Por el arte a Dios
29. marzo 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Reflexiones¿Queremos una nota especial para conocer la finura de un alma? La tenemos, y muy segura, en el amor al arte. Una persona amante del arte, que gusta del arte, que busca siempre el arte, lo mismo en la visita a un monumento soberbio que en un detalle de la propia casa, esa persona posee un alma fina, selecta. Y es lo más probable que esa persona, a nivel religioso —de la Gracia de Dios, de su piedad—, sea también una persona muy espiritual, muy escogida, que siente bien adentro de sí la hermosura de Dios.
Un artista lo confesaba de esta manera: El cuadro es un cálido pensamiento en color. Esto lo decía de sí mismo, cuando había producido una obra que le satisfacía, porque respondía a la idea que se había forjado. Y, al mirar la naturaleza, comentaba: ¿Qué son en verdad las flores? ¡Son el arte de Dios! (Segantini)
No es extraño, por lo mismo, que haya habido épocas de la Historia en las que se procuraba formar a los jóvenes especialmente en el arte, lo mismo en la música, que en la pintura, que en la literatura…
Hoy, cuando miramos más que nada la eficiencia en el trabajo remunerador —en el que produce dinero, en el que soluciona la vida—, no miramos tanto, y hasta descuidamos, el desarrollar nuestras posibles potencialidades artísticas. ¿Querremos decir que salimos ganando? ¿Pretendemos asegurar con ello que la vida es más placentera?…
Es sabido el hecho de la Roma imperial. Se fue extendiendo como un pulpo por todo el mundo entonces conocido, avasallándolo todo con el poder de sus legiones. Naturalmente que a Grecia, como decimos, se la merendó de un bocado. Sin embargo, los mismos romanos reconocían que si bien Roma había sometido por la espada a Grecia, Grecia conquistó y dominó a Roma por su sabiduría y el arte, de modo que los romanos se gloriaban del griego y de Grecia como de una cultura totalmente propia.
El arte es una manifestación de Dios. Y todos los pueblos han desarrollado el arte, cada uno a su manera y según su propia cultura, refiriéndola sobre todo al mismo Dios, de modo que las obras de arte más conspicuas de todos los pueblos han sido siempre las referidas al culto de Dios. La Capilla Sixtina lo ha expresado de una manera y las imágenes y las vestiduras procesionales de nuestros indígenas de otra, pero todas han dicho lo mismo: ¡Qué hermosura la de Dios!…
Pareciera como que Dios mismo inspira y ayuda al artista para que refleje cuanto más mejor esa hermosura divina. Sin irreverencia alguna, podemos decir que Dios hace con el artista como aquel rey emperador.
Carlos V era muy entusiasta de Tiziano, y una vez, mientras el pintor le sacaba un retrato, se le cayó el pincel al suelo. El rey, sin pensárselo, se inclina, recoge el pincel y se lo devuelve al artista con estas palabras:
– Bien merece Tiziano que le sirva un emperador.
Y al ver un nuevo retrato suyo, Carlos V no pudo contener su entusiasmo, y le comentó al pintor: -Es la tercera vez que me hacéis inmortal.
Dios, el artista supremo en la creación, pone en nuestras manos el color, el sonido y todos los recursos de la naturaleza para que sigamos nosotros expresando su belleza y, mediante la obra de nuestras mismas manos, nos elevemos continuamente a Él.
El arte entonces es capaz de realizar las mejores conquistas para Dios. Como le pasó a aquel famoso judío alemán. Discípulo de uno de los mejores músicos de la época, llevaba una vida muy frívola en París. Está dirigiendo él mismo un coro en el mes de mayo, y siente estremecerse su alma:
– ¡Qué belleza! ¡Qué acentos las de este canto! Esta música no es como la otra…
Queda atrapado en las redes que Dios le tendía. Deja su vida mundana, se convierte, se bautiza, llega a ser sacerdote y religioso, y hoy va camino de los altares (Padre Herman Cohen, carmelita, discípulo de Liszt)
Por eso, el arte debe ser digno, y no solamente del hombre sino también de Dios. Hoy se nos ofrecen obras que se dicen artísticas, pero que no van a resistir el dictamen de los años. Pasarán, como una moda de mal gusto. Mientras que otras, conocidas muy bien de todos, resistirán el desafío de los siglos.
Somos nosotros, los que al aceeptar o rechazar, damos también un dictamen certero sobre las obras que se nos ofrecen en la pintura, en la escultura, en la música, en la poesía…
El Papa Pío XII encargaba a los reconstructores de tantas iglesias destruidas por la guerra: -“Procurad con diligencia iluminar y dirigir la mente y el alma de los artistas, de modo que… las artes humanas, casi venidas del cielo, resplandezcan con una luz serena, promuevan con vigor la civilización humana y contribuyan a la gloria de Dios y a la santificación de las almas” (En la Mediator Dei)
Estos son los fines del arte y lo que buscamos al aficionarnos a ella:
– mejorar al mundo en sus aspiraciones;
– contribuir a la gloria de Dios, fuente de toda hermosura;
– elevarnos a mayor santidad personal por nuestras aspiraciones a Dios.
Para gozar del arte no hace falta visitar los grandes Museos o las imponentes Catedrales góticas europeas. Nos basta observar todo lo bello que nos rodea en nuestros pueblos. Observarlo y reproducirlo en nuestro propio ambiente: en los detalles de la casa, en los adornos personales, en el cultivo del buen gusto.
El Evangelio ha nutrido desde hace muchos siglos la inspiración de los artistas más famosos. Y así, cuando saboreamos el arte, sobre todo el arte cristiano, sin darnos cuenta nos estamos empapando de la vida del Señor. El arte es una escala que nos sube delicadamente hasta Dios, belleza suprema.