La gracia de la Oración
15. marzo 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaUn Obispo, que rebosaba santidad por todos los poros de su cuerpo, hizo la entrada en su sede de una manera muy sencilla. A los tres días de su llegada, se le presentaron todas fuerzas vivas de la Iglesia: Asociaciones, Movimientos de Apostolado, Catequistas, y, no hay que decirlo, los Sacerdotes y Religiosas, todos en un apretado haz. El templo estaba lleno y las presentaciones fueron muy cordiales. Antes de acabar el acto, el Prelado hizo traer solemnemente la custodia con el Santísimo Sacramento, que quedó expuesto encima del altar. Era el momento esperado por el Obispo para dar la orientación pastoral a su pontificado. Pero su palabra desconcertó de momento a todos, cuando dijo:
Ayuden a su Obispo repitiendo esta plegaria:
¡Gracias por el don de la oración!
¡Gracias por el don de la oración!
¡Gracias por el don de la oración!…
Al repetir por tercera vez esta súplica, la voz de los asistentes subía ya muy fuerte de tono, de manera que el nuevo Pastor, anudada también su garganta, acabó dirigiéndose al Señor:
– La oración es un don tuyo, Señor Jesucristo. Tu Espíritu Santo nos la inspira y es quien mueve sin cesar nuestros labios. Si respondemos a esta gracia de la oración, ni yo te fallaré en el cuidado de tu rebaño, ni estos apóstoles, colaboradores míos, se cansarán de trabajar por ti. Con la oración —don exquisito de tu bondad— sabremos responder todos a la misión que nos confías.
Todos entendieron aquella lección primera del Obispo. Empezaron por orar más y mejor. Se multiplicaron los Grupos de Oración, y no pasó mucho tiempo sin que en la diócesis se sintiera una renovación de la vida cristiana bajo todos sus aspectos y con todas sus exigencias.
Lo más llamativo de esta exhortación es que considera a la oración como un don, una gracia, un regalo de Dios. Al fin y al cabo, es lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Cuando oramos, se repite siempre la escena de Jesús con la Samaritana, que le dice a Jesús: ¡Dame de esa agua tuya! Y la pobre no se daba cuenta de que hacía esta súplica porque el Señor se le había adelantado: Mujer, ¡dame de beber!…
Nos hemos imaginado muchas veces que somos nosotros los que acudimos a Dios para pedirle su gracia. Y es al revés: es Dios quien nos pide a nosotros el rezar para que nosotros le pidamos a Él.
Nos pide con el deseo profundo que tenemos de Dios.
Nos pide con nuestra pobreza, al vernos desposeídos de todo.
Nos pide con el remordimiento que sentimos por nuestro mismo pecado, y que nos hace suspirar por la paz que solamente nos puede venir de Dios.
Si la iniciativa parte de Dios, hemos de considerar la oración como una gracia grande del mismo Dios.
La Madre Teresa de Calcuta dio a todo el mundo una lección soberana sobre la gracia de la oración. El Secretario General de las Naciones Unidas —entonces el latinoamericano Pérez Cuéllar— quiso presentar a la Madre en aquel foro mundial, y lo hizo de una manera hasta un poco altisonante, cuando dijo:
– Les presento a la mujer más poderosa del mundo.
La bendita Madre, tan pequeña y menudita, se encogió todavía más a la vista de todos, llena de timidez, para seguir desgranando las cuentas de su rosario, mientras el Secretario General proseguía:
– Si, les presento a la mujer más poderosa de la tierra, porque en su corazón hay lugar para el dolor de tanta y tanta gente. Y esto deben ser las Naciones Unidas.
Nadie podía desmentir estas palabras. Porque si en aquel corazón vivían todos los pobres del mundo —sin ser excluido ninguno y sin pelearse nadie el cariño de la Madre— todas las naciones se sentían unidas en el amor… La monja famosa permanecía callada. Y cuando hubo de responder, empezó con una humildad encantadora, mientras enseñaba el rosario:
– Yo no soy más que una pobre mujer que reza. Rezando, el Señor me mete en el corazón el amor para poder amar a los pobres.
Pero, llegada a este punto, la Madre pierde toda su timidez, y habla decidida y firme:
– ¡Recen también ustedes! Entonces se llenarán de amor sus corazones y serán capaces de amar a los pobres y de trabajar por ellos.
Mucha valentía se necesitaba para hablar así nada menos que en las Naciones Unidas. Pero aquellas palabras quedarían clavadas como cuñas en muchas mentes: -¿No tendrá toda la razón esta monja católica?, se preguntaban todos silenciosos…
Nunca se hace nada de provecho si no hay amor. Y no hay amor si no hay oración. Por eso Dios, que quiere fecunda nuestra vida y encendida en el amor, nos infunde el don de la oración. De este modo nuestra vida es una vida de amor, como la de Dios, porque Dios es amor. Y llenos de amor, es como sabemos darnos a los demás a la vez que nos damos a Dios.
Al darnos Dios la capacidad de orar, infundirnos ganas de orar, y hacernos sentir la necesidad de orar, Dios nos está dando en realidad una de las mayores gracias salidas de su corazón. Porque con ella pone en nuestras manos la llave de oro con que abrimos el arca de todos sus tesoros. La oración es la gracia-madre de gracias innumerables.
No andaba descaminado el santo Obispo con aquella su plegaria: ¡Gracias por el don de la oración!… Lo interesante es saber si nosotros aprovechamos o no aprovechamos una gracia tan inmensa…