Negar a Dios con elegancia
13. abril 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Reflexiones¿Existe Dios?, pregunto para empezar. Y la pregunta me la sugiere el caso leído en cierta revista sobre un accidente espantoso de tránsito en plena carretera.
El auto quedó destrozado. El conductor, en estado gravísimo, fue llevado con urgencia al hospital. La esposa, también maltrecha, fue tendida en otra cama. Se reúnen en torno a ella los familiares más íntimos, y uno de ellos le dice a la paciente:
– ¿De qué te ha servido la herradura de oro que llevabas colgada al cuello?
Y la del accidente, convencida del todo:
– ¡Pues, menos mal! Si no llega a ser por la herradura pequeñita que yo llevaba y por la otra más grande que mi marido había colocado en el coche, ni él ni yo estaríamos vivos…
Otro de los familiares, un poquito más sensato, pero igualmente desquiciado, interviene muy grave:
– ¡Yo no creo en esas cosas! La herradura no tiene que ver nada. Lo acaecido se debe únicamente al destino. El auto tenía que parar así, y estaba en el destino que los dos no tenían que morir aún.
El capellán del hospital, llevado por una enfermera, aguanta cuanto puede explicaciones tan “portentosamente sabias”, y al fin repone:
– ¿Puedo atenderles yo en algo? Si la intervención no resulta, a su esposo se le podría presentar un desenlace fatal. Y usted, señora, tampoco está del todo bien. ¿Puedo, ante todo, cambiarle esa herradura que lleva por este pequeño Crucifijo?
– ¡Ay, no Padre, eso no! Si esta herradura es lo que me ha salvado.
– Y si está en el destino que no mueran aún —replica el sabiondo de antes—, ¿qué importa, Padre, todo lo que usted haga?
El pobre capellán no supo qué hacer. ¡Ya volveré después!, se dijo, y añadió mirando al cielo: ¡Qué poca cosa que eres, Dios mío, ante el destino y una herradura!…
¿Existe Dios?, vuelvo a preguntar. Podemos estar seguros de que si el capellán les hace esta pregunta a esos de la herradura y el destino, hubieran respondido: ¡Sí, claro que sí! Dios existe. Pero no se hubiesen dado cuenta de que estaban negando con elegancia la existencia de Dios. En la mente de esos crédulos incrédulos, las cosas están invertidas. El destino está sobre el Ser Supremo. La herradura es mucho más que la Providencia. La Cruz no infunde esperanza.
Esas expresiones tan corrientes: “era su destino”, “estaba en su destino”, “es inútil luchar contra el destino”, y otras parecidas, no las podemos aceptar nosotros en nuestro lenguaje, que deja de ser cristiano para volver a los conceptos más viejos del paganismo.
Los escritores más célebres de Roma en los tiempos de la venida del Señor hablaban así.
Uno: El destino gobierna a los hombres.
Otro: El género humano es gobernado por el destino.
Un tercero: El destino gobierna el mundo, y todo está sujeto a una ley inevitable.
Y el mejor de los poetas, sentenciará: El destino te arrastra. Por eso, Renuncia a la esperanza de poder cambiar con tus súplicas el destino de los dioses, aunque los no puedan o no quieran jamás cambiarlo (Juvenal – Séneca – Manilio – Virgilio)
¿Qué ocurre entonces, si se acepta eso del destino? Pues que Dios no cuenta para nada, porque ni existe tan siquiera. Y, si existe, el mismo Dios se ve sujeto y maniatado por ese destino que es una fatalidad irremediable.
Sin embargo, Jesucristo nos dice lo contrario con expresiones muy poéticas:
Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.
Vuestro Padre celestial hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y hace caer la lluvia sobre el campo de los malos igual que sobre el de los buenos.
Ni un pajarito cae del cielo sin permiso de vuestro Padre celestial. ¿Y no valéis vosotros mucho más que los pajaritos?… (Mateo 5, 45. 10,29-30)
Jesús enlaza con lo que la Palabra de Dios nos había dicho ya en el Antiguo Testamento.
El Eclesiastés (9,1) nos asegura: Los justos y los sabios, junto con sus obras, están en la mano de Dios. Por eso dirá el Salmo (30,16): En tus manos, oh Dios, está mi suerte Y San Pablo, viendo cómo Dios se nos ha dado en Jesucristo, concluirá: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. Entonces, tanto que vivamos como que muramos, somos del Señor (Romanos 14,8)
Si así nos habla la Palabra de Dios, y todo esto nos ha enseñado Jesucristo, ¿podemos nosotros creer en esas fantasías del destino? Nosotros, creyentes, ¿podemos aceptar tan siquiera un lenguaje que, bien pensado, no solamente es inexacto, sino que es incluso una negación de Dios?
Nuestra fe nos dice que eso del destino, de la suerte, de los signos de las estrellas en que se funda el horóscopo, y otras cosas que corren entre mucha gente, no dicen con nuestras creencias cristianas. ¿Por qué atormentarnos o complicarnos la vida con lo que, además de ser perjudicial, resulta inútil?…
Nosotros, preferimos lo del cantar:
– Entre tus manos está mi vida, Señor. Entre tus manos, pongo mi existir.
Porque en las manos de Dios se está más seguro, ciertamente, que cuando se lleva clavada en el auto o se luce colgada en el pecho una herradura…