La Iglesia, educadora

12. agosto 2021 | Por | Categoria: Iglesia

Al querer hablar de la Iglesia como educadora, voy a un pueblo del sur de Francia donde hay un sacerdote joven y muy ejemplar. Se llama Marcelino. Un día tiene que asistir a un muchachito moribundo, y le pregunta con cariño:
– Oye, ¿quién es Dios?…
– No sé. He oído esa palabra, pero no sé quién es Dios.
El sacerdote queda de buenas a primeras desconcertado. Y sigue con las preguntas:
– ¿Y quién es Jesucristo?… ¿Y ya conoces a María, tu Madre?… ¿Sabes que Dios te llama ahora al Cielo?… ¿Y no temes ir al infierno?…
El muchachito ha ido respondiendo a cada pregunta con un angustioso: ¡No, no lo sé!…, que deja destrozado al celoso sacerdote, el cual toma entonces una resolución firme:
– ¡Esto no puedes ser! Se necesitan religiosos dados de lleno a la formación humana y cristiana de la niñez y de la juventud. Y que esos educadores no sean sacerdotes, para que no se distraigan con otros ministerios, sino que sean laicos, Hermanos laicos, centrados sólo en su misión de educar y de formar.
Era la primera idea de los que serían después los Hermanos Maristas, insigne Congregación religiosa fundada por San Marcelino Champagnat, puesta bajo el amparo de María, la formadora de Jesús.
Congregación nacida en el seno de la Iglesia, con ella venía también Champagnat a confirmar la vocación educadora de la Iglesia, la cual tiene a tantos hijos e hijas suyos dedicados a un ministerio tanto más glorioso cuanto más humilde y sacrificado.

Esto nos lleva a nosotros a preguntarnos: -La Iglesia, ¿es y debe ser educadora?…
Jesucristo, el Dios hecho hombre, es el Salvador del hombre entero. En Jesucristo, el hombre ha de llegar no sólo a lo que llamamos la perfección cristiana, en orden a su salvación eterna. Hay más: el hombre y la mujer han de llegar aquí en la tierra a la talla de su perfección de hombre y de mujer. El cristiano santo no destruye al hombre o la mujer, sino que empieza por exigirles su perfección humana.

La Iglesia, que sabe esto muy bien, ha tratado siempre de educar al hombre, haciéndolo un ciudadano cabal, digno de respeto por su esmerada formación.
Y así vemos en la Iglesia, cuando los pueblos bárbaros acabaron con el Imperio Romano, cómo todos los conventos y todas las catedrales tenían escuelas para enseñar las letras y todas las ciencias. Mucho antes de que nacieran los Estados, la Iglesia había sido la única en trabajar por la educación del pueblo.

Cuando han venido modernamente los Estados a hacerse con la educación, no por eso la Iglesia ha renunciado a su derecho y a su deber de tener escuelas, colegios y universidades propios.
Porque los padres de familia tienen el derecho, —que no les puede quitar el Estado—, de entregar los hijos para su educación a los centros que deseen, según elección y decisión propia.
Hoy son muchos los religiosos y las religiosas, igual que los consagrados en la vida secular, que sin trabajar en colegios y escuelas propios de la Iglesia, se entregan a la enseñanza en centros públicos del Estado, precisamente porque quieren ser educadores en todo conformes con los principios de la fe y de la moral cristianas.

Uno que había de ser Presidente de Estados Unidos tenía mal concepto de los misioneros católicos y de la Iglesia en general. Ve las Filipinas, sabe de nuestra América Latina, y llegado el momento, confiesa públicamente su error anterior: -Señores, yo tenía muy mal concepto de los misioneros católicos. Pero he cambiado totalmente de parecer desde que he comprobado su obra civilizadora. No han enseñado a los pueblos indígenas sólo a ser buenos cristianos, sino que han sido sus maestros en todas las artes y oficios (William H. Taft, 1909-1913)

¿Y qué es lo que enseña la Iglesia en sus escuelas y colegios? Enseña todo lo que forma al ciudadano y al cristiano; al hijo de la Iglesia y al hijo de la patria; al llamado a la vida eterna y al destinado a mejorar y a dignificar la sociedad; al que mira al Cielo y al que debe trabajar antes en el mundo que Dios le confía.
Esto lo sabemos todos. Y son a veces los de fuera de la Iglesia quienes lo captan mejor. Como aquellos obreros muy izquierdistas de un barrio marginado de la gran ciudad. Comunistas, pero un día se presentan al sacerdote: -Padre, aquí tiene esta cantidad de dinero para reparar los cristales de las escuelas de la Iglesia.
   El sacerdote, sorprendido:  -¿Cómo? Pues,¿qué ha pasado?…
   Y ellos: – No hemos podido impedirlo. Unos muchachos, azuzados por tipos malos, han asaltado las escuelas y han causado esos destrozos. Estaremos al tanto para que no se repita. Las escuelas de la Iglesia son las mejores y a ellas mandamos nuestros hijos.

Por boca de aquellos obreros izquierdistas hablaba el pueblo de todos los siglos pasados. Porque la Iglesia forma al cristiano y forma al hombre.
La Iglesia enseña el catecismo, y enseña las matemáticas.
La Iglesia enseña los Mandamientos, y exige el conocimiento de la Constitución.
La Iglesia enseña el camino del Cielo, e impone el cumplimiento de los deberes cívicos.
La Iglesia pide la santidad cristiana e inculca el respeto a la persona y la obediencia a la autoridad.  
En una palabra, la Iglesia señala con una mano la Cruz y con la otra indica dónde está la bandera de la Patria… Con ello, la Iglesia no hace sino cumplir lo que le pidió y mandó Jesucristo:  -¡Que los niños vengan a mí!
Ante este mandato, ¿cómo no va a tener la Iglesia el derecho y el deber de educar?…

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