Sentimientos muy finos
30. marzo 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesAl hablar una vez de la educación que María, como Madre, hubo de impartir a Jesús, veíamos cómo aquella educación y formación influyó de modo muy determinante en la manera de ser y comportarse Nuestro Señor. No hay modernamente ningún comentarista de los Evangelios que no reconozca esta influencia de María en el Hijo que Dios le dio, y que era nada menos que el mismo Hijo de Dios… Esa finura de sentimientos que admiramos en Jesús se debieron en gran parte a la influencia que sobre Él ejerció su Madre bendita.
Nosotros, que queremos tener los mismos sentimientos de Jesús —y usamos palabras del apóstol San Pablo—, nos podemos preguntar con ansias vivas de imitación: ¿cuáles son esos sentimientos humanos más destacados de Jesús de Nazaret, para ver si nos podemos parecer algo a Él?…
Y, puestos a discurrir sobre ciertos pasajes del Evangelio —algunos nada más, pues analizar todo el Evangelio nos resultaría interminable—, vemos cómo Jesús destaca por su delicadeza, educación y cortesía, por su generosidad y por su amor a la naturaleza, que le descubre siempre a Dios su Padre.
Decir que Jesús era sumamente delicado está por demás. Era incapaz de ofender, de disgustar, de desagradar a nadie. Cuando se ha de enfrentar a los fariseos por deber de su misión, lo hace contra las maneras de actuar de los fariseos y letrados, no contra sus personas. Y siente tanto su obstinación, que llora desde el monte de los Olivos a la vista de la Jerusalén incrédula. Más, los respeta en medio de su obstinación, y, a la primera insinuación de sinceridad, se comunica con ellos igual que un amigo. ¿Qué hace con Nicodemo, su visitante de noche? ¿Qué hace con el doctor de la ley cuando le responde sensatamente sobre el primer mandamiento? Esto, con los que podían considerarse enemigos suyos.
Pero con todos los demás, ¡hay que ver el tino con que los trata para no ofender! A la prostituta, ni le menciona su vida, y dice al fariseo anfitrión: Se le perdona mucho porque ama mucho (Lucas 7,46). Con Zaqueo, ni alude a sus robos, sino que le responde en tono positivo del todo: ¡Hoy ha entrado la salvación en esta casa! (Lucas 19,9). Al ladrón, en la cruz, sin una sola palabra sobre sus crímenes, le responde: ¡Hoy estarás conmigo en el paraíso! (Lucas 23,40). Al hablar con la samaritana —cuando a ningún hombre se le permitía tratar a solas con una mujer— se porta con tal compostura, que los discípulos al verlo ni le preguntan el porqué, sabiendo la caballerosidad única del Maestro.
Podríamos multiplicar los ejemplos: con las amigas de Betania…, con los niños enredones y con las mamás que se los ofrecen…, con los apóstoles cuando han discutido por el camino y su manera de corregirlos…
Y así siempre. Es una constante en Jesús esa actitud de delicadeza exquisita, de educación esmerada y de cortesía elegante en su trato con todos.
Otro sentimiento muy fino que destaca mucho en Jesús es su generosidad, nacida de un amor grande a todos. No mide nada cuando da. No sabe negarse a ninguno que le suplica. Se prodiga a todos a pesar de cualquier sacrificio.
Su generosidad en la boda de Caná resalta de manera muy singular. ¡Seis tinajas, de unos cien litros cada una, llenas de vino exquisito para que la fiesta siga y siga!… La delicadeza con los novios en apuros y la esplendidez con los comensales, hacen del primer milagro uno de los cuadros que mejor retratan a Jesús en todo el Evangelio.
Me da compasión esta gente, que me siguen desde hace tres días y no tienen que comer, dice Jesús preocupado (Mateo 15,32). Pero pronto encuentra la solución adecuada, al acudir a la generosidad de su Corazón. El milagro resulta tan espléndido, que sobran doce canastos después que todos se han saciado hasta hartarse con el rico pan.
La generosidad de su Corazón llega a lo sumo —y es imposible llegar a más— cuando en la Ultima Cena resuelve la cuestión: Mis enemigos me echan de aquí y mi Padre me reclama allá. Entonces, ¿qué hago con mis discípulos, los dejo solos o me quedo con ellos? Y resuelve entregarse con una donación inimaginable para otro cerebro que no sea el propio de Jesús: Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo. Tomad y bebed, porque esta es mi sangre. Con vosotros me quedo hasta el fin….
¿Y qué decir de otro sentimiento muy fino de Jesús como es su amor a la Naturaleza? Es algo que destaca sobre manera el Evangelio.
Las imágenes que usa Jesús no son más que exteriorización de lo que lleva dentro: la cosecha que da hasta el ciento por uno…; las aves del cielo que no siembran ni recogen y están bien alimentadas por el Padre celestial, igual que las flores que sin saber tejer se visten más galanas que el rey Salomón…; el grano de trigo que muere para multiplicarse prodigiosamente…; el sol que sale para los buenos y los malos y la lluvia que cae sobre el campo de los malos como de los buenos…
Todas estas observaciones nos hacen ver a un Jesús excelente conocedor y enamorado de la Naturaleza.
Y uno se pregunta: ¿Cómo mirará Jesús ese cortar salvajemente los árboles de nuestros bosques, ese eliminar bandadas enteras de pajaritos con insecticidas, ese contaminar nuestras ciudades con un smog que las hace irrespirables?… ¿Y con qué cariño no mirará a quienes cultivan delicadamente las flores, y respetan los nidos, y defienden las especies de animales que otros quieren extinguir?…
Jesús, el de los sentimientos tan finos, el de un alma tan delicada y generosa, el de un corazón tan sensible, el hombre tan cabal, el caballero tan inigualable…, a lo mejor tiene que decir hoy todavía muchas cosas, que nos vendrían de primera para ser nosotros también unas personas muy selectas…