Una Alianza y una Iglesia

28. enero 2021 | Por | Categoria: Iglesia

Cuando aprendemos a leer la Biblia nos encontramos con estas dos palabras claves: Alianza e Iglesia. En el Antiguo Testamento, siempre sale la Alianza como lo más grande que tenía Israel: el pacto que lo ligaba estrechamente con Dios, tan estrechamente como el esposo lo está con la esposa. Así ama Dios a Israel su pueblo, y el pueblo de Israel se sujeta a su Dios Yavé. En el Nuevo Testamento, la palabra Alianza ha sido sustituida por la palabra Iglesia, que significa para nosotros lo mismo que la Alianza para Israel: Jesucristo ama a su Iglesia como a su esposa, con la que se ha ligado para toda la eternidad, y la Iglesia no vive sino para su esposo Jesucristo.

Como vemos, este lenguaje, inspirado y usado por el mismo Dios, es de una belleza sin igual. Y entraña para la Iglesia el mismo compromiso de fidelidad que los profetas exigían a Israel.
Desde un principio, decimos que la antigua Alianza no era más que una preparación de la Alianza nueva que había de venir, una y otra llamadas también Antiguo y Nuevo Testamento. El Antiguo, provisional, daba lugar al Nuevo que sería definitivo —nuevo y eterno, como lo llamó el mismo Jesús—, porque Dios no establecerá ya ninguna otra alianza ni legará otro testamento posterior.

Una anécdota entre un judío y un católico nos lo cuenta de manera simpática.
Era en la guerra franco-prusiana de 1870. El Gobierno de Francia puso su sede en el palacio arzobispal de la ciudad de Tours. Allí se encuentra un abogado judío del Gobierno con el Señor Arzobispo, al que le dice sonriendo:
– Excelencia, Vos representáis al Nuevo Testamento y yo al Antiguo. Habremos de comprobar cuál de los dos es el mejor.
El Arzobispo era muy listo, y responde con gracejo y atinadamente:
– Muy bien, Señor Ministro. Usted es un prestigioso abogado, y sabe muy bien que cuando hay dos testamentos, solamente uno tiene validez: el segundo.

Broma aparte, entre el arzobispo católico y el abogado judío nos han dicho lo que nos interesa a nosotros: Dios ha establecido por Jesucristo con toda la Humanidad una Alianza nueva, que se realiza en la Iglesia, el nuevo Israel de Dios. Alianza que nos compromete a cumplir todas las cláusulas del Testamento, ofrecido por Dios a cada uno de nosotros y aceptado por nosotros en el Bautismo.

La Alianza antigua, establecida por Moisés en el Sinaí, escrita en tablas de piedra, y sellada con sangre de animales, no podía ni perdonar los pecados ni santificar.

La Alianza nueva, establecida por Jesucristo, sellada con su Sangre, y sin más ley que la del amor escrita en nuestros corazones por el Espíritu Santo, perdona todos los pecados y nos santifica hasta meternos en la misma gloria en que está nuestro Mediador Jesucristo, siempre viviente para interceder por nosotros.

Todos los hombres están llamados y son invitados a entrar en la Nueva Alianza. Y los primeros invitados —porque Dios no revoca en modo alguno su palabra ni retira su promesa— son nuestros hermanos en la fe de Abraham, los judíos, que si bien tienen retrasada la entrada, llegarán a formar parte gloriosa de la nueva Alianza en la Iglesia.

Siendo esto así, ya se ve la serie de compromisos que entraña para nosotros el estar metidos en la Alianza nueva que se realiza en la Iglesia. Con comparaciones bellísimas, arrancadas del más puro lenguaje bíblico, nos lo va diciendo San Agustín.

El dedo de Dios escribía en tablas de piedra. Ahora escribe Dios en los corazones. Lo escrito en las piedras era una ley exterior que infundía miedo. Lo escrito en el corazón, no es más que ley de amor.
Por eso, ¿cómo y por qué cumplimos nosotros los Mandamientos? No por miedo a un castigo, sino por amor a Dios nuestro Padre, porque queremos cumplir su voluntad amorosa.

Los hijos de la Iglesia nos distinguimos por la alegría, felices de ser fieles a Dios que nos manda porque nos ama. La Alianza antigua, hasta que vino Jesucristo, mandaba, no sanaba. Con los Mandamientos, hacía ver el mal, pero no curaba a quien los había incumplido. En la Alianza nueva, viene Jesucristo y dice con autoridad: Confía, hijo, tus pecados te son perdonados. Y transmite a su Iglesia este poder divino: A quienes vosotros perdonéis los pecados, perdonados les quedan.

Los hijos de la Iglesia no podemos pecar, no debemos pecar, no podemos traicionar las promesas de nuestro Bautismo. Sin embargo, ante nuestra debilidad, Dios nos perdona por nuestro Mediador Jesucristo, que en el Cielo enseña al Padre sus llagas por nosotros, y ha provisto a la Iglesia con un Sacramento espléndido como es el de la Reconciliación.

Llevando hasta el fin el significado de la palabra Alianza —alianza de amor, alianza matrimonial, alianza de unión perpetua—, el vivir la Alianza nueva en la Iglesia es para nosotros la esperanza suprema.
El esposo no puede estar sin la esposa, cuando los dos se aman entrañablemente. Y no hay esposo como el Esposo Jesucristo ni esposa como la Iglesia su Esposa. Se aman apasionadamente, y juntos habrán de estar unidos para siempre.

Permanecer fieles en la Iglesia de Jesucristo es asegurarse de manera cierta la felicidad celestial.
La Eucaristía —en la que bebemos la Sangre de la alianza nueva y eterna— por la que Jesucristo se une a cada miembro de su Esposa la Iglesia, es la prenda más firme que tenemos de nuestra unión irrompible con el mismo Jesucristo.

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso