A vivir bien la vida…

17. agosto 2012 | Por | Categoria: Reflexiones

Se hizo muy famoso el título que el Obispo de la Televisión en Estados Unidos dio a uno de sus libros, cuando lo llamó La vida vale la pena vivirse.
Solamente, que este título parece estar en flagrante contradicción con una sentencia de la Biblia, que dice por Job: La vida del hombre sobre la tierra es una guerra continua, y sus días son como los de un infeliz jornalero (Job 7,1)
El apóstol Santiago le da plenamente la razón a Job, pues añade por su parte: ¿Qué cosa es vuestra vida? Un vapor que hace presencia por poco tiempo y luego desaparece (Santiago 4,14). Aunque viene el apóstol San Pablo, y, poniendo a Jesucristo en el centro de nuestra existencia, parece que da la razón del todo al Obispo famoso: Sí, la vida vale la pena vivirse cuando es Jesucristo quien la llena completamente, porque si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, es para el Señor para quien morimos. Entonces, tanto que vivamos como que muramos, somos del Señor.
Por eso nos preguntamos: Si nuestra vida es de Jesucristo, y Jesucristo es para nuestra vida, ¿vale la pena o no vale la pena el vivir?…

Nosotros nos inclinamos por el optimismo de San Pablo, aunque valoramos también mucho las palabras de Job y las de Santiago, por la prudencia y el desprendimiento que inspiran. La vida es seria, pero es feliz. Y lo que importa es aprovecharla bien, porque la vida se vive una sola vez, en este mundo y cara a la eternidad. Corre por ahí impreso el texto que la Madre Teresa escribió en una noche de tormenta allá por los años cincuenta, cuando a la Madre todavía no la conocía nadie, a no ser unos cuantos miserables de las calles más abandonadas de Calcuta. Dice así el texto famoso:

La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es un sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es un misterio, desvélalo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, doméñala.
La vida es una aventura, arróstrala.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela.

No podremos negar que la querida Madre Teresa se inclina totalmente por el optimismo y no le da ningún chance al derrotismo, aunque valora lo que significan palabras como deber, misterio, tristeza, combate, tragedia, aventura…
Nosotros nos ponemos como ella en la realidad de la vida, y la aceptamos y la queremos así, como es: un estadio en el cual luchamos por vencer, pero lo hacemos con aires de triunfo, sabiendo que ganamos el campeonato de la vida eterna, prometida por Dios una vez superada la prueba.

Es cierto que los poetas han cantado demasiado la vanidad de la vida. Podríamos traer versos a montones, como el más famoso de Calderón:
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción, ―
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño ―
y los sueños, sueños son.

No quitamos razón a nuestro gran clásico. Pero aceptamos con más gusto los versos de otro poeta:
La vida es cuesta empinada ―
de una montaña cimera.
Mas no temáis a la vida:
que si la cumbre es erguida
y es pedregoso el atajo, ―
el cariño y el trabajo
hacen dulce la subida (Pemán)

Mirada la vida muy en cristiano, una gran convertida escribió de sí misma:  
– Todos, cualquiera que sea nuestra edad, tenemos apenas tiempo de prepararnos a la verdadera vida, a la única vida, a la verdadera dicha. Tenemos solo una edad: la de nuestras virtudes o la de nuestros pecados. Yo cumplo cuatro años el 19 de Junio, porque es el aniversario de mi conversión. El resto de mi vida, no cuenta; es fango (Eva Lavallier)

Volviendo a los primeros textos que hemos citado de la Biblia, la vida es verdaderamente bella, feliz y aprovechada cuando la llena Jesucristo. Pablo sabía muy bien lo que se decía. Porque, como dice la Carta a los Hebreos, Cristo es el de ayer, el de hoy y el de siempre (Hebreos 13,8). Quien se apega a Cristo no conoce la vanidad de las cosas, y hace callar a todos los poetas, escritores, predicadores y agoreros de cosas tristes.

Vivir con Cristo, de Cristo y para Cristo, para morir después en Cristo, es el colmo de la dicha. Y entonces, ¡sí que la vida vale la pena vivirse!…

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