¿Quién es Dios para mí?

22. enero 2020 | Por | Categoria: Dios

¿Quién es Dios para nosotros? ¿Qué somos nosotros para Dios y con Dios? Son éstas unas preguntas de trascendencia muy grande.
Nos hacemos la primera pregunta —¿quién es Dios para nosotros?—, y vemos que Dios para nosotros lo es todo. Nuestro Creador está ilusionado con que le amemos, para darnos después su gloria, pues para esto nos hizo. Es nuestro fin último. Si lo ganamos, lo hemos ganado todo. Si lo perdemos, lo hemos perdido todo y para siempre.
Si pasamos a la pregunta siguiente —¿qué somos nosotros para Dios y con Dios?—, nos damos cuenta de estas cosas:
– que somos hijos suyos, siempre bajo la tutela, providencia y cuidados divinos;
– que vivimos con Dios en comunicación constante con Él;
– que vivimos de Dios, pues sin Él no podemos ni tan siquiera existir;
– que vivimos por Dios de tal manera, que su vida se ha hecho vida nuestra.

Al decir esto, confesamos que vivimos con un RENDIMIENTO absoluto al querer de Dios. Esto lo decimos los creyentes. Pero hay muchos que no aceptan someterse a nadie que se coloque sobre ellos, aunque sea el mismo Dios. La soberbia es su gran pecado. Parece que han hecho suyo un grito del Maligno:
– ¿Quién como yo? ¡Nadie, aunque sea Dios!
No admiten una verdad que ellos no entiendan, y de ahí el rechazo de la fe.
Todavía admiten menos una ley que les ate su libertad, y de ahí el rechazo de toda moral.
¿Exageramos al hablar así? Por desgracia no exageramos nada. El ateísmo y la incredulidad se basan en esa disposición de ánimo: No admito a nadie que esté encima de mí, aunque sea Dios.

Contra semejante actitud, está la nuestra, por la gracia de Dios. En Dios vemos al Creador, Señor y Padre nuestro.
Como nos ama y quiere que le conozcamos, Dios se nos ha revelado, y nosotros creemos todo lo que nos ha dicho de Sí.
Como nos cuida y nos defiende, Dios nos ha dado unas normas de vida, que nosotros aceptamos, y antes moriremos que quebrantar el querer de nuestro Dios.

Vivimos en una COMUNICACIÓN constante con Dios. Porque Él lo llena todo. El apóstol San Pablo, al anunciar el Evangelio en Atenas la sabia, proclamaba desde el Areópago que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Dios nos rodea de tal modo que nos es un imposible salirnos de Él. Más que el pez en el agua, estamos nosotros metidos en Dios (Hechos 17,28)
De aquí viene la realidad de la oración. ¿Cómo es posible no hablar nunca con el que estamos en contacto constante? ¿Y cómo no va a ser la oración lo más fácil del mundo, si el Dios que nos rodea es todo oídos y todo boca, en diálogo constante con sus criaturas?…

Lo entendió aquel catequista africano, que se afanaba mucho en su cometido. Y el Misionero entabla con él este diálogo:
– ¿Trabajas mucho?
–  Uno es fuerte cuando reza.
– Y tú, ¿rezas a menudo?
El Misionero —lo confesaba él mismo— quedó desconcertado con la respuesta de quien hasta hacía poco era un habitante de la selva, alejado de la civilización e ignorante del todo en la ciencia de Dios:
– Me pregunta usted, Padre, que si rezo a menudo. No. Yo no rezo a menudo, sino siempre.

Vivimos DEPENDIENTES de Dios, que está siempre para nosotros. Dios está totalmente volcado sobre nosotros, tanto en las cosas de este mundo, como en las que tocan a la vida eterna,  De su mano nos viene todo bien. Jesús lo dijo con poesía insuperable en el Evangelio: Mirad cómo Dios goza poniendo el alimento en el pico del pajarito; mirad cómo se entretiene en vestir una flor… Pues, ¿qué no hará con vosotros, que valéis más que los pájaros del aire y que las flores del campo?…
Entonces, nuestra confianza en Dios es inconmovible. Aunque estuviéramos pendientes de un hilito de tela de araña, sabemos que ese hilito no se rompería si estuviera sujeto de la mano de Dios.

Vivimos en Dios, hechos UNA SOLA cosa con Él.
Es lo máximo a que ha podido llegar el mismo Dios.
Nos ha comunicado su vida, así como el día de mañana nos va a comunicar su gloria.
Lo que tendremos después de la muerte, lo tenemos ya ahora.
No lo vemos, pero lo sentimos, como rumor del agua que salta de la fuente del Espíritu Santo, que llevamos dentro.  
Esta realidad la experimentó un joven que después sería un gran santo. Estaba en oración, cuando oye la voz de Dios: Hijo mío, el bienaventurado en el Cielo no estará unido a mí como un amigo con su amigo, sino como el hierro penetrado por el fuego (San Pablo de la Cruz)
Pero, no nos pasará esto solamente el día de mañana. Es ya la realidad que vivimos ahora con la Gracia de Dios.

Total, que siendo esto así, terminamos en la conclusión a que llegó aquel joven, que vino a ser después un apóstol formidable (Beato Diego José de Cádiz): ¿Pensamiento? Sólo Dios. ¿Deseo? Sólo Dios. ¿Amor? Sólo Dios. ¿Preocupación? Con sólo Dios tengo bastante y me sobra todo lo demás…

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