Jesucristo en su Iglesia
11. febrero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaSi queremos entender el misterio de la Iglesia, no apartemos ni por un instante nuestra mirada de Jesús. Sin un Jesucristo metido totalmente, intensamente, ininterrumpidamente, dentro de su Iglesia, no acertaremos a comprender ni la santidad, ni la continuidad de la Iglesia en el mundo.
Mientras que teniendo fe en Jesucristo, en su fuerza soberana y en su amor, la Iglesia no entrañará para nosotros ese misterio que no se explican los que están fuera: ¿Cómo es posible que la Iglesia siga con el mismo y redoblado vigor que hace dos milenios?…
La primera respuesta la tenemos en la palabra de Jesús, cuando se despide para ir al Cielo: Yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos (Mateo 28,20)
Aunque cabe preguntar: ¿Cómo está Jesús con la Iglesia y para la Iglesia? ¿De una manera externa? ¿Está con nosotros como cuando nosotros vamos en el autobús o en el tren: sentado junto al asiento, y nada más?… No; eso sería muy poco. Ni le llenaría el corazón a Él, ni a nosotros nos ayudaría gran cosa.
Jesús está metido en su Iglesia de tal manera, que la vida de la Iglesia no es sino la vida de Jesucristo difundida en todos los bautizados. Cristo y la Iglesia son una misma cosa.
Nadie lo habrá expresado tan categóricamente como aquella muchacha de diecinueve años que es juzgada por hereje y condenada a morir en la hoguera, Santa Juana de Arco. Los jueces la quieren enredar en mil explicaciones, y ella, con una luz del Espíritu Santo que pasmó al tribunal, responde enérgicamente:
– Poniendo por testigos a mi Señor Jesucristo que me ha enviado, a Nuestra Señora y a todos los Santos, declaro: creo firmemente que nuestro Señor y la Iglesia son completamente una misma cosa, y no se me pongan más dificultades en este punto. ¿Por qué vienen con dificultades cuando es todo una misma cosa?
Así de valiente y categórica se mostró quien no había estudiado nunca teología, pero que ante el tribunal aplanó a todos los profesores.
Cristo vive en su Iglesia, y la Iglesia lleva consigo a Cristo. Es decir, cada cristiano lleva a Cristo en el corazón, de modo que la vida del cristiano y la de Cristo son la misma, conforme a la profunda mística de San Pablo:
– Mi vivir es Cristo… Y vivo yo, pero ya no soy yo quien vive, sino que Cristo es quien vive en mí.
Algo que expresó uno de los primeros y más gloriosos mártires de la Iglesia, San Ignacio, Obispo de Antioquía, y discípulo que había sido de los Apóstoles.
Condenado a ser echado a las fieras del circo en Roma, es antes presentado ante Trajano, que le trata de miserable. Y el santo anciano:
– ¿Yo miserable? A mí no me trata de miserable nadir, porque soy portador de Cristo.
– ¿Cómo puedes llamarte tú portador de Cristo? ¿Dónde lo llevas?, pregunta Trajano. Y el mártir:
– Esta es la verdad: yo llevo a Cristo conmigo.
Mientras la Iglesia esté convencida de que Jesucristo es la vida de su vida, la santidad florecerá en la Iglesia de manera espléndida, porque el cristiano se esforzará en eso que le ha enseñado el Apóstol Pablo: a vivir sólo de Cristo, a manifestar la vida de Cristo, a dar Cristo al mundo…
Esta realidad se manifiesta de muchas maneras. Por ejemplo, en la fortaleza que Jesucristo nos infunde cuando llega el momento de la prueba. Es ya clásica la afirmación que viene desde el principio de las persecuciones romanas: Cristo está en el mártir. Porque, efectivamente, nadie se ha explicado hasta ahora la serenidad, la alegría y el aire de triunfo con que han muerto tantos testigos de la fe en medio de tormentos inimaginables. Sin una fuerza superior dentro del mártir, eso no tiene explicación humana.
Pero no hace falta ir hasta el martirio. Basta pensar en las pruebas de cada día. Una mirada, un apretón y un beso al Crucifijo realizan cada día prodigios innumerables.
Se presenta una obligación, un deber costoso, y se le dirige la mirada a Jesús con un ferviente: ¡Todo por ti, Señor Jesús! La vida, tan complicada a veces, se convierte en una tarea fácil cuando así se cuenta con Jesucristo.
Un famoso pintor lo expresó bellamente en un cuadro muy notable. El templo aparece vacío. En la penumbra del coro se ve a una mujer solitaria, abatida por profundo dolor. En éstas, se le acerca una figura noble, majestuosa, que toca suavemente la espalda de la mujer que reza, mientras le habla quedamente al corazón. El cuadro, aunque lo dice todo por sí mismo, lleva sin embargo escrito este título: Yo estoy siempre con vosotros (Cuadro de Browne)
Porque Jesucristo está viviendo en nuestro corazón por la gracia.
Nos habla cuando leemos su Evangelio, en el que percibimos hasta el tono de su voz.
Viene a nosotros en la Comunión, y de tal manera funde su vida con la nuestra, que llega a decirnos con palabras sublimes: Así como el Padre vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí (Juan 6,57)
Y para no privarnos un momento de su presencia real entre nosotros, ahí está día y noche en el Sagrario esperando, recibiendo, amando, y haciendo una realidad insospechada la palabra bíblica: No hay pueblo que tenga sus dioses tan cercanos como nosotros tenemos a nuestro Dios (Deuteronomio 4,7)
¡Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo! ¿Cómo la Iglesia no va a realizar prodigios de santidad? ¿Cómo Jesucristo no va sentirse feliz con su Iglesia?…