¿Creemos en el Espíritu Santo?
29. abril 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosUna vez más, volvemos hoy nuestra mirada al Espíritu Santo, al que confesamos Dios como el Padre y como el Hijo. En la Iglesia de nuestros días estamos palpando su presencia de tal modo que casi se nos hace sensible.
El Evangelio nos dice:
– Nadie ha visto nunca a Dios (Juan 1,18)
Viene después San Pablo, y remacha el clavo más duramente:
– Nadie conoce lo íntimo de Dios (1Corintios 3,11)
Y, sin embargo, ya vemos cuántas cosas sabemos de Dios, cómo hablamos de Dios, cómo escuchamos con placer todo lo que se nos dice de Dios.
¿A quién tenemos que atribuir esta maravilla? Al Espíritu Santo, que, como nos sigue diciendo San Pablo, es el único que conoce lo íntimo que hay en Dios, y es Él quien nos lo ha dictado todo, conforme a la palabra de Jesús:
– Os enviaré el Espíritu Santo, que os enseñará toda verdad (Juan 16,13 y 14,17)
Jesucristo nos reveló al Padre. Pero no entendíamos sus palabras. Viene el Espíritu Santo y no habla nada de Sí mismo, pero nos da a entender todo lo que enseñó Jesús.
Y al venir a nuestros corazones ahora, como vino un día en Pentecostés sobre la Iglesia naciente, sentimos su presencia dentro de nosotros mismos, y la sentimos de tal modo que el Espíritu Santo nos resulta lo más familiar del mundo.
El mundo malo, como nos dice Jesús, no conoce al Espíritu Santo ni lo puede recibir, pero nosotros lo llevamos dentro y aceptamos con naturalidad las cosas más altas de Dios. ¿Nos damos cuenta de lo que debemos al Espíritu Santo?…
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enumera algo de lo mucho que debemos al Espíritu Santo. Al Espíritu Santo le debemos todo, pues el Padre, y Jesús glorificado en el Cielo, nos lo han mandado a la Iglesia para que sea Él quien lleve adelante y termine toda la obra de la salvación.
- El Espíritu Santo nos abre el sentido de la Sagrada Escritura. Leemos la Biblia, y es Él quien nos hace entender y aceptar todo lo que vemos escrito. Muchas veces no hacen falta estudios de Sagrada Escritura para captar todo el sentido de la Palabra de Dios. Las personas más humildes la entienden mejor que nadie, porque tienen dentro un Maestro sin igual que les ilumina y les descubre los secretos de Dios.
- El Espíritu Santo mantiene en la Iglesia esas verdades que la Iglesia ha creído siempre y sigue creyendo, aunque no estén claras y explícitas en la Biblia, y es Él mismo quien las inspiró, las reveló y las sostiene vivas.
- El Espíritu Santo asiste al Papa y los Obispos, y no tengamos miedo de que se equivoquen ni una sola vez cuando hablan en nombre de Jesucristo. Al hablar los Pastores de la Iglesia como guías del Pueblo de Dios van dirigidos por el Espíritu Santo, que vela siempre por la integridad de la verdad revelada.
En un santo muy famoso, Pedro de Alcántara, se daba un caso muy especial. Al predicar, veían muchas veces cómo una paloma —y todos adivinaban que era el Espíritu Santo— se le posaba en el hombro, y con su piquito de oro le iba dictando al oído todo lo que el santo decía. Esto era en ese santo una gracia especial.
Al Papa y a los Obispos, sin que la Paloma se vea, les ocurre esto cuando nos enseñan como Vicario de Jesucristo y Maestros de la Fe. - El Espíritu Santo nos pone en comunicación con Cristo en la celebración de los Sacramentos y en todos los actos del culto, y es Él quien mueve nuestros labios y pide por nosotros. Sin el Espíritu Santo ni sabríamos ni podríamos orar. Con el Espíritu Santo dentro, no cesamos nunca de dirigirnos a Dios.
- El Espíritu Santo reparte en la Iglesia sus carismas y sus gracias, distribuye los ministerios e impulsa la vida apostólica y misionera. Al Espíritu Santo le debemos el lugar que cada uno ocupamos en la Iglesia, y en el cual nos ha puesto para bien de todo el Pueblo de Dios.
- El Espíritu Santo modela a cada cristiano; es Él quien lleva a muchos a esa santidad grande que admiramos en ellos, dando testimonio de su propia e infinita santidad.
El Espíritu Santo se derrama sobre toda la tierra, la llena por completo, cae sobre nosotros como lluvia torrencial. ¿Por qué muchos no lo sienten? ¿Por qué otros —y ojalá estemos nosotros entre ellos— chorrean Espíritu Santo continuamente? Todo depende de la disposición de los corazones. El agua del mar rodea una piedra lo mismo que una esponja. Aprieta la piedra, y no saldrá de ella una gota; aprieta la esponja, y soltará un chorro.
Hoy estamos volviendo al Espíritu Santo, Dios como el Padre y el Hijo. Lo acogemos gozosos en nuestros corazones, y le decimos:
Tú que conoces lo íntimo de Dios, ¡haznos conocer a Dios!…
Tú que glorificas a Jesús, ¡haznos conocer y amar al Señor Jesucristo!…
Tú que te nos das generosamente, ¡quédate con nosotros, guía nuestra oración, y sé el amor ardiente de nuestro amor, para que amemos lo que amas Tú, amemos como amas Tú, y amemos con tu mismo amor divino!…