La Iglesia, ¿es pecadora?

19. noviembre 2020 | Por | Categoria: Iglesia

Todos hemos oído muchas veces que la Iglesia es pecadora. ¿Es cierto esto? Es cierto, sí, que lo hemos oído muchas veces, pero no es cierto que eso sea verdad. Al contrario, es una gran falsedad. La Iglesia no es pecadora. La Iglesia es santa, como confesamos en el Credo: creo en la Iglesia que es una, santa.
Es algo muy distinto el que muchos hijos de la Iglesia son pecadores. Mejor dicho, somos pecadores todos los hijos de la Iglesia, pero alcanzamos la santidad —junto con la remisión de nuestros pecados— precisamente porque estamos en la Iglesia y, por medio de ella, nos viene la gracia de Dios.

Un turista americano —vamos a llamarlo peregrino— estaba orando absorto delante de la tumba de San Pedro en el Vaticano. Lo contempla en actitud tan devota un Monseñor de la Curia Romana, y, acabada su oración, le pregunta:
– Lo veo muy devoto  y emocionado, ¿no es verdad?
– ¡Oh, sí! ¡Qué bien que se ora aquí, en el corazón de la Iglesia! Al lado de Pedro y del Papa, ¡me siento tan seguro de mi salvación! ¿Sabe lo que le pedía a Dios?
– Usted dirá. Veo que a usted le ha traído aquí la fe, y no una simple curiosidad.
– Pues, mire usted en qué ha consistido mi oración. Le he pedido al Señor que me permita, si quiere, cometer cualquier clase de pecados… Usted, Monseñor, se ríe, ¿no es así? Y yo también me reía mientras así rezaba. Porque Dios no me permite cometer ningún pecado. Pero Dios me entiende lo que le quería decir. Y mi petición era ésta: que me permita cometer cualquier pecado, pero que no me permita jamás separarme de esta Roca. Mientras esté agarrado a ella, estoy con Pedro, estoy con Jesucristo en su Iglesia. Y por grandes que fueran mis pecados, la santidad de la Iglesia es mucho más grande. En la Iglesia encuentro el perdón y tengo la salvación segura. Sobre mis pecados, estará siempre el poder y la oración de la Iglesia. ¡Dios mío, que nunca me separe de esta Roca, fundamento visible de tu Iglesia!
Monseñor, un Obispo hecho a ver muchas cosas en Roma, se retiró con visible emoción, mientras decía a aquel recio cristiano, cuya esposa escuchaba conmovida: – ¡Usted es un hombre de fe! ¡Usted es un hombre de fe!…

La fe de este cristiano era precisamente ésta: la Iglesia, porque es santa y no es pecadora, comunica la santidad a sus hijos pecadores, que somos santos al hacernos con la santidad de Jesucristo, comunicada por la Iglesia con sus Sacramentos.
Ruega la Iglesia por sus hijos pecadores, y los pecadores recobran la gracia del Bautismo.
Unidos todos los hijos de la Iglesia por la Comunión de los Santos, todos nos ayudamos a salir de la culpa y lograr la santidad.

La gran maravilla no está en que no haya pecadores en la Iglesia, sino en que la Iglesia cambia a los pecadores en santos. El Papa Pablo VI nos lo decía de manera clara: El pecado interrumpe la unión con Dios, pero no interrumpe la unión con la Iglesia, excepto, es claro, el pecado expreso contra la pertenencia a la Iglesia, como es el pecado de la herejía, el cisma o la apostasía. El pecador puede encontrar en la Iglesia su redención, porque la Iglesia está hecha precisamente para salvar a los pecadores.
Esto era lo que expresaba el americano arrodillado ante la tumba de Pedro. Abandonar a la Iglesia era lo que le daba miedo, porque entonces cortaba con el conducto de la salvación.

¿Nos damos cuenta de una cosa? Los que hablan mal de la Iglesia porque, según dicen, tiene muchos pecadores entre sus hijos, hacen una de estas dos cosas.

Primera, ellos se consideran santos, no pecadores. Lo cual es muy peligroso ante Dios, que tolera y perdona todos los pecados menos el de soberbia. Porque el soberbio se considera un santo que no necesita perdón, como el fariseo ante el publicano en el templo: ¡Oh Dios, yo te doy gracias porque no soy como los demás hombres, pecadores todos ellos, y menos como ese publicano!… Y nos dice Jesús que salió de allí con todos sus pecados encima. Quien acusa de pecadora a la Iglesia —como si la Iglesia fuera el publicano de la parábola—―no hace sino excusarse a sí mismo y declararse el fariseo ridiculizado por Jesús.

Segunda, como ellos no pueden estar en una Iglesia como la Católica que es pecadora —según dicen ellos—, tienen que fundar un grupo cerrado donde no entran más que ellos, los que no tienen los pecados de la Iglesia…  
A estos extremos se llega cuando no se reconocen los propios pecados y se desprecia a la Iglesia, fundada por Jesucristo como misterio y medio de salvación para la Humanidad pecadora.

Precisamente porque nos reconocemos pecadores, todos los hijos de la santa Iglesia le decimos a Dios, tal como nos enseñó Jesús: Perdona nuestras ofensas.
Y al rezar a la Virgen, la única Inmaculada, la única sin mancha, le decimos todos, desde el Papa hasta el último de nosotros: Ruega por nosotros pecadores.
La Iglesia no es pecadora, sino que somos pecadores los hijos de la Iglesia. El pecado de cada uno es personal, intransferible, es de quien lo ha cometido y no se puede pasar a otro.

A la Iglesia le ocurre en cierto modo lo mismo que a Jesucristo. Jesucristo, inocentísimo que no conoció el pecado, llevó sobre Sí el pecado de todos y con su Sangre lo destruyó, lo aniquiló. Así la Iglesia, siendo santa, con los medios que le dio Jesucristo como fruto de su Sangre, limpia los pecados de sus hijos pecadores y los hace santos como ella es santa.

¿El problema de la salvación?… ¡Qué poco miedo le da al que por nada suelta sus amarres con la Iglesia, como el americano en cuestión! En la Iglesia santa, el pecador se hace un santo…

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