Jesús, el mismo siempre
27. mayo 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Jesucristo¿Quieren que nos metamos hoy en una lección sobre Jesucristo, una lección que empezaron a enseñar los enemigos del Señor? Pues, lo vamos a hacer. Así sabremos cómo se equivocan los pretendidos sabios que se figuran que van a acabar con Jesucristo y su Iglesia.
Los que creemos en Jesucristo con fe sencilla, es decir, los que no discutimos sobre Él, sino que lo aceptamos sin más, tal como lo leemos en el Evangelio y nos lo predica la Iglesia, no entendemos esas cuestiones que se han planteado muchos.
Porque desde hace dos siglos empezaron a preguntarse los enemigos de la Iglesia sobre el Señor:
– Ese Jesús de hoy, ¿es el mismo que nació en Belén, el carpintero de Nazaret, el que hacía milagros, y el que murió en una cruz? Si resucitó y se subió al Cielo, ¿cómo es que sigue en la tierra con los hombres? ¿No será un Jesús diferente aquel de Nazaret de hace dos mil años y otro muy diferente el que predica la Iglesia Católica?
Todo esto ni se nos ocurre a nosotros.
Pero los enemigos de la Iglesia estudiaban así a Jesucristo, para acabar negándolo rotundamente. Y al fin no aceptaban ni a Jesús de Nazaret ni al Jesús que hoy adoramos, y seguían diciendo:
– ¿Ese Jesús de la historia, ése Jesús de los Evangelios? ¡Ni existió; se lo inventaron unos fanáticos! ¿Ese Jesús que los cristianos adoran? Es una fantasía tonta, que viene de aquellos hombres sin letras que predicaban la resurrección de un crucificado.
Esto es lo que empezaron a enseñar los enemigos de la Iglesia hace dos siglos hasta nuestros días. Pero, como siempre, la Iglesia no se acobardó ante este ataque de los que se llamaban hombres sabios. Al contrario, se estudió con toda intensidad a Jesús, y ahora el Señor Jesucristo luce más que nunca.
Todos aquellos enemigos de entonces, como los críticos actuales, no tienen más remedio que darnos la razón a los creyentes, cuando confesamos con seguridad plena:
– Jesús fue un hombre real, histórico, nada de un mito ni de una fantasía;
– Jesús resucitó, y fue predicado por testigos que lo vieron, que estuvieron con Él, que hasta comieron con Él igual que comían antes de que muriese, que lo tocaban y palpaban cuando les enseñaba las llagas que le dejaron los clavos;
– Jesús es hoy predicado y es el mismo que predicaron los Apóstoles, testigos presenciales de todo.
Entonces nuestra fe en Jesucristo no tiene límites ni trabas.
Sabemos que Jesucristo nació de la Virgen María, vivió como trabajador en Nazaret, predicó en Palestina y murió en una cruz.
Sabemos que Jesucristo es una persona que resucitó después de morir, y es el Viviente, el Resucitado.
Sabemos que Jesucristo continúa presente en su Iglesia, a la que guía por su Espíritu Santo.
Sabemos que ese Jesús se hace presente en la Eucaristía, y que está con nosotros haciéndonos compañía invisible, pero real.
Sabemos que Jesucristo está con su Iglesia en los Pastores que Él dejó como vicarios suyos, pues les dijo:
– Con vosotros estoy hasta el final de los siglos.
Nuestra actitud entonces resulta muy sencilla, y con el don de la fe que tenemos recibida de Dios, nos resulta muy fácil creer en Jesús y amarle con toda el alma. Lo que no sabe hacer un sabio incrédulo, lo sabe hacer un niño cristiano.
¿Leemos el Evangelio, los milagros, las palabras de Jesús? Entonces nos decimos:
– Sí, todo esto es la historia de Jesús, el mismo que me predica la Iglesia; es el Jesús que yo llevo en el corazón, que recibo en la Comunión y que me espera en su Gloria. El Jesús de la historia nos lleva al Jesús de la fe.
Y al revés: ¿quién es este Jesús en el que creo y que yo siento en mi corazón? Y nos venimos a responder, cada vez con más convicción:
– Este Jesús de mi fe es el mismo Jesús de esa historia tan bella que leo en los Evangelios; el que vivía con María en Nazaret, el que predicaba y el que murió en la cruz. En aquel tiempo vivía en Palestina; hoy, vive en el Cielo y en mi corazón.
La Iglesia nos predica esto hoy continuamente. Siempre lo había hecho, desde el principio, desde los Apóstoles. Pero modernamente la Iglesia lo enseña de una manera especial.
Y este es el provecho que sacan los enemigos de la Iglesia cuando nos atacan: en vez de salirse con la suya, no hacen más que impulsarnos a estudiar más la Persona de Jesús para que cada vez se ilumine más nuestra fe.
Al negar durante un par de siglos a Jesús, no consiguieron otra cosa que hacer estudiar cada vez más a Jesús, como un personaje histórico, que ha resultado ser el más conocido y comprobado de toda la antigüedad. Todas las negaciones de esos enemigos de Jesucristo no hicieron otra cosa que ahuyentar las nubes para que resplandeciera más el Sol.
Y al fin, Jesús aparece cada vez más claro que nunca en la historia y es cada vez es más querido.
¡Jesús! Los que no dudamos jamás de ti, somos felices de verdad. Y, si somos felices aquí en la tierra sólo con la fe, ¿qué dicha nos espera cuando te veamos cara a cara?…