Con la “Llena de gracia”

1. noviembre 2020 | Por | Categoria: Maria

En el Año Santo de 1950 empezó a rumorearse en serio de que el Papa Pío XII iba a definir el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo. Una muchacha preciosa, que acababa de cumplir los veinte años, se dijo:
– ¡Ésta es la mía!… Si es verdad que el Papa va a hacer eso, yo no lo voy a contemplar en la tierra, sino que quiero celebrarlo en el Cielo.
Había entrado en el noviciado de las Carmelitas de la Caridad, donde era muy querida de todas sus compañeras, y les confía su ilusión:
– Si el Papa lo hace, ¡yo me voy!…
 Protestas de todas: -¡Retracta tu palabra! Tú no te vas…
Aunque Teresita no daba ningún miedo, con la buena salud que gozaba en tan florida juventud.
Pero un día de la Semana Santa llaman con urgencia a su papá, que era Médico: -Doctor, venga pronto. Parece que Teresita no se encuentra nada bien.
El papá acude con la presteza y la angustia que era de esperar. La examina, y con enorme dolor, pero con mucha serenidad también aquel hombre de fe, diagnostica: -Hijita, estás un poco malita, ¿eh?… Conviene que te pongas en la mano del Señor.
Teresita sonríe. ¡Ha ganado la partida!… Recibe los Sacramentos, y el Sábado de Gloria, con la anticipación de unos meses, se iba al Cielo para participar allí en la celebración de la Definición dogmática de la Asunción de la Virgen.

Teresita fue un prodigio de la gracia de Dios en manos de María. Era la chica rubia que yendo por la Gran Vía de Madrid con su mamá, se detienen las dos ante el escaparate del gran comercio, la ve un saleroso transeúnte, y le lanza este piropo formidable:
– ¡Pero, qué maravilla! Si esto es la Virgen María paseándose por la Castellana…
    Fue el mayor triunfo de Teresita. De colegiala, cuando se iba a escoger el lema para la imposición de la medalla de las nuevas congregantes marianas, vence el presentado por Teresita, tantas veces repetido después: “Que quien me mire, te vea”… Ver a Teresita, era como ver a la Virgen María en persona.
    Hoy, Teresita González Quevedo está para a los altares… Ya habíamos contado alguna vez esta anécdota, la más bella de su vida, pero no nos va mal el haberla repetido ahora.

Porque María, la Madre de la Gracia, tesorera de esa Gracia que nos mereció Jesús con su Muerte redentora y su Resurrección, no se mide cuando se da a las almas que le aman.
La Gracia la comunicó Jesús a su Iglesia con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Y la sigue derramando sin cesar sobre todos los elegidos. Pero lo hace por medio de la que el mismo Espíritu Santo se sirvió para darnos a Jesús. El Espíritu Santo, por María y con María, realizó la maravilla de las maravillas, que es la Humanidad santísima de Jesús unida a la Persona del Hijo de Dios.
Y hoy el Espíritu Santo sigue el mismo camino para formar a Jesucristo en las almas. Le confía esta misión a María, su Esposa querida, y Jesucristo nace espiritualmente en los corazones lo mismo que naciera un día físicamente en el seno bendito de María.

Lo primero que hace María es lanzar a las almas a la contemplación de Jesús, como  lo expresó el Papa Pablo VI con su lenguaje preciso de siempre:
“¿Cómo nos aplicaremos la lección que nos da nuestra Madre? Todos debemos ser contemplativos; todos al igual que María debemos abrirnos al Verbo, acogerlo y guardarlo en nuestro corazón. Todos debemos ser almas ejercitadas, diestras y experimentadas en la vida interior y en la oración. Y entonces todos podremos ser antorchas siempre radiantes y nunca consumidas, que manifiesten y propaguen la propia vida convertida en llama de caridad y de apostolado”.

Y esto fue también lo primero que la Virgen hizo con esa Teresita que hoy ha venido a nuestro programa. Esta muchacha es un modelo acabado de lo que significa ponerse en manos de María para que la Madre divina haga lo que quiera. Y lo que la Virgen quiere es, naturalmente, llevar las almas a Jesús.
Teresita lo experimentó de manera muy viva, llevada por la Virgen a la contemplación de Jesús presente en la Eucaristía. Un día, cuando ya está en el convento, la visitan sus antiguas compañeras de colegio y le cuentan felices tantas ilusiones con sus novios. Teresita escucha sonriente y con cierta malicia, pero les responde con su gracejo de siempre: -¡Vamos! Hasta en esto os gano. A mí no me cuesta nada estar con Él cada vez que quiero. Me voy delante del Sagrario, y allí me las entiendo con Él que es un gusto…

De la contemplación de Jesús, María pasa las almas a la imitación perfecta de Jesucristo, como nos lo expresa el mismo Papa Pablo VI de esta manera:
“En su vida terrena, María realizó la perfecta figura del seguidor de Cristo y fue espejo de todas las virtudes, porque encarnó perfectamente las Bienaventuranzas proclamadas por Cristo. Por eso la Iglesia halla en María la forma más auténtica de la perfecta imitación de Cristo: modelo de respuesta dócil a las mociones de la gracia; modelo de plena conformación a la doctrina de Cristo; modelo de perfecta caridad”.

Un estudiante de las milicias universitarias pierde en el cuartel su rosario. Lo encuentra el Comandante, descreído y burlón, y pregunta a los cadetes que tiene delante en formación: -¿De quién este amuleto? Nuestro joven da un paso adelante: -Mi comandante, es mío. ¿Me lo puede devolver, para poder rezar hoy el Rosario a la Virgen? Nadie chistó, y al Jefe se le caía la cara de vergüenza.
Aquel muchacho era tenido por todos como el mejor cadete de la escuela militar. Era un joven formado por la Virgen…

El Dios que nos predestinó para ser conformes a la imagen de su Hijo, nos dice: -¿Quieres conseguir fácilmente el ideal que te propongo? Ponte en manos de María. No te vas a equivocar…

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