Adultos hacia el Bautismo

18. marzo 2021 | Por | Categoria: Iglesia

Hechos siempre a escuchar y leer estadísticas fatales ⎯porque todas las que se nos dan son acerca de lo malo que resalta en la sociedad o de lo desagradable en la Iglesia⎯, nos suelen pasar desapercibidos muchos hechos que son magníficos de verdad. Hoy me quiero referir, concretamente, a los adultos que piden el Bautismo en naciones que se están secularizando y descristianizando de manera alarmante.

Por ejemplo, el caso de Francia. En uno de sus viajes, el Papa Juan Pablo II le preguntó casi como un desafío: -Francia, ¿dónde está tu bautismo? Porque Francia fue, como nación, el primer país que aceptó el cristianismo y fue durante siglos pionera en la defensa de la cristiandad.
     – Pues, bien; en esa Francia hoy tan descristianizada, se iban a bautizar en la noche del primer Sábado Santo del Milenio más de dos mil adultos, entre los veinticinco y cuarenta años. A lo largo de todo el año, son casi diez mil los adultos que en Francia se bautizan. ¿No es esto magnífico y altamente consolador?
     – En Estados Unidos son muchos más los adultos que entran la noche pascual en la Iglesia Católica, y nada digamos en los países de Misión, donde la Iglesia se incrementa de manera prodigiosa.

     Nuestra pregunta podría ser ahora ésta: ¿Y qué mueve a esos adultos a abrazar la fe cristiana y católica de manera tan decidida?      
Escojo, casi al azar, un testimonio precioso. En ese primer Sábado Santo del Tercer Milenio iba a recibir el Bautismo en el norte de Italia una enfermera titulada, competente, muy apreciada. Alejandra, su nombre propio. Responde con naturalidad al periodista:

“He escogido la fe al darme cuenta de cómo tantos enfermos católicos hacían frente a la muerte con una serenidad contagiosa. Llevo cuatro años atendiendo en este paso a las personas más diversas. Unos lo hacen con rabia, totalmente desilusionados de la vida. Pero esos católicos la aceptan con gran serenidad ante lo que les espera, pues van hacia una vida nueva.

– Especifique un poco, Alejandra.
“Los testimonios de moribundos creyentes han dado fuerza a una “curiosidad” que yo me hacía al escucharles cuando salían del túnel de su estado de coma. Todos hablaban de una luz inexplicable y de la gran paz que sentían. ¿Qué es esto?, me decía yo. ¿Y si todo esto que yo creo una estupidez de ellos, fuera verdad? ¿Si fuera realidad eso tan bello que cuentan?…

– Alejandra, ¿y fue la visión de la muerte lo que la trajo a la fe?
“Sí; pero un caso fue decisivo. Se trataba de una mamá, de 33 años, que se encontró de repente con un tumor que ya no tenía remedio. Yo me rebelé, y le dije:  ¡No hay derecho, que esto le venga precisamente a usted! Deja marido y tres niñas. ¿Qué no hay ancianos que podrían ocupar su puesto? Pero ella, con gran serenidad: Soy feliz por haber formado esta espléndida familia. Dios me ha ayudado, y no sabe usted lo que ha significado para mí la fe. No tuve más remedio que rendirme ante este testimonio.

– ¿Y ahora, Alejandra?
“Me acerqué al sacerdote. En la Iglesia me han acogido muy bien: el sacerdote, los amigos, la catequista sobre todo. Y mi novio, al que le pregunté un día: -¿Y qué tiene Jesús para que te fascine tanto? Ahora lo entiendo. Al sacerdote le he dicho que me bautizo abrazando todas las consecuencias de la fe cristiana. Y con mi novio no pensamos sino en formar una familia, para educar a los hijos con todo lo que exija la fe” (Lo de Francia, y este ejemplo, en Avvenire, Sábado Santo 2001)

Ante un caso como éste no nos queda más que alabar a Dios.
Alabar a Dios, y aprender a ver con optimismo la Iglesia.
Y más que nada, aprender la lección.
Una lección de lo que vale nuestro testimonio cristiano.
Aquellos enfermos que morían con tal paz y serenidad conquistaron para la Iglesia a la que sería una hermana nuestra tan preciosa.
     Aquella madre estupenda, a pesar de dejar un esposo sumido en el dolor y tres niñas con serio interrogante sobre su porvenir, fue con su resignación, y hasta con su alegría y confianza en Dios, la causa de salvación para un alma que iba descarriada, y, ya lo vemos, para formar también un hogar con muchas esperanzas cristianas.

     La fe no crece en el mundo precisamente por las muchas enseñanzas. Crece sobre todo por el testimonio que damos los creyentes.
El Evangelio manifestado por nuestras vidas ejemplares penetra en las almas mucho más profundamente que el Evangelio escrito.
El uno enseña, instruye, encanta si queremos.
Pero el otro arrastra, y arranca muchas veces de quien lo contempla pasar por la calle, o ante la mesa de un despacho, o en el campo del agricultor, o en la fila de los comulgantes, una pregunta inevitable:
– ¿Qué tienen estos católicos para ser tan diferentes de los demás?… Así debiera ser. ¿Por qué muchas veces no lo es?…

Un poeta alemán escribió para la tumba de su esposa: Caminaré yo también en pos de ti, porque ese tu camino conduce a la vida (Schiller)
Precioso, ciertamente. Porque lo mismo hay que conquistar para Cristo a un pagano que a la persona más querida del mundo.
     Y el milagro de la conquista de las almas se realiza siempre por la ejemplaridad de los creyentes, que llenan de catecúmenos las catequesis parroquiales, o arrastran a muchos hacia la práctica del amor en un mundo que perece de frío.
El caso es saber llevar a Cristo a tantas almas que están sedientas de la verdad y de la vida.

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