La Iglesia en que soñamos

4. marzo 2021 | Por | Categoria: Iglesia

Y ustedes, ¿qué clase de Iglesia quieren hoy? Esta fue la pregunta que una revista lanzó a sus lectores. Pedía respuestas, y un teólogo y escritor muy competente respondió con mucho acierto:
“Yo la quiero como la quiso el Papa Juan Pablo I nada más asumir el Pontificado, que propuso
una Iglesia unida,
una Iglesia evangélica,
una Iglesia encarnada,
una Iglesia fiel a su misión”.

¿Son actuales estas notas, cuando hace ya tantos años que las formulara el querido Papa de la sonrisa?…

Los laicos, los seglares, nosotros, nos sentimos Iglesia cada vez más. La raíz de nuestro Bautismo se va convirtiendo en árbol frondoso que da muchos frutos, y uno de los más vistosos y de más sabor es ciertamente la convicción de que la Iglesia depende de nosotros, guiados siempre por los Pastores que el Espíritu ha puesto para guía del Pueblo de Dios. De ahí nuestro empeño en hacer que esas notas de la Iglesia ⎯como las esenciales de una, santa, católica y apostólica⎯ resplandezcan inequívocas ante el mundo.

Cuando decimos que queremos una Iglesia unida, el pensamiento se nos va, ciertamente, al ecumenismo, por el cual la Iglesia está empeñada en alcanzar la unión de los Cristianos en la UNICA Iglesia que Jesucristo fundó. Esto es cierto. Pero nosotros, en nuestras iglesias particulares, queremos y buscamos algo más, como es el acoplarnos en torno a nuestro propio Obispo y a nuestros sacerdotes
– para desarrollar la vida cristiana como aquella primera comunidad de Jerusalén, que no tenía más que un solo corazón y una sola alma;
– para manifestar a todos que no hay más que un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre;
– para trabajar todos a la una por los hermanos, a fin de que entre nosotros, lo mismo que en la comunidad de los Apóstoles, no haya nadie con necesidad sin que se vea socorrido;
     – para ser transmisores de la doctrina con un apostolado que no se cansa nunca de anunciar el Reino a todos los que tenemos a nuestro alcance.
     Esa unión, superadas todas las tensiones que se pueden crear entre nosotros, es fuente de bendiciones abundantes de parte de Dios, y de una paz envidiable dentro de la comunidad.

Hoy nos hemos vuelto muy sensibles hacia los valores sustanciales del Evangelio, como son la pobreza, la humildad, la sencillez, el abandono a la bondad de nuestro Padre celestial que cuida de nosotros.
Parece esto una cosa muy simple, pero es una de las conquistas más grandes de la Iglesia en nuestros días. Queremos presentarnos ante el mundo como los servidores de todos, que no buscamos nuestro provecho propio, sino que buscamos siempre, únicamente y en todas partes el bien de los demás.
La Iglesia quiere ser hoy, más que nunca, la Iglesia de los pobres. Lo expresaba así el querido Papa Juan Pablo I hablando de Roma, y nosotros lo decimos de nuestra propia parroquia: Será una verdadera comunidad cristiana si se honra en ella a Dios no sólo con la afluencia de los fieles a la iglesia, no sólo con la conducta privada vivida con moderación, sino también con el amor a los pobres. Éstos son ⎯decía el mártir San Lorenzo⎯ los verdaderos tesoros de la Iglesia.

Esto hace también que la Iglesia trate de encarnarse cada vez más en el mundo, respondiendo a las necesidades ingentes de la sociedad moderna. Ningún problema en que esté metida la humanidad es ajeno a la preocupación y solicitud de la Iglesia. Nos interesa todo, y a todo queremos presentar la solución que Cristo nos ofrece en su Evangelio. Claro, que esto nos acarreará muchos conflictos. Porque la Iglesia, como Jesucristo en su tiempo, no se acomodará a los gustos del mundo, sino que el mundo tendrá que acomodarse, para su salvación, a las soluciones que le brinda el Evangelio.

Sigue el Papa Juan Pablo I, hablándonos ya a cada uno de nosotros en particular: ¿Qué hay que hacer para mejorar la sociedad? Lo diré: busque cada uno de nosotros ser bueno y contagiar a los demás con una bondad toda empapada en la mansedumbre y el amor enseñado por Cristo.  

Finalmente, queremos que la Iglesia sea siempre fiel a su misión, irrenunciable, de llevar la salvación a las almas de todo el mundo. Convencida como está de que el Reino de Jesucristo no es de este mundo y de que todo lo de aquí es provisional, la Iglesia mirará siempre a la ley suprema de la salvación eterna de los hombres. Lo demás, queramos que no, tiene importancia sólo relativa. “Lo único necesario”, que dijo Jesucristo, no es lo de este mundo sino lo del otro.

El Papa Juan Pablo I nos decía: “En el Concilio voté yo también el Mensaje de los Padres Conciliares al Mundo. Decíamos en él: La tarea principal de DIVINIZAR no exime a la Iglesia de HUMANIZAR… Pienso que el Magisterio de la Iglesia no insistirá jamás bastante presentando y recomendando la solución de los grandes problemas de la libertad, de la justicia, de la paz, del desarrollo; y los seglares católicos nunca se batirán suficientemente para resolver estos problemas. Es sin embargo erróneo afirmar que la liberación política, económica y social coincida con la salvación de Jesucristo, que el REINO DE DIOS se identifique con el REINO DEL HOMBRE, que “donde está Lenin allí está la Jerusalén” celestial”…

El tan querido Papa de la sonrisa, Juan Pablo I, ha guiado hoy nuestra reflexión sobre la Iglesia, a la que tanto amamos y en la que tanto queremos trabajar para el bien del mundo.

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