Testigos de ayer y de hoy
21. noviembre 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaMás que de discursos, hoy vamos a estar de testimonios sobre la Familia, precisamente porque la Iglesia está llamando a los esposos a la santidad. Y es que, si nos hacemos esta pregunta: ¿Pueden los esposos ser santos?, la respuesta nos la da, mejor que cualquier razonamiento, el hecho contundente de que son muchos los casados que han alcanzado las cimas de la santidad heroica y han sido reconocidos por la Iglesia como Santos de los altares.
El primero que se nos presenta es un esposo y padre algo antiguo: Santo Tomás Moro. Cuando se habla de él, siempre se hace resaltar su gestión política como gran Canciller de Inglaterra, o su brillante martirio por mantenerse fiel a su fe católica. Pero suele dejarse de lado su estupenda vida familiar, llena de casos que son una delicia.
Tomás, hombre de vasta cultura, con fama en toda la Europa de su tiempo, era de tanta fe y tanto respeto a sus padres, que no salía de casa sin arrodillarse y decir. -Padre, madre, dame tu bendición.
Abogado brillante y Canciller del Reino, era de tal manera honesto que era inútil pretender sobornarlo. En una ocasión le llega un espléndido regalo de dos jarrones de plata labrada. La esposa y las hijas están que no caben de alegría con semejante adorno para el hogar. Pero Tomás intuye la intención del donante, llena las vasijas con el mejor vino, y los devuelve con esta nota:
– Es para mí un placer obsequiar a una persona de tanto mérito como vos. Acepte este vino, el mejor que tengo en casa, y que espero sea de su mayor agrado.
Así enseñaba a los suyos la honradez como el deber primero.
Su caridad era proverbial. Como abogado, las viudas indefensas y los pobres sin recursos eran atendidos en su despacho con desinterés total. Y eran famosos sus alquileres para colocar a en casas a gentes sin recursos.
La finura de su amor se manifestaba en la delicadeza con que hablaba de los demás, sin aceptar jamás un chisme.
Alguien se permitió una vez hablar mal de otro, y Tomás corta la conversación con esta salida graciosa: -Pues yo les aseguro a ustedes que esta casa está muy bien construida. Su arquitecto era todo un tipo…
Casi no se explica su espíritu de oración. A las dos de la mañana estaba en pie, para dedicarse a la plegaria hasta el amanecer, y era inútil quererle estorbar. Aunque fuera el rey quien lo llamara. Y así fue una vez:
– Señor Canciller, vaya, pues le llama con urgencia el rey. Tomás no se inmuta. Al tercer aviso, responde: -Digan a su Majestad que estoy prestando homenaje al Rey del Cielo y debo asistir a su audiencia hasta el final.
Y en obsequio del Rey del Cielo, igual ayudaba a Misa como un monaguillo que cantaba en el coro de la Iglesia: -Tengo por grande honor prestar este servicio al mayor de los reyes.
Bendecida la mesa familiar, no se empezaba la comida sin que una de las hijas hubiera leído antes para todos un pasaje escogido de la Sagrada Biblia.
Ya preso en la cárcel por no renegar de su fe católica, se hace traer de casa la ropa mejor para asistir a la Misa vestido siempre de gala.
Y sin embargo, antes de morir, y a pesar de la rica educación cristiana que había impartido a los suyos, ha de sufrir una tentación terrible. Su hija Margarita, ya casada y con hijos, le viene llorando: -¡Papá, papá! No te obstines en mantener tu fe católica ante el rey! ¡Disimula! Ten compasión de mí y de mis niños!… Tomás siente que se le desgarra el alma. Pero se mantiene firme: -Mi querida hija Margarita, no te olvides de que el primer deber es para con Dios. Dios te bendiga. Dios te hará feliz. Dios nos premiará y nos juntará en el Cielo.
¿Qué decir de un esposo y de un padre como Santo Tomás Moro, una de las glorias más grandes que ha tenido la Iglesia de Dios en Inglaterra?…
Después de ver a un esposo y un padre, se nos presenta una esposa y una madre muy de nuestros días. La conocemos muy bien: la Beata Gianna Beretta, que en el día de su glorificación por el Papa Juan Pablo II tenía delante de su imagen al esposo y a los hijos, orgullosos de semejante mujer (Mensaje 1194).
Gianna es conocida por su gesto heroico cuando iba a dar a luz a la cuarta hija, y ordenó a los Doctores, ante el parto difícil que se presentaba: -Si ha de morir una de las dos, salven a la criatura, aunque muera yo. Y murió Gianna, pero se salvó la preciosa niña que llegaba como la mayor bendición.
Gianna no fue una santa improvisada. A lo largo de su precisa vida fue un modelo intachable de vida cristiana. Y eso, en medio de una naturalidad tan grande, que su mismo esposo, el cual la adoraba, pudo decir: -Era una mujer espléndida, pero nunca supe yo que tuviera a mi lado una santa de los altares.
Era la mujer que le había escrito al novio antes de casarse:
– Quiero hacerte tan feliz como tú deseas: seré buena, comprensiva y dispuesta a los sacrificios que la vida nos exija. Nunca te he dicho que soy una criatura ansiosa de afecto y muy sensible. Ahora eres tú quien viene, a quien tanto amo y a quien me quiero dar del todo, para formar contigo una familia verdaderamente cristiana. ¡Adiós, cariño!…
Entregada con verdadera pasión a su profesión de enfermera y médico, cuando ya iba a venir el cuarto hijo, confía al esposo lo que sentía:
– Te aseguro, que al venir el nuevo hermanito para los niños, dejaré de trabajar como médico, a pesar de lo que me gusta, para darme sólo a nuestros hijos. Me encanta el sentirlos gritar, jugar, charlar…
¡Qué Santos los que Dios manda hoy a su Iglesia!… Como nuestros propios papás. No se han acabado en el mundo los esposos y los padres como antes Tomás Moro y ahora Gianna Beretta. Los hay a nuestro lado, entre los conocidos nuestros. ¿Quién dice que no?…