La gratitud a Jesucristo

21. octubre 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

Tenemos en la Iglesia, desde los tiempos de los apóstoles, una expresión típicamente nuestra dentro del lenguaje cristiano, como es la Acción de gracias. Hasta le ha dado el nombre al acto del culto cristiano, la Eucaristía, palabra griega que significa, como todos sabemos, acción de gracias. ¿Por qué?…

Desde la triste aventura de Adán en el paraíso, no nos esperaba otra suerte que una condenación sin remedio. Viene ahora el Hijo de Dios, hecho hombre, y se entrega por nosotros, muere entre los tormentos inimaginables de la cruz, nos merece el perdón de Dios, derrama sobre nosotros el Espíritu Santo que nos inunda de la vida divina, y nos lleva por fin a la vida eterna en la misma felicidad de Dios.
¿Qué le podemos dar nosotros a Jesucristo como digna recompensa por todo lo que ha hecho en nuestro favor?… Junto con el amor del corazón, sólo tenemos una palabra en nuestros labios:
– ¡Gracias, Jesús! ¡Gracias, Señor!…

En la historia de Estados Unidos se dio un caso hermoso de gratitud, ejemplo de lo que debe ser nuestra gratitud a Jesucristo.
Un visitante del cementerio contempla a un hombre ya entrado en bastantes años que está adornando una tumba. Ha arreglado el terreno, ha plantado flores alrededor, ha traído una corona, y todo lo hace con una cara de expresión grave y dulce a la vez. El visitante le pregunta:
– Esta tumba debe ser de un hijo suyo, ¿no es verdad?
– No, no es de ningún hijo, ni de ningún familiar íntimo.
– ¿Entonces?…
– Le explicaré. Al estallar la guerra civil se me llamó al ejército. Yo era pobre y no podía pagar un sustituto. Cargado de hijos, piense en qué situación quedaba mi familia. Un amigo, llevado de su buen corazón, se ofreció voluntario por mí y fue a la guerra. Herido gravemente, murió al fin después de sufrir mucho y lo enterraron aquí. He ahorrado el dinero suficiente para hacer un viaje tan largo y colocar esta lápida sobre su tumba.
Con emoción contenida, el buen hombre dejó fijada una lápida con esta inscripción escueta:
– Murió por mí (Cementerio de Nashville, Nebraska. Guerra Civil 1861-1865)

Es lo que hoy quisiéramos hacer nosotros: hablar de Jesucristo con un agradecimiento enorme por el beneficio de la Redención. No queremos oír de sus labios aquella queja dolorosa, cuando, después de curar al grupo de leprosos, viene a darle las gracias sólo un despreciado extranjero:
– ¿No han sido diez los curados? Y los otros nueve, ¿dónde están?…
La acción de gracias es un elemento integrante de nuestra fe y nuestra piedad. La religión cristiana se ha distinguido siempre por la oración de gratitud, desde los himnos del Apocalipsis hasta las oraciones de todo el culto.
La gratitud es uno de los sentimientos más hermosos que anidan en un corazón bien nacido, mientras que la ingratitud duele tanto, tanto… Es un fracaso muy doloroso el desvivirse por una persona y no recibir ni un simple ¡Gracias! de reconocimiento.

Jesucristo, que tenía los mismos sentimientos humanos nuestros, y mucho más finos, mucho más desarrollados, nos dejó la Eucaristía —quedándose presente Él mismo entre nosotros—, y expresó su intención: Para que os acordéis de mí. Y comentará San Pablo: Al comer este Pan, el Cuerpo del Señor, recordad su pasión y su muerte hasta que Él vuelva… (1Corintios 11,26).  Por eso la ofrecemos nosotros a Dios como una Eucaristía, como un acto supremo del agradecimiento que nos sale del corazón.

¿Cómo hay que manifestar la gratitud a Jesucristo por lo que ha hecho por nosotros? La liturgia celestial, tal como nos la describe el Apocalipsis, no es sino una alabanza y una acción de gracias continua a Dios y al Cordero inmolado por el don de la salvación. Todos los redimidos no se cansan de cantar:
– ¡Honor, gloria y acción de gracias a nuestro Dios!
Nosotros empezamos también por esto: por la oración de acción de gracias.
– ¡Señor Jesús, gracias porque nos has redimido! ¡Señor Jesús, gracias porque nos has salvado! ¡Señor Jesús, gracias porque nos has librado de una condenación irremediable!…

Oración que llega a su cima, a la cumbre, en la celebración de la Eucaristía. No participar activamente en la Misa es no sentir la gratitud debida al Redentor. Mientras que unirse a Cristo —el cual se sigue ofreciendo por nosotros en el Altar—, es decirle que aceptamos plenamente su salvación.

Y finalmente, la gratitud tiene una manifestación inequívoca cuando nuestro actuar está en consonancia con la condición de salvados, al manifestar con nuestra vida que ya no somos los enemigos de antes, sino los amigos del Salvador y los amigos de Dios.

Estaba muriendo aquel poeta alemán. Previsor, como hombre prudente, había hecho el testamento que ahora entregaba a su hijo. Y en una cláusula le dejaba esta recomendación: No dejes el mundo sin haber demostrado de alguna manera públicamente tu amor y respeto al Fundador del cristianismo (Mathia Claudius)

Aquel poeta y pensador, aunque no fuera cristiano, medía la vida a la luz de nuestra fe. ¿Qué hubiera sido del mundo sin un Jesucristo Salvador?… Y Jesucristo, que nos ha traído todo bien, ¿no merece algo de gratitud, de correspondencia, de amor?… ¿Es posible pasar la vida sin tender mil veces la mirada al mayor de nuestros bienhechores?…

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