La tarea número UNO

31. mayo 2023 | Por | Categoria: Gracia

Aquel domingo empezó la Misa primera de la Parroquia con el templo casi vacío. Naturalmente, que el Cura sabía de sobras a qué se debía la falta de asistencia a horas tan tempranas. Y se ahorró aquel día la homilía, sustituida por estas palabras cargadas de buen humor, después del saludo inicial:
– Me alegra el saber que estoy en una parroquia privilegiada. Anoche no me fue posible dormir hasta las dos o las tres por el barullo de la fiesta en las calles; y hoy, cuando ya despuntaba el sol, salían de la discoteca los chicos y las chicas lamentándose de que la noche se hubiera hecho tan corta.
El pequeño auditorio empezaba a sonreír, y el Cura seguía con sus impresiones:
– ¿Les digo, amigos, que esto me hace feliz? Sí; porque pienso muy acertadamente: El día en que mis feligreses cambien de afición y tengan la ocurrencia de ponerse a rezar, la noche se les va a pasar en un santiamén. Y aquí, en esta mi Parroquia, se va a repetir la historia bonita de uno de los mayores santos de la antigüedad, nada menos que San Antonio Abad, el cual se ponía a rezar al ponerse el sol cara al Poniente, y cuando a la mañana siguiente le salía a su espalda por el Oriente, todo era lamentarse: Oh sol, ¿por qué haces esto? ¿Por qué tienes que salir tan pronto? ¿Por qué me tienes que interrumpir mi conversación con Dios?…

Todos veían a dónde iba el Párroco, que acabó con la misma sorna:
-¿Se dan cuenta, queridos hermanos? Para tener una Parroquia de santos, es cuestión solamente de cambiar de aficiones y de ocupación en este pueblo, acostumbrados como están a perder las noches por el diablo en vez de gastarlas por Dios. Todo es cuestión de rezar en vez de bailar.

Vamos nosotros a darle la razón, aunque sólo a medias, al simpático Cura. Porque no nos queremos ir por ningún extremo.
Podemos divertirnos, sin pasar por eso la noche con el diablo.
Podemos rezar, sin privarnos del descanso de cada día.
Podemos y debemos realizar todas las tareas de la jornada sin renunciar a la que sabemos es la ocupación primera del cristiano y de cualquier creyente: orar, rezar, hablar con Dios, tratar con Él de todos nuestros asuntos, adorarlo, servirlo, amarlo…

Todo es cuestión de tener convicciones profundas; de tener bien clara la escala de valores en nuestra vida; de tener generosidad para dar a Dios lo que le corresponde a Dios, el cual nunca nos quitará nada de lo que nos corresponde a nosotros según su misma voluntad para el bien nuestro.

En una cosa estamos hoy acordes todos los católicos, lo mismo el Papa, los Obispos y los Sacerdotes, que nosotros los laicos, conscientes de nuestra vocación cristiana, a saber: las condiciones modernas de la vida, las leyes del trabajo, la situación familiar, las distracciones necesarias, y muchos etcéteras más, nos absorben, nos espantan, no podemos dominarlos y hasta nos tiran para atrás… ¿Qué le hemos dado a Dios? Se ha quedado sin nada. La principal tarea de la jornada, “lo único necesario”, según la expresión de Jesús, ni tan siquiera ha entrado en nuestro proyecto de vida.

Desde el momento que la vida del cristiano se centra en la Persona de Jesucristo, la relación con Jesucristo es de persona a persona, y entonces la oración, el hablar con Jesucristo, y por Jesucristo al Padre en el Espíritu Santo, es algo esencial a nuestra condición de bautizados.  

Por eso mismo revalorizamos modernamente la oración, que se intensifica tanto en muchas comunidades cristianas, a nivel individual lo mismo que de grupo. Esto constituye la gran esperanza de la Iglesia. Mientras se rece, habrá vida cristiana. El día en que se dejara de orar, ese día se perdería el mundo. Pero eso no ocurrirá jamás, porque se rezará siempre, y cada vez más y mejor.

En un punto tan importante como éste, los Santos nos han dado ejemplos admirables. Está por demás el citar en nuestros días a la Madre Teresa. El mundo se pasmó ante la actividad de esa monja menudita, que realizó obras de una actividad y eficacia ininteligibles. Pero ella no ocultaba su secreto. A sus Misioneras de la Caridad les pedía, les imponía y les exigía una oración constante. Las calles de Calcuta eran muy largas, y cuando las Misioneras salían para su trabajo contaban las distancias no por metros o kilómetros, sino, siempre rosario en mano, por las Avemarías que rezaban (¡)…

Santa María Soledad Torres Acosta se había parecido mucho a la Madre Teresa. A las cuatro de la mañana ya estaban las Hermanas en la Capilla, de la que no salían hasta las ocho. Una Hermana le pregunta intrigada: -¿Y cómo tantas horas de oración, si somos tan pocas para el trabajo? -Pues, hija mía, para que Dios nos mande más trabajadoras y seamos más para trabajar y para rezar.

En una palabra, los Santos ⎯los que mejor han entendido y vivido el Evangelio⎯, nos han dado el ejemplo de ser las personas, hombres y mujeres, de más oración. Cuanto más rezaban, tanto más y mejor trabajaban después. Y cuanto más trabajaban, más necesidad sentían de hablar con Dios, de intimar con Jesucristo, de consultar con el Espíritu Santo, motor de la oración y guía de toda actividad cristiana.

No da ningún miedo una persona que reza, porque es incapaz de hacer el mal. Y tampoco hay que temer ningún mal para ella, pues está defendida por Aquel que está siempre a su lado y con quien se mantiene en continua conversación.  

Desde el trabajo obligatorio hasta la diversión sana y necesaria, son muchas las tareas que debemos realizar, de día y de noche. Si las llena del todo Dios, y se le da a Dios cabida con la oración, el sol nace y se pone siempre como una sonrisa del mismo Dios…

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