Las personas de consejo

31. agosto 2012 | Por | Categoria: Reflexiones

¡Cuántas veces decimos que nos necesitamos los unos a los otros! Y decimos una gran verdad. Pero sería una equivocación el decir que lo principal de todo es la ayuda que podemos prestar en las necesidades materiales, por más que esta ayuda material sea muy importante. ¿Hemos pensado alguna vez lo que significa ayudar con un consejo oportuno?
En los catecismo clásicos, figuraba entre las obras espirituales de misericordia ésta tan precisa: Dar consejo al que lo ha menester.

Hoy nos vamos a ocupar de esto: del buen consejo. Del que podemos dar como del que podemos recibir. Si será bello esto de dar y recibir consejo, que a la Virgen María se le ha dado en la letanía este título, algo llamativo: Madre del Buen Consejo. Siendo así, que Ella nos guíe ahora en nuestra reflexión.

¿Sobre qué pedimos o damos consejo?… Ciertamente, que no debemos despreciar los asuntos normales de la vida, lo mismo el negocio que la salud, el estudio como el noviazgo, entre otras cosas importantes. Igual que en otras mucho más ordinarias: el parecer sobre un viaje, un descanso, una lectura, una compra en el mercado, y mil cosillas pequeñas más… Todo esto es importante para cualquiera, pues la vida está compuesta de pequeñeces, encuadradas en cosas más grandes.

Tomamos la Biblia, y nos encontramos con casos que hacen pensar mucho.
Roboam, el hijo de Salomón, se halla en una situación difícil por demás. Los ancianos del pueblo le aconsejan con prudencia, los jóvenes con mucha temeridad. Se inclina por los jóvenes fogosos, inexpertos e imprudentes, y pierde diez de las doce tribus. Las lágrimas resultaron tardías…

Moisés fue más cuerdo, y atiende a su suegro Jetró: ¿No ves que te estás matando? ¿No te das cuenta de que no puedes con tanto trabajo? ¿Qué te cuesta escoger a hombres prudentes y encomendarles los asuntos menos importantes y te quedas tú con los más graves? Sigue mi consejo, encomienda el asunto a Dios y verás qué bien te va. Moisés hizo caso y le salió todo de maravilla.

A Pilato le fue peor. Su mujer, intuitiva y buena, aunque pagana, adivina algún misterio en aquel reo Jesús. Y le pasa un aviso inquietante a su marido: No te metas con ese justo, pues he pasado mala noche con sueños raros sobre él… Más de una vez debió arrepentirse después Pilato de lo que había hecho…  

No digamos nada de cuando se trata ya de los asuntos más graves del espíritu. Entonces, toda la prudencia es poca, y cualquier persona sensata sabe pedir y está dispuesta a dar consejo.

En la Biblia tenemos un caso preclaro con el judío Gamaliel. Toda la asamblea estaba ya a punto de cometer un disparate con los Apóstoles, y el famoso maestro les da un consejo que salvó la delicada situación: ¡No les hagáis nada! Porque si esta obra del Nazareno es cosa de los hombres, se deshará por sí misma; pero, si es de Dios, no vais a poder con ella, y os exponéis además a luchar contra Dios.

Como podemos ver por estos casos de la Sagrada Escritura, Dios nos guía a los unos por medio de los otros. Y por eso Dios  ha dotado a algunas personas de un don de consejo extraordinario.
Sobre todo, para los asuntos del alma, el Espíritu Santo comunica el don de consejo a hombres y mujeres que son, en su mano, los instrumentos por los cuales guía de modo seguro hacia la salvación.

Esto hace que pidamos consejo con humildad al amigo o a la amiga —y no digamos ya al sacerdote—―cuando los vemos llenos de la gracia de Dios.
Igualmente, cuando a nosotros se nos pide lealmente un consejo, lo damos con humildad, con amor y seguridad, porque creemos tener también el don del Espíritu Santo para hacer el bien a los demás.
¿Cómo se pide y cómo se da el consejo, en especial en los asuntos del alma? Nos lo va a decir un caso curioso de dos personajes importantes y santos.

El tercer General de la Compañía de Jesús va a consultar un asunto con el Papa. Y el Vicario de Cristo abre un arca, y dentro de ella aparece un pequeño ataúd con una figura del Papa de rodillas ante él.
– ¿Ve, Padre General? Cuando he de tomar una decisión o dar un consejo importante, y me asalta la tentación, por pequeña que sea, de desviarme de mi deber, abro este armario, me contemplo ante el ataúd, y me digo: ¿qué querrás haber hecho en este asunto cuando te veas metido de verdad ahí dentro?
Obrando con esa rectitud, aquel Papa atinaba siempre, muy bien guiado por el Espíritu Santo, que quiere el bien de todas las almas (Inocencio IX y Padre Acquaviva)

Así actuamos nosotros, si somos prudentes. Pedimos consejo a quien sabemos que es persona discreta. Pedimos consejo a quien sabemos que nos va ser fiel, porque es ante todo fiel a Dios. Pedimos consejo a quien sabemos que vive en unión con Dios por la oración.

Y, si somos prudentes, damos también consejo. Usamos de toda la discreción de que somos capaces. Ponemos en nuestras palabras todo el amor del corazón, porque queremos hacer sólo el bien. Consultamos a Dios con la oración. Y nos ponemos en las manos del Espíritu Santo, porque tenemos conciencia de que es Él quien nos quiere aprovechar como instrumentos suyos para guiar a las almas que se fían de nosotros.

¡Qué importante es esto de saber pedir y saber dar consejo! En un caso y en otro es seguir el impulso de Dios, que sabe esconderse en los otros, pero que actúa personalmente Él cuando lo buscamos honradamente.

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