuento contrastan con otra realidad muy bella, ordinaria en nuestras tierras: la de los hijos que aman, respetan y cuidan a los padres como a los seres más queridos que Dios les encomienda.

Es éste un valor de nuestras familias que hay conservar a todo trance. Puede que vengan de otras partes ideas, prácticas, modas muy opuestas a nuestras costumbres tan cristianas y tan arraigadas entre nosotros. No les hacemos caso.
Para nosotros, la norma válida es únicamente la de la Palabra de Dios:
– Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas muchos años en la tierra, lleno de la bendición de tu Dios…  

Jesucristo se alza como ejemplar supremo de este amor, tan divino como humano. José había muerto, La Madre bendita quedaría sola cuando Jesús hubiera expirado en la cruz. Pero, antes de entregar su espíritu, Jesús tuvo aquel gesto tan lleno de ternura: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Juan, ahí tienes a tu madre.
¿Iba a quedar María sola, a merced de una vida improvisada cada día?… No.  
A Ella le encomendaba la Iglesia; pero a la Iglesia le encomendaba su propia Madre, la cual tendría siempre hijos que la cuidarían como el mismo Jesucristo que se iba al Cielo…
Con ese rasgo, nos decía a todos el Señor: -El amor a los padres no acaba ni con la muerte. Ya ven lo que yo hice con mi Madre…

Comentarios cerrados