Cuarto Domingo Pascua (C)

6. mayo 2022 | Por | Categoria: Charla Dominical

En una reunión parroquial para formación de catequistas, el Sacerdote extendió ante nuestros ojos un mural, ampliación del logotipo o dibujo que trae el Catecismo de la Iglesia Católica en la portada del libro. Nos sorprendió la primera pregunta:
– ¿Quién de ustedes se ha entretenido en mirar alguna vez este dibujo?
Nadie de nosotros había caído en la cuenta de aquella maravilla de piedad y de arte.
– ¿Qué representa este mural?, preguntó el Sacerdote.
– ¡El Buen Pastor!, fue la respuesta unánime.
– Muy bien. No cuesta adivinarlo. Es una imagen encontrada en las catacumbas de Roma, sobre la lápida sepulcral de un antiguo cristiano, enterrado allí durante las persecuciones del Imperio.
El Sacerdote siguió con su explicación.

Fíjense ahora en todos sus detalles:
El Pastor es Jesucristo. ¿Se dan cuenta de lo amoroso que aparece, de la seguridad que inspira y de la felicidad que refleja su pose y su semblante?
El báculo o bastón que tiene en la mano es el símbolo de su autoridad a la vez que el arma ofensiva y defensiva con que está dispuesto a defender al rebaño.
Está tocando la flauta, y sus melodías son la Verdad que enseña.
La oveja lo mira feliz, atenta a la música y a la cara de amor que el Pastor le prodiga.
Y el árbol a cuya sombra reposan el Pastor y la oveja es el “árbol de la vida”, signo de la Cruz que abre el Paraíso a todo el rebaño.
Es la explicación que nos da el mismo Catecismo de la Iglesia Católica.

La verdad es que semejante dibujo resulta el mejor comentario del bellísimo Evangelio de este Domingo, llamado siempre del Buen Pastor, porque cada año nos trae la incomparable página de Juan:  

“Yo soy el buen pastor… Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy la vida eterna, no andarán ya perdidas, y ninguno me las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, es más fuerte que todos, y nadie las podrá arrancar de la mano de mi Padre. Yo y mi Padre somos una misma cosa”.

¿Podía Jesús hablar con más amor y con mayor seguridad? ¿Podía inspirarnos confianza más grande?…
Si analizamos las palabras del Señor, pronto nos damos cuenta de la enorme riqueza espiritual que encierran.
Por parte de Jesús, nos dicen cómo Él nos ama. Ese “yo las conozco” es todo un mundo de amor. El verbo conocer, en la Biblia, referido a las personas, no es un saber las cosas fríamente. Es un pensar y un conocer profundo, lleno de afecto y de cariño, que lleva a una donación total.
Es el conocerse de los esposos, el de la madre al hijo, el de los amigos entrañables.
Y así nos ama Jesucristo. Cada uno es objeto de una mirada constante del Señor, que desde el Cielo nos sigue sin perder un detalle de nuestra vida, la de cada uno en particular, como si los demás no existieran.
Además, este pensar de Jesucristo en nosotros reviste el carácter de una cercanía especial por su presencia en la Iglesia mediante la Eucaristía. Siempre que se cita este Evangelio del Buen Pastor hacemos una forzosa alusión al alimento que da a sus ovejas, su propio Cuerpo y Sangre, su propia Persona que se queda después entre nosotros para hacernos cariñosa compañía.
Jesucristo nos dice por fin que nos da la vida eterna, ahora su gracia y después su gloria. Y nos asegura que nos tiene de tal modo encerrados en su puño, que no hay enemigo capaz de arrancarnos de ella. ¡Como que en su mano tiene toda la potencia de Dios su Padre!…

A esta actitud del Señor corresponden nuestras disposiciones íntimas hacia Jesucristo el Pastor.
¿Ser de Jesucristo, y no escuchar su palabra?… No es posible. La afición a la Palabra, la del Evangelio, la de la predicación de la Iglesia —pues es la misma Palabra del Señor— ha sido considerada siempre como una señal de predestinación. Quien no escucha es porque no ama, y quien ama no se cansa de escuchar a quien quiere con toda el alma.
La fidelidad a la Palabra y el amor a la divina Persona de Jesucristo lleva indefectiblemente a su seguimiento.
El Buen Pastor define a sus ovejas como seguidoras suyas.
Por eso, no hay rasgo de Jesucristo que no quiera el cristiano hacérselo suyo: ama, como Jesucristo; trabaja, como Jesucristo; sufre, como Jesucristo; reza, como Jesucristo…
Y haciendo todo como Jesucristo, siguiéndole así, se cumple en el cristiano fiel lo que le hemos oído al Señor: es una oveja que no anda nunca perdida, sino que permanece siempre en la Iglesia donde tiene bien segura su salvación.

¡Señor Jesucristo! Tú me estás llamando siempre con tus silbos amorosos de Pastor. Yo reconozco tu voz, no la confundo con la de pastores extraños y advenedizos, y con eso me estás diciendo que soy oveja de tu redil en tu Iglesia Santa. ¿Te permaneceré siempre fiel?…  Que  me arranquen la piel si quieren, pero que yo no me arranque nunca de tu mano.

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