¡Y la Gracia fue mayor!
12. junio 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaMuchas veces nos hacemos unas preguntas angustiosas, pero que tienen respuesta feliz:
– ¿Por qué existe el mal en el mundo? Si Dios no puede crear el mal, ¿por qué el mal existe? ¿Por qué el mal nos pierde? Por qué el mal, nos viene a añadir la fe, va a ser causa de una condenación que no tendrá fin? Si el mal entró en el mundo por el pecado de Adán, instigado por Satanás, ¿por qué en esta batalla del infierno contra el cielo ha tenido que ser derrotado Dios? ¿Y por qué los hombres tenemos que pagar las consecuencias de catástrofe semejante? (San Ambrosio. – Catecismo de la Iglesia Católica 412)
Son preguntas del todo legítimas. El apóstol San Pablo reconoce ese hecho triste. Pero al fin, mirando a Jesucristo, eleva bien alto nuestra esperanza:
– Sí, desde Adán hasta ahora ha abundado el delito, es cierto. El mal ha hecho estragos, pero donde ha abundado el pecado ha sobreabundado la gracia de Dios (Romanos 5,20)
Ante las angustias, los dolores y los fracasos de la vida, nos sentimos liberados si reconocemos el origen del mal y vemos el remedio que Dios pone en nuestra mano. El mal se nos metió en el mundo por el pecado, a instigación de Satanás. Pero Dios no podía ser vencido. No quiso ser vencido. Satanás se rió de Dios. Pero Dios se iba a reír de Satanás, y quien reiría el último sería Dios y no el demonio.
Le pasó a Dios lo que se cuenta curiosamente de Leonardo de Vinci, el genial pintor de esa Ultima Cena que está en todos los hogares. Había acabado esa pintura que él consideraba su obra maestra. Pero un antiguo enemigo suyo que se recomía de la envidia, agarra un gran recipiente de negro betún y embadurna de suciedad aquellos frescos estupendos, echándolos a perder. ¿Dejó Leonardo de pintar por eso? No. Rehizo el cuadro, con el que se ha inmortalizado, y del enemigo no queda ni el nombre.
Esto es lo que le pasó a Dios en el paraíso. El demonio estaba al acecho de la obra maravillosa de Dios. Engaña a Eva y después a Adán, que se alzan contra Dios. Pronto vienen las consecuencias, que nos plasma una curiosa leyenda. Caín se ha lanzado sobre su hermano, lo deja tendido en tierra, y huye, huye… Eva, la madre, ve aquel destrozo, aunque no entiende lo que es.
– ¡Pero, hijo mío! Soy Eva, tu madre. ¿Me oyes?…
Silencio total.
– Pero, Abel, ¿que no me escuchas? ¡Contéstame!
Inmovilidad absoluta… Terriblemente angustiada, Eva llama a su marido.
– Adán, mira, mira… ¿Qué es esto?
Y Adán, pensativo y muy triste:
– ¿Esto? Esto es la muerte de que nos había hablado Dios…
¿Y Dios? ¿Qué hace entre tanto Dios? Mejor que el pintor famoso, quiere rehacer su obra. Y ahí tenemos a Jesucristo, el Hijo de Dios que se hace Hombre.
Que paga por nuestro pecado y asume todos nuestros dolores.
Que muere en una cruz y que resucita.
Que en su Madre nos da una Madre mejor que aquella que nos mató antes de darnos la vida.
Que se nos da en comida con el Pan de su Cuerpo y de su Sangre, y nos devuelve la inmortalidad que nos arrebató aquel mordisco fatal a la fruta prohibida.
Que nos da su Espíritu, con el cual elimina todo pecado y nos llena de la santidad de Dios.
Finalmente, resucitados, nos lleva a su misma gloria, a la que se ha adelantado para prepararnos un lugar, del cual ya no podrá sacarnos nadie…
La Humanidad redimida y salvada habrá sido la gran obra de Dios restaurada, mucho más esplendorosa que aquella primera estropeada por Satanás y sus secuaces, los cuales quedarán para siempre en la inmensidad del olvido…
La palabra de Pablo en la Biblia es un grito triunfal:
– ¡Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia!
La Gracia de Dios fue mucho más grande que el pecado del hombre. Porque la gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio.
Cuando se mira a Jesucristo se entiende el famoso grito de la Liturgia en la noche pascual:
-¡Oh feliz culpa de Adán, que nos ha merecido semejante Redentor!
Un Jesús no lo hubiéramos tenido sin la existencia de aquel pecado…
Esto, que va para toda la Humanidad, vale también para cada uno a nivel personal.
La primera lección de la Biblia nos explica muchos misterios de nuestra vida particular. Porque todos nos preguntamos como Pablo:
– ¿El desorden que noto en mí? ¿Las dudas que me asaltan? ¿El fin que me espera?…
Todo está pensado y calculado a los ojos de Dios. Mi enemigo no va a poder contra Jesucristo, que me ama. Yo me doy a Él, y sé de quien me fío.
En este mundo tengo que aguantar las consecuencias de aquel pecado primero de la Humanidad. Pero la salvación, realizada por Jesucristo para todos, y que se la hacen suya los que quieren aceptarla, yo la acepto, la quiero, la espero, ¡y la salvación será mía! Vivo de la esperanza en Aquél que me dijo (Juan 12,31 y 16,33):
– ¡Confiad, que Satanás no tiene que ver conmigo nada, y al mundo lo tengo yo vencido!….