Ante Jesucristo, fe y amor
16. septiembre 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoA todos nosotros, aunque no nos dediquemos a la ciencia, nos gustaría conocer y entender los misterios del mundo. Sin embargo, no los captaremos nunca sin tener fe en Jesucristo. El astrónomo, el físico, el naturalista, el filósofo…, estudian meritoriamente el universo, pero llega un momento en que la ciencia se detiene y no da un paso más. Porque, quiera que no, al fin ha de hacerse esta pregunta:
– ¿Y todo esto, para qué? ¿De dónde viene y cuál es su destino definitivo?…
El sabio, por meritorio que sea, hará con toda lealtad esta confesión humilde:
– No lo sé.
Y lo dirá con tanta más convicción cuanto más sabio sea.
Nosotros, entre tanto, con la Palabra de Dios en la mano, vemos que la creación entera converge en Jesucristo como en su centro y en su término final, porque todo fue creado por Él y para Él (Colosenses 1,16). La ciencia, por su parte, nos dice que el universo, siguiendo sus leyes, parará en un desgaste definitivo, por muchos miles de millones de años que le queden. Nosotros sabemos más con la Palabra de Dios, la cual nos asegura:
– Toda la creación será transformada para gozar, también ella, de la libertad de los hijos de Dios (Romanos 8,21)
Esto es lo que decimos quienes creemos en Jesucristo. El que no cree, no entiende ni el mundo ni la historia. A ese tal le ocurre lo que le ocurriría al que se hallase en un salón espléndido, lleno de cuadros célebres, de lámparas y arañas deslumbrantes, muebles lujosísimos y tesoros mil…, pero en oscuridad total, sin un rayo de luz en absoluto. No vería nada. No apreciaría nada. No disfrutaría de nada.
Jesucristo es la luz que da valor a todas las cosas. Y las cosas valdrán tanto más para nosotros cuanta más fe tengamos en Jesucristo. Por eso, acrecentar nuestra fe en Jesucristo es la tarea primera si queremos conocer el mundo y dar sentido a nuestra vida.
Pero no basta la fe fría. Hay que caldearla con el amor, al mismo tiempo que hay que tener la ilusión de meter a Cristo en el mundo, si queremos salvar al mundo. Así nos lo dice San Pablo (1Corintios 3,11):
– No podemos poner otro fundamento que aquel que ya está puesto, Cristo Jesús.
Y esto no resulta nada fácil si no hay mucho amor a Jesucristo. Porque es un amor que el mundo no acepta fácilmente.
Nosotros, al ofrecerle Jesucristo al mundo, le prometemos justicia, paz, prosperidad, moralidad, convivencia fraternal.
Y el mundo rechaza tanto bien porque está apegado y dado al egoísmo, a la injusticia, al placer desbordado y sin ley. Entonces se enfrentan dos mundos que se rechazan.
Aquella mamá buena explicaba al hijito la historia del rey Herodes con los Niños Inocentes, y el pequeño preguntó intrigado:
– ¿Y por qué aquel rey no quería al Niño Jesús, si es tan bueno?
Es la pregunta que nos hacemos todos los que decimos tener corazón y sentido común:
– ¿Cómo es posible no querer a Jesucristo? ¿Hay alguien más digno que Él de ser amado? ¿Alguno que nos oriente mejor con una doctrina más pura? ¿Alguien que nos pueda traer mejores bienes con su amistad? ¿Qué miedo puede suscitar el que no siembra más que paz?…
La realidad es que Jesucristo sigue estorbando.
Porque muchos, ante las enseñanzas del Señor, ven derrumbarse sus ídolos: las ilusiones de placer, los negocios turbios, las ansias de poder a costa de lo que sea…
Y siguen gritando como el más famoso calumniador de la Iglesia de Cristo: ¡Aplastar al Infame!… (Voltaire)
Si no se atreven a tanto, miran al menos con indiferencia al Salvador, el único que puede arreglar sus vidas y poner orden en el mundo.
Ante Jesucristo necesitamos fe y amor.
Una fe firme, que nos descubrirá los secretos de su Corazón y hasta los misterios del mundo. Nadie conoce el mundo ni lo valora ni trabaja tanto por él como quien conoce a Jesucristo. Porque Jesucristo es el que tiene las llaves y es el único que puede abrir el libro cerrado con siete sellos. Quien mejor interpreta la Historia y entiende las cosas es quien lo mira todo a la luz de Jesucristo, que nos ha revelado toda la verdad.
A esa fe nosotros añadimos un amor que nos quema por dentro y que no nos deja parar. Jesucristo vino a prender fuego en el mundo, y a nosotros nos ha tocado dichosamente sentir las llamaradas abrasadoras del Espíritu.
Nosotros lo proclamamos sin rebozo, y le decimos a Nuestro Señor:
Jesucristo, creo en ti, pero quiero creer mucho más fuerte.
Jesucristo, te conozco, pero quiero conocerte mucho más profundamente.
Jesucristo, Tú sabes que te quiero, pero quiero quererte mucho más.
Jesucristo, voy detrás de ti, pero quiero seguirte con mucha más fidelidad.
Jesucristo, me parece que hago alguna cosa por ti, pero tengo que trabajar mucho más por tu causa, por el Reino de Dios.
Jesucristo, Tú eres mi luz, Tú eres mi camino, Tú eres mi vida. Tú eres el principio, el medio y el fin de todo mi existir.