Cerca, no lejos de Dios
3. agosto 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEn una clínica de Suiza moría, no hace demasiados años, uno de los pensadores, filósofos y literatos que han honrado de veras a nuestra América. Sólo tenía de malo que durante toda su vida había presumido de incredulidad. Era un agnóstico que no se molestaba en esas cosas que se dicen de Dios, porque Dios para él no existía. Sin embargo, cuando ya le quedaban pocas horas de vida, un sacerdote católico pide entrar a verlo, habla con él, y los biógrafos del escritor dirían después: Aceptó la absolución del sacerdote.
Hay que dar gracias a Dios por este rasgo último de Luis Borges, que entraña un acto de humildad en un hombre orgulloso y que le hace rendirse a Dios. Ciego en sus últimos años, no veía la luz del sol. Lo peor era que tampoco veía la luz de Dios, porque se le había extinguido hacía muchos años la luz de la fe. En fin, en él se cumplía una vez más —como un triunfo de la gracia de Dios— lo de aquel dicho tan acertado: un morir hermoso honra toda una vida…
Nosotros queremos discurrir ahora sobre este hecho. ¿Son muchos los que viven lejos de Dios? ¿Tienen en el corazón la paz de que ellos presumen? ¿Habrán de aventurarse a volver a Dios sólo hacia el fin? ¿No está en nosotros hacer algo por ellos?…
Si contemplamos muchos males a nuestro alrededor, es porque Dios no cuenta en la vida de los hombres. El Papa Pío XII lo expresó de esta manera:
– El alejamiento de Dios es el fundamento de los males que afligen a la humanidad. Donde quiera que él prende, es como un incendio que todo lo devasta; no solamente seca las almas y las despoja de su felicidad eterna, sino que además llega a destruir la seguridad, el sosiego y el orden de la vida pública de los Estados (15-II-1940, a una misión militar argentina)
De este alejamiento de Dios, decía otro Papa, nacen los odios, las emulaciones y envidias, las resoluciones criminales, el descaro, la ruina de toda autoridad y el maquinar la disolución más loca y criminal de todo principio social.
Por eso, si vemos tantos males en los individuos y en la sociedad, parece que no nos equivocamos al decir que Dios vive muy lejos de muchos, porque con Dios no se darían esos males.
Pero, viene la pregunta: ¿es que se puede vivir alejado de Dios? ¿Es que Dios no está en todas partes, queramos que no queramos, pensemos en Él o no pensemos? Sin embargo, es una realidad muy triste eso del alejamiento de Dios. Nadie está lejos de Dios por el lugar, pues estamos metidos en Dios como la esponja en el agua. La lejanía de Dios consiste en el afecto.
Si se ama a Dios, se está cerca de Dios, pues Dios y el alma se funden en una sola vida. Entonces se habla con Dios, y entre el alma y Dios se cruzan los cariños y las palabras a montones.
Si se odia a Dios, si se le niega, si se le olvida voluntariamente, aunque Dios esté al lado —pues nadie se puede escapar de su presencia—, Dios vive a miles de kilómetros del alma…
Las experiencias de las almas las tenemos abundantísimas en uno y otro sentido, de acercamiento y de lejanía.
Los que viven lejos de Dios nos desgarran con sus confesiones dolorosas. Llega un momento u otro en el que han de ser sinceros, y nos dicen como aquel convertido:
– Un día por la mañana, creada para la paz, me desperté sintiendo el peso de un océano sobre mi alma. Me incorporé y me encontré con mi propia imagen en el espejo colocado al pie de la cama. Mi cabeza me hizo el efecto de una calavera, y la soledad me rodeaba como una niebla que paralizaba mis manos… Por la noche, y ante el cielo estrellado, surgió nuevamente ante mí aquella mi propia imagen de la mañana, y yo me veía en el espejo inexorable de mi conciencia; me veía como nunca antes me había visto y me llené de espanto ante mi propio semblante… (Jörgensen)
Con lenguaje muy poético —tal como corresponde a tan gran escritor—, nos dice este convertido lo que es la persona que vive alejada de Dios: una calavera espantable ante la propia conciencia, y tinieblas densas que no dejan ver ni disfrutar la belleza de la vida…
Frente a estos desengañados, están los que viven cerca de Dios. Para ellos la vida es un banquete continuo, en expresión de la Biblia. Y lo sienten hasta cuando están abocados a la muerte. Así nos lo cuenta de sí mismo un valiente aviador que hubo de aterrizar con una sola rueda del aparato. La muerte estaba a la vista, y, al salir sano y salvo de la aventura, escribía a un amigo: No te puedes imaginar qué tranquilidad me invadió al ver que estaba en paz con Dios. La probabilidad de la muerte no me espantaba. Jamás me había imaginado bien lo que es tener la conciencia tranquila. ¡Ahora lo sé!… (Rey Stolle SJ)
El célebre escritor tuvo experiencia de estos dos hechos: la tragedia de vivir alejado de Dios y la dicha de vivir con Dios. ¡Lástima que el alejamiento de Dios duró casi toda la vida y el vivir con Dios solamente unas horas!… El audaz sacerdote le llevó el perdón de Dios. Y Dios con ello nos hacía a nosotros una insinuación amorosa: los que viven alejados de Dios, ¿no se acercarían si nosotros les alargásemos la mano y los lleváramos suavemente al Dios que los espera y ellos mismos anhelan secretamente?…
Si nosotros vivimos cerca de Dios, no sabemos la dicha que llevamos dentro. Y esta dicha es la que queremos para todos. Hasta para esos que dicen que no quieren a Dios. Que lo prueben, y que nos hablen después…