¿Por dónde nos decidimos?
22. junio 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesHay unas palabras en la Biblia que hacen pensar mucho, sobre todo deberían hacer pensar mucho hoy, cuando nuestra sociedad se ha empeñado en cambiar de rumbos que, por lo visto, no le van a llevar a término muy feliz.
El Salmo primero, que abre ese libro maravilloso de los Salmos y que es como un compendio de lo que van a decir todos esos cantos de Israel, describe los dos caminos por los que se mete toda persona: el camino del bien, que lleva a la felicidad de la vida, y el camino del mal, que para en la perdición. La comparación no puede ser más simple y la entiende cualquiera.
Un conocido escritor comenta a este propósito: Hoy día todas las señales indican que la humanidad ha llegado a un cruce de caminos en que forzosamente se ha de escoger una de las dos cosas: o modificar los principios cristianos o cambiar nuestro modo de vivir. No hay término medio (Tihamer Toth)
Esto es mucha verdad. Por eso, nos podemos preguntar: ¿no nos atrevemos a negar el Evangelio, a borrar las páginas que no nos gustan o nos estorban? Entonces, cambiemos de rumbo, sabiendo que vamos equivocados.
De seguir por el mismo camino —indiferencia ante las cosas de Dios, ideas equivocadas del todo, costumbres morales inaceptables— nos precipitamos todos en el abismo. Porque somos todos los que nos podemos contagiar con un ambiente que está en oposición radical con el Evangelio.
Pero, antes de seguir discurriendo así, se me ocurre ir a las encantadoras Florecillas de San Francisco de Asís.
Se había marchado el bendito Santo con otro Hermano a mendigar limosna, cuando se presentan durante su ausencia en el convento tres ladrones pidiendo de comer. El Superior se enfada y los despide a cajas destempladas.
Los ladrones se marchan furiosos, como es natural, y al llegar San Francisco con la alforja llena del pan y del vino que habían recogido de limosna, el Superior le cuenta la historia de los tres ladrones como un acto de valentía por haber tenido agallas para enfrentarse con ellos.
San Francisco que oye el relato, se enoja de veras y le ordena al Superior:
– Ya que has obrado contra la caridad y contra el Evangelio, te mando con toda autoridad que tomes esto que yo he traído, salgas por los caminos y los montes hasta encontrar a esos tres hermanos ladrones, te arrodillas delante de ellos pidiéndoles perdón de tu culpa y tu crueldad, y les das todas estas provisiones para que coman. Les pides en nombre mío que no hagan a nadie más daño y que se vuelvan a Dios.
La obediencia impuesta por Francisco era muy dura, pero el Superior la cumplió humildemente. Encuentra en efecto a los ladrones y realiza con ellos todo lo mandado. Los bandidos aquellos se conmueven, van a buscar a Francisco, le prometen cambiar de vida, y lo hacen tan sinceramente que Francisco los admite en la Orden donde morirán como unos santos.
Una florecilla que vale por mil discursos (El danés Jörgensen)
Hoy el mundo se halla en la situación de esos tres ladrones. Gran parte de los hombres se tiran por hacer el mal, que no es solamente robar, sino darse a unas prácticas que lo están paganizando todo. No tenemos más que abrir los ojos para darnos cuenta de que se hallarán pocas épocas en la Historia tan problemáticas como la nuestra.
Sin embargo, Dios no se da por vencido. Y, mejor que Francisco de Asís, llama, espera, sigue amando hasta hacernos regresar a Él, que quiere nuestra salvación. Todo será cuestión de que hagamos caso o no hagamos caso a Dios.
Porque hemos de escoger necesariamente entre hacer el bien o hacer el mal, tirarnos por Dios o por el diablo, optar por una vida auténticamente cristiana o volvernos con nuestras costumbres al paganismo. Así lo expresaba un célebre convertido:
– El objetivo de la vida es precisamente éste: colocar el alma ante la disyuntiva de escoger entre esos dos caminos: el camino que va hacia el yo y el mundo, y el camino que va hacia Cristo y Dios. La elección que se haga es una elección para toda la eternidad. El que elija a Dios, encontrará a Dios y después de la muerte contemplará y poseerá eternamente al Eterno. El que se elija a sí mismo se verá abandonado para toda la eternidad a la soledad y a la vaciedad de su propia alma. No hay injusticia en ello. Dios da a cada cual lo que cada cual ha querido, anhelado y elegido.
Esto lo dice un hombre que había ido antes por caminos muy torcidos, pero que, una vez encontrado Dios, encontró también la felicidad verdadera.
Ya que hemos contado antes una florecilla franciscana, acabemos con una pequeña historia franciscana también.
Jacinta era hija de una familia rica y noble, y a sus diecinueve años, por puro despecho y enfado, entró en la Tercera Orden Franciscana, pero en el convento llevaba una vida peor que en su casa: se hizo construir una vivienda con todo lujo: cortinajes, tapices, cuadros, lámparas, joyas… Una calamidad.
Hasta que se dio cuenta de su error. Tocada de la gracia, le dice a Dios: Señor, rompo con todo. Tú solo eres y serás en adelante mi único bien.
Ya a sus treinta años, cumple la palabra, Dios le corresponde, y hoy veneramos en los altares a Santa Jacinta Mariscotti…
Como siempre, Dios no se deja ganar en generosidad. Nosotros nos apegamos al mal, distanciándonos de Dios, sin saber que cuanto más nos alejamos de Él más se aleja de nosotros la felicidad. Reconocemos el error, cambiamos de camino, y lo que nos parecía tan difícil y costoso como entregarnos a Dios, se nos convierte en una paz y tranquilidad sobre la que antes ni podíamos soñar…