El Reinado de Dios

7. enero 2021 | Por | Categoria: Iglesia

San Juan de Avila, un judío de pura raza, sabía muy bien lo que significaba para su pueblo esa palabra: el Reino de Dios. Y en su libro de rezos, cuidadosamente escrito, tenía esta única exhortación del divino Maestro: Buscad el reino de Dios, que todas las demás cosas se os darán por añadidura (Mateo 6,33)

Es una frase evangélica que todos los cristianos nos sabemos de memoria. Para los judíos del tiempo de Jesús, el Reino de Dios se había convertido en una obsesión feliz.
En la expresión El Reino de Dios, o Reino de los Cielos, se encerraba toda la Biblia. Dios tenía que reinar. Dios tenía que dominar el mundo. El Dios de Israel tenía que ser el Rey del universo.
Viene Jesús, y proclama el Evangelio, la gran noticia: ¡El Reino de Dios ha llegado! ¡El Reino de Dios está ya entre vosotros! (Marcos 1,15)

El Reino de Dios se ha metido con Jesucristo en el mundo. Pero no lo invade todo de una vez para siempre. Irá conquistándolo todo de una manera progresiva:
como el fermento hasta que se apodera de toda la masa;
como la semilla hasta que se forma el árbol completo;
como la cosecha que tarda meses en madurar del todo.

Por eso Jesús nos exhorta a pedir: ¡Venga a nosotros tu Reino!… Que lo conozcan todas las gentes. Que todos los pueblos se le sometan. Que no haya nadie que se salga por propia voluntad del Reino de Dios, porque se perdería para siempre.

El Reino de Dios lo inaugura Jesucristo en su Persona y lo confía a su Iglesia para que lo lleve adelante hasta el fin. Reino de Dios —Jesucristo— Iglesia son tres aspectos de una misma realidad.
Cuando decimos: ¡a trabajar por la Iglesia!, es lo mismo que trabajar por Jesucristo.
Cuando decimos: ¡a trabajar por Jesucristo!, es lo mismo que trabajar por el Reino.
Cuando decimos: ¡a trabajar por el Reino!, es lo mismo que trabajar por Jesucristo en su Iglesia.

El Reino de Dios no es algo que meta ruido ni que se anuncie al son de trompetas y al paso de tambores estrepitosos. Jesús se lo decía a los judíos y nos lo sigue diciendo a todos nosotros: El reino de Dios no va a venir aparatosamente, ya que el reino de Dios está dentro de vosotros (Lucas 17, 21)

Esto, sin embargo, no quiere decir que el Reino de Dios no se manifieste de mil maneras ante nuestros propios ojos. Cuando vemos el templo atestado de fieles en la Misa del Domingo, ¿no nos damos cuenta de que allí está la Iglesia, de que allí se ha hecho presente Jesucristo, de que allí está pujante el Reino de Dios?… Cuando vemos un hogar perfectamente constituido, los esposos que se aman y los hijos que suben bien formados, que rezan, que son castos, que estudian, que se casan en el Señor ante su Iglesia, ¿no vemos ahí el Reino de Dios?…

Jesucristo manifiesta el Reino de Dios de mil maneras, y la Iglesia lo proclama sin complejos aunque muchos tal vez lo rechacen.
Radio Vaticana tiene una sintonía muy conocida: es la melodía de aquel himno latino valiente y enardecedor: Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.
Lema que tiene esculpido con caracteres firmes el obelisco de la Plaza de San Pedro y que lee multitud de gentes llegadas de todas las partes de la Tierra..

Con humildad, pero la Iglesia anuncia el Reino desde todos los lugares y por todos los medios, como le encargó Jesucristo: Lo que yo os he dicho en privado, vosotros publicadlo desde las azoteas (Mat.10,27). Hoy, nos diría Jesús: anunciadlo por las antenas de la Radio —como lo hacemos nosotros—, por los canales de la Televisión, por los satélites de Internet… ¿Es esto importante para nosotros?

Sí, lo es mucho. Jesucristo no vivió sino por el Reino y para el Reino, por el cual fundó su Iglesia. Por eso nosotros, como Jesucristo, trabajamos en la Iglesia por Jesucristo y por el Reino. Y lo hacemos bajo un doble aspecto, expresado en la petición del Padrenuestro: ¡Hágase tu voluntad!, ya que la voluntad de Dios es el establecimiento de Reino en cada una de las personas y en el mundo entero.

Primero, empezamos por nosotros mismos. El Reino de Dios comienza por cada uno. Dios tiene que vivir en mí y reinar en mí. En mi corazón por su gracia y su amor. En mi familia, que no tiene otro dueño que Dios. En mi trabajo, que es digno de Dios. En mi vida entera, orientada totalmente hacia Dios. Ser santo o santa no es otra cosa que vivir, manifestar y hacer crecer continuamente en la propia vida el Reino de Dios. ¡Que se haga tu voluntad en cada uno de los acontecimientos del día como en la vida entera!…

Segundo, trabajamos por dilatar el Reino de Dios en todas las personas y en    los ambientes que nos rodean, pues no nos aguantamos sin comunicarlo a los otros, sin empujarlos a entrar si es que están fuera, sin hacerles participar de nuestra dicha, ya que tenemos en la Iglesia todos los bienes del Reino de Dios.
Esto significa ser apóstoles en nuestro propio ambiente y acelerar el establecimiento del Reino de Dios en todo el mundo, sin un solo rincón que no lo haya acogido, para gloria de Dios y salvación de todos.

Los judíos no soñaban sino en el Reino de Dios. Sueño que Dios realizó con Jesucristo, el cual dejó a su Iglesia la tarea de llevar adelante la obra del Reino. No es extraño que la Iglesia pida siempre voluntarios para trabajar por el Reino. Y cuando llegue el Reino al fin glorioso que le espera, vendrá el lucir cada uno la condecoración ganada aquí con su trabajo por el Reino. Como los hijos del Zebedeo, todos suspiramos por los mejores puestos. ¿Los habremos merecido?…

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