Grandeza contra villanía
14. septiembre 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesHay en el Evangelio una expresión que nos llama la atención poderosamente. Jesús, siempre tan bueno, esta vez se muestra un moralista, un legislador y un juez extremadamente riguroso, cuando dicta su doctrina: Quien le llame a su hermano estúpido, será llevado ante la asamblea; y quien lo llame impío, será condenado al fuego (Mateo 5,22)
Esto es demasiado serio. Este rigor no se halla en ningún código civil. Sin embargo, esto lo manda Jesús como ley suya.
Llamarle a uno estúpido, tonto, cabeza vacía, sin seso, bobo, cretino —pues todo esto significaba la palabra aramea raca, utilizada por Jesús— no es una injuria cualquiera. Es herir al hermano muy profundamente, es degradarle en toda su dignidad personal. Por eso hace comparecer al culpable directamente en el tribunal supremo, el Sanedrín, la asamblea nacional judía, y no en los simples tribunales menores esparcidos por todo el país.
Llamarle a uno impío, renegado —que era como decirle un degradado moral—, era tan grave que Jesús dicta la última pena: condenado al fuego.
¿Exageraciones del Evangelio? ¿Lenguaje figurado? A lo mejor dicen algunos: ¡No hay para tanto! Ya se ve lo que Jesús quiere decir, y no hay que tomarlo al pie de la letra… Esto es lo que comentamos nosotros. Pero la palabra de Jesús es dura de verdad. Y esto hace suponer lo que será el juicio de Dios cuando se examinen las faltas contra la caridad, los delitos contra el amor.
Porque aquí está la clave para interpretar justamente estas palabras de Jesús: esas injurias nacen del odio y destrozan el amor.
Quien suelta esas injurias o parecidas no hace sino manifestar el odio que lleva dentro. Nacen de un corazón lleno de rencor. El que las dice, demuestra que no ama, y quien no ama está en la muerte.
Por otra parte, quien recibe esas injurias queda destrozado para siempre. El que las dijo, a lo mejor las olvida con el tiempo; pero el que las ha tenido que aguantar no las olvida ya nunca. Han quedado para siempre cinceladas en una losa de mármol o en una lámina de bronce.
Entonces, esas injurias van directamente contra el amor, contra el mandamiento primero, y no merecen otra sentencia y otro castigo que los enunciados por Jesús…
Dejando ahora de lado al que injuria —que habrá de responder ante Dios tan gravemente— miramos cómo se reciben esos ultrajes conforme al espíritu del Evangelio. Para Jesús, no existe sino el perdón más generoso. Se dice pronto, pero perdonar así no lo hacen sino los santos, los cristianos verdaderos.
Porque dejamos también de lado la reacción normal de todo ofendido: ¡Tú me las has hecho, tú me la vas a pagar! Y viene la venganza de responder con injurias mayores. Esto no es sino de almas vulgares, de personas que no tienen ninguna formación cristiana y ni tan siquiera una buena formación humana.
Está, primeramente, la actitud noble de las almas grandes. Se creen superiores, y no se rebajan a responder con injurias a la injurias. Los ultrajes que les echan en cara resbalan como el agua por la dura piedra de la fuente: no les penetran nada. Hacen con sus ofensores como la luna con los ladridos de los perros: sigue brillando en su cielo mientras que los animales tienen que callar…
Es una actitud humana muy digna, no hay que negarlo. Los que callan, no responden y olvidan, se levantan muchos metros por encima de los pobres diablos que les denigran.
Sobre esta actitud humana tan digna, está la actitud plenamente cristiana, la expresada por San Pablo con estas palabras: Nos maldicen, y bendecimos; nos ultrajan, y devolvemos súplicas; somos tratados como la basura del mundo, como la escoria de todos (2Corintios 4,13)
Es decir, la única respuesta que tienen es la de Jesús en la cruz: ¡Padre, perdónalos!
Porque aquí el ejemplo de Jesús llegó a la cumbre.
Pilato pone sobre la cruz el título, para él, cargado de burla: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. ¡Qué rey! Un loco, un embaucador, éste es su rey…
El populacho es cruel, asistiendo gratis a aquel espectáculo: ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz! Con lo cual le negaban a Jesús el ser Hijo de Dios, y lo tenían por el hijo de un cualquiera, por un vagabundo, por un hombre sin lustre…
Los jefes de los judíos, sacerdotes y sanedritas, no podían en su dignidad dirigirse al reo de tú a tú, y dictan a los otros lo que han de decir: Si es el Rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Si es el Hijo de Dios que le ama tanto, que lo libere ahora, pues ha puesto su confianza en Él…
Los soldados romanos, ignorantes y brutos, hacen coro a la gente: Si tú eres el rey de los judíos, ¿por qué no te salvas?…
Y Jesús, por toda respuesta a tanto ultraje: ¡Padre, perdónalos!…
Aquí está el ejemplo supremo.
El cristiano jamás se venga. Responde con dignidad, pues esto nadie se lo prohibe. Trata de aclarar las cosas, cuando es necesario. Pide responsabilidades, si se han de seguir males que no se pueden aceptar. Pero, vengarse, ¡jamás!
Jesucristo es riguroso en su juicio y en su sentencia contra los que ultrajan, y nadie se atreve a modificar el código penal del Evangelio.
Pero también enseña Jesucristo que las injurias, llevadas con esta dignidad cristiana y a ejemplo del mismo Maestro, se convierten en las joyas, diamantes y piedras preciosas más brillantes que lucirá la corona de los elegidos…