Los tipos más valientes
19. octubre 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesLa lección de Derecho en la Facultad había versado aquel día sobre un hecho muy saliente de la última Guerra Mundial. Se había discutido sobre la validez y legitimidad del proceso que los aliados vencedores habían instruido contra los criminales de guerra vencidos, los nazis alemanes. Entre los once condenados a morir en la horca, el principal incriminado se suicidó dos horas antes de que fueran a sacarlo de su celda para llevarlo al patíbulo (Goering, número uno después de Hitler)
Y aquí vino la discusión fuerte entre los alumnos universitarios. ¡Muy bien hecho!, decían unos. Otros, más comedidos: Eso es una acción inmoral. Los más, movían escépticos la cabeza: Puestos nosotros en su lugar, y con la ampollita de cianuro potásico en nuestro poder, ¿qué hubiéramos hecho?… El Profesor callaba. Pero, ante estas palabras últimas, uno de los muchachos más distinguidos toma la palabra:
– ¡Yo sé lo que hubiera hecho! Habría llamado a mi celda de muerte al Coronel guardián de la prisión, y le hubiera dicho mientras le alargaba la ampollita del veneno: ¡Tenga usted! Ustedes son unos miserables al juzgar así a los vencidos. Podría escaparme de la horca, y no quiero. ¡Mátenme ustedes! Yo no mancho mi conciencia con un suicidio.
Los compañeros guardaban silencio, mientras el Profesor sonreía secretamente. Porque el muchacho añadió esta pregunta:
– ¿Quieren decirme ustedes quién hubiera sido el más valiente? Mejor dicho: ¿hubiera sido yo más valiente suicidándome, o yendo con dignidad a la horca?
Todos rompieron en un aplauso, empezando por el complacido Profesor…
Esta anécdota de los estudiantes universitarios nos lleva a hablar en nuestra reflexión de hoy sobre un tema que en nuestra sociedad se ha convertido en algo de cada día. ¿Nos damos cuenta de los asesinatos, suicidios, abortos, atentados contra la vida de mil maneras, que nos dan como noticia los medios de comunicación? Periódicos, radio, televisión, parece que no tienen otra cosa más importante que tratar.
Lo peor de todo es que, si no se ataca el mal que hacen todas esas noticias y publicaciones, se va extendiendo la opinión en muchas conciencias de que eso no es tan grave como aparece.
Se le da carta de beligerancia, porque —así piensan muchos— es mejor la muerte antes que una vida amarga.
La muerte, entonces, aunque sea provocada —en asesinato o en suicidio— no solamente deja de ser mala, sino que hasta se puede tolerar, aceptar e incluso legalizar
Nosotros, con conciencia cristiana y con la ley de Dios en la mano, estamos contra toda forma de muerte provocada. Por eso, en un Programa como el nuestro, hablamos de este tema con el fin de crear conciencia, de prevenir el mal en nuestros ambientes, de evitar —en cuanto esté en nuestra mano— el que se extienda la cultura de la muerte en vez de la maravillosa cultura de la vida.
¿Cuáles son esas formas de muerte provocada que más pueden influir en la deformación de las conciencias? No todas son iguales. El asesinato frío —por negocios sucios, por cuestiones políticas o nacionalistas, por venganzas estilo mafia— es rechazado por todos sin más. Quien no siente un rechazo violento contra esos motivos para matar, es que ha perdido la conciencia de modo casi irreversible. No hay remedio contra su dureza de corazón.
Entre nosotros, el duelo no significa nada. El duelo se practicaba antes como causa de honor en los países de cultura que decían avanzada. Dejemos de lado la muerte por duelo, que no nos interesa.
¿Y matar o suicidarse por celos? Este mal se está metiendo desgraciadamente en nuestra sociedad de hoy, ¿y todo por qué? Quizá por la poca educación sexual y del amor. Es cierto que los celos son fuertes como la muerte, pero hay que saber tomar con serenidad un fracaso en el amor, y no llegar a extremos como causar una muerte irremediable.
Hoy la Iglesia ha de librar una batalla despiadada en el asunto del aborto. Si una persona empieza a ser persona en el mismo instante de la concepción, interrumpir el proceso de la vida —sea como sea, en el tiempo que sea, y con los métodos que sean— es simplemente un asesinato. Y las estadísticas mundiales son aterradoras: hablan de sesenta millones al año. Para nosotros, lo peor es que esto se acepte como normal. Jamás la conciencia cristiana aceptará el aborto, por muy legalizado que esté en muchas naciones.
A este propósito fue ejemplar el Rey de Bélgica, Balduino. La Asamblea Nacional legalizó el aborto, pero el Rey debía estampar su firma. Y Balduino: -¡Yo no firmo! Antes dejo el trono que obrar contra mi conciencia. Ante tal situación, la Asamblea le suspendió sus prerrogativas reales, y pasó la ley sin la aprobación real. Todo el mundo se inclinó reverente ante un Rey así, católico de verdad.
Así como no admitimos la muerte causada a otros, tampoco admitimos en ningún caso el suicido. Matarse a sí mismo, ¿por qué?… Por grande que sea el dolor, por tremendo que sea un fracaso, la confianza en Dios está por encima de nuestras débiles fuerzas. El valiente de veras, aguanta, y dice seguro: El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación, ¿a qué ni a quién he de temer? (Salmo26,1)
¿Por qué hablar del asesinato y del suicidio en nuestro Programa? Lo repetimos: como una justificación. Porque no podemos aceptar que se extienda una mala conciencia en punto tan grave. Nosotros, creyentes y católicos, no estamos por la cultura de la muerte, sino por la cultura de la vida.
El dueño de la vida sólo es Dios, y a Dios no le quitamos un derecho que se ha reservado en exclusiva para Sí.