Una tríada gloriosa
19. abril 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Gracia¿Quieren ustedes, amigos, que empecemos hoy con una humorada que me tocó presenciar en una charla prebautismal de adultos? Se la cuento. Éramos varios los catequistas que asistíamos al grupo, y una catecúmena se nos presenta vestida primorosamente, con tres colores muy bien combinados.
– ¿Qué tú eres mejicana?
– No; yo voy a ser cristiana.
– Pues, ese verde y blanco y rojo de tu vestido parece que no engañan. Luces bien la bandera de tu patria.
Ahora nos miraba ella con sonrisa maliciosa:
– Me parece que ustedes estaban el otro día bien distraídos en la lección del sacerdote. ¿No se acuerdan de lo que el Padre nos decía sobre la Gracia que íbamos a recibir en el Bautismo? ¿Y no se acuerdan de lo otro que nos dijo: que sobre esa Gracia nos echaba Dios encima tres vestidos, las virtudes teologales: uno blanco, la fe, que todo lo hace luminoso; otro verde, la esperanza, que como un campo cubierto de verdor promete tan grande cosecha; otro rojo, la caridad, porque nos enciende y abrasa como fuego en el amor de Dios? Aquí tienen ustedes mi mejor vestido de cristiana…
No pudo expresarse mejor nuestra querida compañera, que se llevó un aplauso de todos. Los catequistas fuimos los mejor catequizados aquel día, y la lección aprendida no la olvidaremos nunca.
Dios, en efecto, nos infundió en el Bautismo la Gracia, vida divina dentro de nosotros. Pero, para que esa vida no esté inactiva,
nos regaló también la FE, por la cual vemos todo con los mismos ojos de Dios;
nos regaló la ESPERANZA, por la cual nos dirigimos de manera imparable hacia la posesión del mismo Dios en su Gloria;
nos regaló la CARIDAD, amor con el cual amamos al mismo Dios por el Espíritu Santo, que se ha derramado en nuestros corazones (Romanos 5,5)
Con estas tres virtudes, que no las hemos adquirido nosotros, sino que nos las ha dado directamente Dios, nuestra vida es terrena y celestial a un tiempo.
– Terrena, porque la FE es un don provisional del todo. Cuando veamos todo en la Gloria, no quedarán secretos ininteligibles a nuestro entendimiento. Terrena, porque desaparecerá la ESPERANZA, ya que cuando poseamos a Dios de manera que no lo podamos perder, nada nos quedará por esperar.
– Nuestra vida aquí es celestial a la vez que terrena, porque la CARIDAD, el amor con que ahora amamos a Dios y nos amamos todos nosotros, es el mismo amor que perdurará eternamente en el Cielo. Sabemos cómo expresó esto San Pablo con una de las frases más geniales de sus cartas:
– “Ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad. De esta tríada, la mayor es la caridad” (1Corintios 13,13)
Estas tres virtudes han dado ocasión en la Iglesia a vivencias emocionantes.
Por ejemplo, la FE.
Un Obispo francés se interna en el Africa y llega a un poblado en el corazón de la selva. Hubo tiempo en que fue evangelizado, pero desde muchos años atrás no había visto a un solo sacerdote. Llega el domingo, y el Obispo contempla con asombro cómo todos los del poblado se reúnen alrededor del más anciano para cantar de manera impecable, sin el más pequeño error, el Credo de la Iglesia Católica. ¡Dios mío!, suspiró el Obispo. ¿Es posible este prodigio de fe? ¡Sí, era posible! Aquellos salvajes la habían recibido antiguamente con el Bautismo, y, al no pecar contra la fe, Dios se la conservaba con la misma generosidad con que se la había infundido (Mons. Cheverus)
Por ejemplo también, la ESPERANZA.
Gema Galgani ⎯¡cuánto que queremos a esta Santa!⎯ muy niñita ve cómo su mamá se agrava para morir. La mamá le dice con ternura: -Gema, si pudiera llevarte a donde Jesús me llama, ¿vendrías con gusto? -Mamá, ¿y a dónde te llama Jesús? -Me llama al Cielo, con el mismo Jesús y los Angeles. Ya mayorcita, confesará Gema: Fue mi mamá quien me enseñó a suspirar siempre por el Cielo.
Conformes del todo con Gema, pero en una cosa tendríamos que corregirla un poquito. La mamá ciertamente le avivó la esperanza, pero Gema la tenía muy fuerte desde el día de su Bautismo, infundida por Dios en su alma privilegiada, igual que nos la ha infundido a nosotros.
Por ejemplo, finalmente, la CARIDAD.
Aquella Santa admirable, Catalina de Génova, esposa y madre de familia, sentía tales ardores de amor, que nos cuenta ella misma: Es un torrente de amor tan fuerte, tan violento, tan dulce, tan embriagador, que apenas me puedo mantener en pie. Me costaría menos poner la mano en un brasero que tener mi corazón en esta hoguera celestial.
Y esto es propio de todo cristiano. De nosotros. Dios se lo hace experimentar sensiblemente a algunas almas privilegiadas, escogidas por Él, para manifestarnos lo que invisiblemente y sin darnos cuenta nos ocurre a todos nosotros cuando vivimos la Gracia y actuamos en nuestras obras con fe y con amor.
Dios nos ha dado la fe, la esperanza y la caridad como armadura para defendernos contra cualquier ataque del enemigo, que nos quiere arrebatar la vida eterna, como nos dice San Pablo: “¡A cubrirnos con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de la salvación como casco protector!”(1Tes.5,8)
Aquella catecúmena avispada engañó cariñosamente a los compañeros. A nosotros no nos engaña. Aunque nos dice que sí, que el mejor vestido que lucimos mientras caminamos por la vida como cristianos es el tricolor de la fe, la esperanza y el amor, la tríada preciosa con que Dios nos ha engalanado.