Cantando la alegría del vivir
21. diciembre 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesTodos sabemos lo que significa esa palabra que tanto usamos modernamente: evasión. Y lo decimos de la droga, del alcohol, del sexo fuera de orden, del ruido ensordecedor de la discoteca, de tantas cosas más que son eso: un salirse de sí mismos para escapar de la realidad en que se vive o en la que se debe vivir. Por eso se dice también que los que se dan a una evasión, a una escapatoria, es porque viven “alienados”.
¿A qué obedece esta escapatoria o evasión en muchas personas? ¿Por qué huyen del deber y se dan a la distracción, una distracción que no es santa, ni mucho menos, sino gravemente perjudicial? ¿Por qué tienen que aniquilar sus vidas?…
La respuesta la tenemos todos a flor de labios: se dedican a esas actividades o se entregan a esos desórdenes porque les falta la alegría del corazón, la felicidad a que tienen derecho y que, por una causa u otra, ha huido de ellas.
Una persona feliz no comete ninguno de esos abusos. Por eso mismo, no hay maestro de la juventud, ni formador, ni pastor de almas que no inculque por todos los medios la alegría, causa y efecto, a la vez, de la felicidad en la vida.
Muchas veces en nuestros mensajes hablamos de la felicidad. Si todos la buscamos, y muchos no la tienen, ¿a qué se debe?
Ciertamente que hay ocasiones muy duras en las cuales se pone a prueba la resistencia moral de una persona. Puede ser el quebranto de la salud sin esperanzas de recobrarla, o la pérdida del ser más querido, o una crisis económica al parecer insuperable, y tantas y tantas cosas más. En casos así, no hay más que hacer los imposibles para poner el remedio debido y, en último caso, levantar los ojos al cielo, donde Dios, Padre que nos ama, no permitirá que seamos probados más allá de lo que resisten nuestras fuerzas, sostenidas por su mano.
Pero no es este el caso que nos interesa. Vamos a la equivocación que sufren muchos al buscar la felicidad donde no se encuentra. Se lanzan desalados detrás de ella para verse sumidos al final en el fracaso más lamentable.
Más que discurrir mío, voy a presentarles los versos preciosos de un poeta, muy sabidos quizá por algunos de ustedes, y que alguna otra vez trajimos a nuestro programa. Dicen así:
Nube tenue y ligera
que los sentidos engaña,
y tras de cada montaña
parece que nos espera.
En impetuosa carrera
el hombre a cogerla va.
Llega…, síguela;
piensa asirla a cada instante:
la nube siempre adelante,
pero siempre más allá (Selgas)
Aquí tenemos analizada y bien descritos la génesis y el desarrollo de la infelicidad y de la tristeza. Todo nace de una ilusión. Hace ver la dicha donde la dicha no está. La persona se lanza detrás de eso que le parece va a llenar todas sus ansias de felicidad, y la felicidad se aleja cada vez más. Al fin, con el corazón vacío, viene la desilusión, el aburrimiento, la sensación dolorosa del fracaso.
Y no debe ser así. Jesucristo, que dio el verdadero sentido a nuestra vida, nos dice y propone todo lo contrario. La carta magna de la Buena Nueva desplegada en el Monte, comenzaba con la expresión jubilosa: “¡Dichosos…, dichosos…, dichosos!”, repetida hasta ocho veces.. “Alegraos y brincad de gozo”… Los cielos la habían preanunciado con voces que llenaron todos los ámbitos de Belén: “¡Gloria, gloria! ¡Os anuncio una gran alegría!”…
Quede, pues, bien asentado que, si la tierra está inundada de lágrimas, no es cosa de Dios, sino de los hombres, que estropeamos la obra de Dios.
La idolatrada y suicida Marilyn Monroe ⎯que después de tantos años aún sigue interesando al mundo⎯ decía poco antes de quitarse la vida: “Sería un gran alivio poder ser liquidada… Nunca me acostumbré a ser feliz, de manera que nunca estimé que la felicidad es algo a lo cual uno tiene derecho”.
Aquí está el error de Marilyn y de tantos más. Mienten cuando dicen que no tenemos derecho a la felicidad. ¡Lo tenemos, porque Dios nos lo ha dado!
Eso, sí; para ser felices hay que acudir a la fuente primera, que es DIOS. Así: Dios, como suena. Si el corazón se vacía de todo lo que no es Dios, entonces viene Dios a llenarlo por completo.
Aquel alumno leía una frase en que salía la palabra infelicidad. Se trabucaba, y le salía siempre el decir: “infidelidad”. Los compañeros lo tomaban a risa, pero el profesor, buen educador, y además muy creyente, repuso a todos:
– ¡Qué bien que lo dice! ¿Saben ustedes dónde está la fuente de la infelicidad? Pues, en la “infidelidad”. Quien es fiel a sí mismo, a su deber, a su conciencia, es feliz porque es fiel. Lleva dentro a Dios, y a Dios nadie se lo quita…
En el camino de la felicidad no se entiende eso de las evasiones. No tenemos que escaparnos de nosotros mismos para buscar la dicha verdadera. A los amigos que sufren, y para que no caigan en evasión alguna, les decimos tendiéndoles la mano con cariño: ¿Droga, licor, sexo, diversión loca?… Vacía ese corazón, y empieza a meter en él a Dios, aunque no sea al principio más que con una oracioncita chiquitita, chiquitita… Acabarás yendo por el mundo cantando la alegría del vivir…