San Juan Bautista (B)

22. junio 2018 | Por | Categoria: Charla Dominical

Estamos en una de las fiestas más populares que se celebran a lo largo de todo el año: la fiesta de San Juan Bautista.
Cuando el Angel se le apareció a Zacarías en el templo de Jerusalén anunciándole que su esposa Isabel le daría un hijo, le aseguró al incrédulo progenitor:
– Y su nacimiento será de gran alegría para muchos.
Sí; al cumplirse la profecía y al nacer Juan, la alegría se extendió entre los vecinos humildes de la comarca, porque habían visto maravillas en el acontecimiento, y se preguntaban:
– Pero, ¿quién piensan que va a ser  este niño? Porque la mano del Señor está ciertamente con él.
El gozo aquel se ha extendido después a toda la Iglesia, que a través de los siglos sigue alegrándose en este día, celebrado no sólo con el culto serio del templo, sino con festejos populares altamente tradicionales.

Al celebrar hoy la fiesta de Juan, ¿dónde queremos contemplarlo? ¿En su casa de los montes de Judea, donde todo es bulla? ¿O en las márgenes del Jordán, donde va a realizar su misión? A lo mejor podemos preguntarle como las turbas que acudían a él: -¿Y qué tenemos que hacer?… No hay duda de que Juan el Bautista tiene un mensaje para el mundo de hoy.

Para nosotros, Juan se presenta como el primer beneficiario de la salvación. Nada más percibe la voz de María, que lleva en su seno a Jesús cuando va a visitar a Isabel, Juan salta de gozo con la presencia del Salvador. Se llena del Espíritu Santo, que lo inunda con la gracia que nos va a merecer Jesús.  
Al nacer Juan, se hacen una realidad esas expresiones de la Biblia, que anuncia los días mesiánicos como de exuberancia profética y de fecundidad. En efecto, a Zacarías se le suelta la lengua y profetiza, a la vez que la estéril Isabel se ha convertido en madre feliz…
¿No es esto lo que se neecsita hoy?

Se requieren profetas que anuncien la presencia de Jesucristo —el Sol que viene de lo alto para iluminarnos— y apóstoles que traigan la fecundidad a una tierra que parece cada día más estéril…
¡Jesucristo es el Salvador! ¡Jesucristo es la Verdad!…, es lo que gritan los profetas cristianos.
Y no es un grito estéril y mentiroso. Porque los profetas cristianos lo saben testimoniar con su vida y hacen que el mundo crea y viva a Jesucristo, y esto es hacer fecunda a la tierra con la vida de Dios.

A Juan le van a dar después los Evangelios el nombre de “El Bautista”. No es una casualidad la elección de este nombre. Los hebreos hacían sus abluciones rituales por sí mismos. Pero con Juan se iniciará una nueva forma de bautizarse. Será un enviado de Dios quien lo haga, como hecho por el mismo Dios, cosa que ocurre sobre todo en el Bautismo cristiano.
Es lo que también necesitamos hoy. Renovarnos en ese Bautismo que nos confirió el mismo Jesucristo por ministerio de la Iglesia.
El día en que los cristianos vivamos nuestro Bautismo habremos contribuido eficazmente y como nadie para la renovación de la sociedad, antes de que se aleje definitivamente de Dios por la secularización reinante.

De este modo realizamos nosotros esa conversión que Juan predicaba con aquel ardor y que hoy también nos recuerda tan insistentemente la Iglesia.
La Biblia, por los profetas como Juan, y después por Jesús, nos pide a cada paso la conversión.
¡Hay que volverse a Dios!
¡Hay que cambiar las costumbres paganizantes que se nos han echado encima! ¡Hay que volver a las costumbres cristianas más puras y tradicionales!

Nuestra sociedad, sumergida en un bienestar que antes nunca se había disfrutado, rehuye hoy todo lo que signifique austeridad y penitencia. Las pieles con que se viste Juan, y las langostas y miel silvestre con que se sustenta, no se acomodan ciertamente a los gustos modernos…
Pero sin moderación alguna en los gastos, sin seriedad en los fines de semana, sin espíritu de sacrificio en la vida, no se pueden conseguir esos hombres y esas mujeres que necesitan el mundo y la Iglesia para su renovación.

Cuando llegue el día, Jesús llamará a Juan “el mayor entre los nacidos de mujer”. Porque Juan estará cumpliendo su misión de señalar con el dedo a Cristo el Salvador.
Aunque Juan no puede ni debe darnos a nosotros ninguna envidia, ya que el mismo Jesús dirá que “el más pequeño entre los hijos del Reino es mayor que Juan”.
¿Por qué? Porque nosotros hemos recibido en plenitud los bienes mesiánicos, y porque, en nuestra calidad de profetas, anunciamos a todos que Jesucristo es el Salvador que ha venido y está en el mundo.

Nosotros, en nuestros días y en nuestro ambiente, vamos repitiendo la misma fórmula de Juan a todos los que nos quieran oír::
– En medio de ustedes está uno a quien no conocen.
Cuando anunciamos así a Jesucristo, con el vigor de una Nueva Evangelización, podrá ocurrirnos el que no veamos ni palpemos ningún fruto aparente, pero en realidad estamos contribuyendo muy eficazmente a la transformación del mundo.

Sí. Juan nos dice todavía hoy muchas cosas. No solamente nos trae fiestas populares simpáticas, sino que nos recuerda siempre el mensaje más puro de la salvación. ¿No vale la pena hacerle caso?…

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